viernes, diciembre 22, 2006

Nombres

Llego a la casa muerta

duermo las horas vacías

salgo al cielo entumecido

camino las veredas terremotas

paro colectivos sonámbulos

corta mis ojos el viento

afónico hablo el silencio

venticinco centavos y cáncer


mi nombre es desolación
porque somos nadie.


21-12-06

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otro nombre

sábado, diciembre 09, 2006

La imposibilidad del fin

Tuve una revelación espeluznante,
asombrosa,
inquietante.

Resulta difícil de explicar.

Se me ocurrió algo raro,
un poco escabroso
y para colmo
no estoy seguro.


El jueves pretendía ser aburrido,
como casi todos los días de mis vacaciones

Un conocido me llamó para pedirme un favor,
en recompensa me invitó a tomar una cerveza.

Pasó a buscarme en su auto
y me llevó hasta una cancha de fútbol 5,
"Soccer"
pegada a la vía.

Tomamos cerveza,
charlamos fluidamente,
excepto por la interrupción de algún que otro tren
que contrariaba nuestras voces.





Se apagaba el sol ahumante:
"te tiro hasta tu casa".

Yo contento
por compartir simpatías.



Cruzando un paso bajo nivel
el auto patinó,
mordió un cordón,
se tragó un bulevar,
volcó,
giró en el aire
y cayó sobre la mano contraria.

Así nomás.











Y ninguno llevaba cinturón
y sólo unos cortes
y el auto quedó destrozado.

atribuyen mi suerte a la gracia divina
dicen que agoté mi cuota vital de fortuna
se quedan callados y asombrados.


Ahí adentro
lo que estuviese pasando no era nada real.
La negación,
la negación,
desde que golpeamos el cordón
hasta que abrí la puerta del coche,
lo único.

"como cuando te morís en un sueño"
quise explicar







Shock
y mi mente se mantenía ocupada.

Recién a los diez días..





una pista
me sugirió una idea
que me sacudió con un frío radiador:

en ese accidente me morí.






Consideren mi especulación:
no había chance de salvación
mi pobre psiquis
aterrada como estaba
usa su último aliento
para proyectarme una narrativa estúpida
y esto sucede ahora.






No ser.
Tan inasequible, tan incognoscible
tan in
que el 'no' se sobrepone
y la cabeza opta por la improbabilidad









o a lo mejor no


o a lo mejor me salvó Dios
porque la abuela va a misa


o Volkswagen piensa en los giles
para que sigan comprando autos


o quizás,
salida simple:
yo
como un beneficiario
(inocente
insospechado)
del enésimo giro
del enorme dado del porvenir.






08-12-06
(poeta sastre)

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viernes, noviembre 17, 2006

Reencuentro

Curva, contra curva. Contra curva, curva, el mismo pastito amarillento y los mismos árboles pelados. Entiendo que sea de noche pero no puedo creer que esta mujer maneje tan lento. Aunque me lo merezco por ser tan boludo de no revisar la nafta.

-¿Faltará mucho?
-Caminando fue imposible tratar de ubicarse entre la oscuridad y el paisaje monótono, así que no le sabría decir. Lo único que me acuerdo es del puente que ya le dije, por el que pasa el tren. Justo donde nos quedamos.
-Qué descuido el de ustedes. Esta zona es muy peligrosa, no es como para quedarse parado. En estos tiempos no hay que dejar nada librado al azar, hay que asegurarse de todo. Lo mismo le dije yo a Gregorio esa noche...

Este Manuel es un hijo de puta, me mandó a mi sólo a buscar ayuda y ahora me tengo que bancar las historias de la vieja. Es un hijo de puta y encima loco. No sé si fue una excusa o uno de sus arranque obsesivos, pero no me imaginé que por dejarlo con el barro hasta los codos iba a tener que soportar semejante bodrio. Con el barro hasta los codos... Tropezarse para que consiga nafta yo solo. Qué forro. La verdad es que lo creo capaz de hacer las dos cosas: de creerse que lo que lo hizo tropezar al costado de una ruta oscura vale la pena ser desenterrado y de inventar una excusa tan pedorra como esa para que vaya yo solo a la estación de servicio.

Con el barro hasta los codos pero voy a saber con qué me caí, carajo. No se ve nada, pero yo me voy a dar cuenta igual. Una piedra no puede ser, nunca me tropezaría con una piedra, ni en esta oscuridad muda.
Si fuera muda esta mujer, que sigue con el rollo del pobre finado, un pobre tipo que seguramente un día se pudrió, fue a buscar puchos y nunca más volvió. Pero claro, está mucho mejor visto ser la viudita de un desaparecido que la vieja insoportable a la que se le escapó el marido.
-¿Y ustedes a dónde iban?
-A la casa de un amigo, señora. Se acaba de mudar acá, otro que de la ciudad se vuelve para el campo.
-Ay, es que el aire fresco es tan bueno...
Agradezco tener mi piloto automático tan bien trabajado (producto de años de escuchar a la vieja, que en paz descanse) y así con soltar un par de asentimientos y levantadas de ceja ya está.
Está blandito esto, ¿que podrá ser? También me da la impresión de que es demasiado grande. Mientras tanto me sigo ensuciando las uñas; pensar que estos dedos ahora barrosos son los mismos que van a escribir las líneas del próximo premio Nóbel. El sudor, la tierra, el pasto, el calor, la sed, es una experiencia genial. La excitación es tan grande, es intenso; y esto que está acá enterrado es un zapato de porquería, cómo aprieta! Y encima el calor es insoportable, si es así de noche no me quiero imaginar de día. Este Daniel no sé de donde sacó la idea de venirse a vivir acá.
-¿Acá siempre hubo problemas de seguridad, sabe? Pero nunca como ahora... Aunque es lógico que pase por como está el país. Igual yo creo que va a cambiar, vio. Hacía mucho que la gente no tenía tantas esperanzas puestas en un gobierno, así que es normal que uno se contagie...
-Si, se respiran aires de cambio... Deben faltar más o menos dos kilómetros, no creo que haya caminado tanto por desenterrar queda! Hoy no hay luna ni estrellas que me iluminen un poco la labor excavadora que me propuse... ¡Y para colmo soy tan inútil para reconocer cosas al tacto! Aunque de verdad crea que esto es un mocasín, no puedo confiar plenamente en tal vaga sensación. ¡Tacto, el más inocente de los sentidos! Y yo utilizando a tus más fieles lacayos para cavar túneles desordenados en la tierra húmeda está la noche!
-Lo que mata es la humedad.
-Eso dicen, señora.
El refranario argentino es un terreno escabroso en el cual no quiero entrar, y menos con esta vieja. Y sigo convencido de que el camino de ida fue más corto. Cruel noche la que elegimos para visitarlo a Danielito, todo confabula contra nuestra llegada. Como si alguna inteligencia superior me quisiese volver loco. Loco y embarrado, como un chancho salvaje. Historias de finca como la del Gatusso, el Chupacabras y la Luz Mala que seguro inventaron algunos latifundistas en su club progresista para remediar el gravísimo atentado a la moral que ofendía los sagrados valores de la cristiandad. Consideraban pecaminoso que sus estancieros se anduvieran revolcando con las chinas por ahí y si se necesita de la superchería para mantener al vulgo a rajatabla, entonces marche un Chupacabras para el arcón de los cuentos de terror de la pulpería. Linda noche para un cuento de terror. Aunque no veo al viejo Edgardo escribiendo acerca de una cruel cuarentona que lleva a un joven perdido por un paseo infinito; aunque a lo mejor el viaje termina en las mismas fauces del infierno, o tiene un ominoso final en el cual la vieja desequilibrada se arroja a un precipicio con auto, pasajero y todo; y ahí sí que sería un cuento de Poe, cambiando auto por cochero y la vieja menopáusica por la viuda de Montperriere. Curva, contra curva, contra curva, curva y así hasta el final voy a seguir con esto, aunque delire con buitres y la reputamadrequelospario! Pero qué zapato! Esta es la punta de la bombilla de un mate gigante, lo voy a desenterrar todo y después voy a lucrar explotando el yacimiento de mate mas grande del mundo. La plata que puedo hacer vendiendo souvenirs a yanquis, alemanes, japoneses o coreanos, que para el caso es lo mismo. Y el mismo calor, parece que estuviera sudando sangre, pero sin las lágrimas de Churchill, ni la más puta idea de lo que estoy haciendo, pero lo sigo haciendo de loco, embarrado y cerdo salvaje que soy un tonto, tendría que haber caminado más hasta el pueblo, seguro muy lejos no quedaba (sí sí), y comprar un bidón de super en la Shell esa que me dijo Daniel. Pero por vago estoy metido en el Gordini de la muerte. ¿Y faltará mucho, caballero? Sí, no señora, no, pero porqué no se fija si ve algo a lo lejos porque por ahí el punte, por ahí un tren ya se ve que esto es muy grande, pero... pero esto es... es... es ahí! Ahí está el auto! Llegamos señora. ¿Su amigo? Mi amigo esta ahí, loco como siempre, metido en sus cosas ni se debe haber dado cuenta que llegamos, si usted lo conociera, señora, ¿está mas fresco o me parece a mí? ¿Tiene una linterna, señora? Si, en la guantera. No golpees tanto la puerta, querido... Todo manchado qué estás haciendo y eso qué es



-¿Señora, está bien? Se me desmayó la vieja, boludo. ¿Qué es eso? Estás pálido ¿Qué tenés ahí?
-Esto es....boludo, desenterré un.... me tropecé con...




-No me lo digas, creo que ya sé: Gregorio.




02-12-04 / 16-11-06

jueves, noviembre 09, 2006

Aquel departamento


Seguramente olvidé algún lienzo o pomo de pintura.
Quizás el tren continue sacudiendo el suelo religiosamente cada veinte minutos.
Puede que el mismo rayo de sol crepuscular insista en entrar por esa ventana sin cortinas.
También es factible que los vecinos de arriba sigan escuchando aquel disco de pasta de Serrat.
Y hasta estimo muy probable que quien viva ahí por estos días no haya tirado ni una de las sábanas que dejé tapando los muebles (esas sábanas, las mismas con las que te cubriste tan poco).
¿Pero qué importan todos esos detalles esquemáticos, qué sentido tiene tal decorado urbano, que interés puede despertar esa confluencia de imágenes mundanas ahora que no está tu torso serpenteando por el piso frío?
Con frecuencia me detengo a pensar en el viejo departamento de la calle Pedernera. No hay baldosa ni rincón de mi recuerdo que no esté tapado por tu pelo oscuro, tu vientre almidonado, acaso un borde de tu seno manchado por mi pincel.
¡Acá! ¡Allá! Dormida, levantada, retorcida, estirada, por todas partes emplazada. De un solo segundo de memoria extraigo veinte, treinta versiones distintas de tu cuerpo yacente. Después del extasis solamente podía tenerte ahí tirada. Mujer necia, caprichosa, ni hablarte de llevarte a la cama; hasta medio dormida te negabas. Te lo agradezco, no vi jamás mujeres más hermosas como las que fuistes entregada al sueño o al bostezo entre las telas y pinceles de mi estudio.
Sin dudas ese departamento puede permanecer idéntico, pero para mí se devaluó terriblemente.

25-10-06
(imagen: Lau D)

lunes, octubre 30, 2006

La nena y ella



Ahora estoy acá, deshecha y me da por pensar en ella.
La veo con la luz amarilla pegajosa que siempre tuvo la pieza.
La silla de ella, una para mí, la tercera para Brián.

(-Trajiste al osito Braian? -preguntaba mamá.
-Se llama Brián, mami, no Braian -aclaraba enojada.)

La siento aburrida ahí sentada. Pobre, tiene tan poco que hacer hoy y para colmo lleva puesto el vestidito detallado, como si fuese sábado y esperara que la lleven a pasear.
Me mira con esos ojos negros, brillantes. ¿Qué quiere que haga?

(No voy a dejarte que me hagas trenzas, bastante que te pienso.)

Estaba con Brián, le sacaba las pelusas. Le acomodaba la silla delante, lo reclinaba, y desde atrás le sacaba una a una las bolitas de pelo con las uñas mal pintadas.
Tanta atención feliz, nena, tanta dedicación, tanta abnegación siempre. Si se podría decir que todas las muñecas del barrio te querían de estilista. Siempre accedía a prestarle sus hebillitas a las amigas y a compartir las galletitas que hacía con mamá.
¿Tan alegre eras dando, corazón?






(y si Brián supiera que fue el primero de tantos)


25-10-06
(Imagen: Lau D)

lunes, octubre 23, 2006

Carmín (soledadheridas)


¿Que qué sé de Greta?
Greta era indispensable para caminar a las noches invernales. Vos sentiste el viento punzante que circula acá y lo difícil de flamear por él solo. Frío polar directo a las rodillas, clavando hielo. Te recuerdo que no es una pretensión de flaneur del tercer mundo la mía de caminar cada noche conurbana, no es lugar común de metafísico berreta salir a pasear con el sobretodo negro puesto. No encuentro otra manera de llenar el agujero de esas horas muertas, mis horas madrugales siguen siendo, todavía hoy, horas de insominio. A lo mejor no te acordás porque hace bastante que te fuiste, pero en la época de lo de la bailarina me pasaba lo mismo. De bar en bar, sentandome apenas lo suficiente para tomar una copa y fumar un cigarrillo.
Cuando la conocí a Greta supe que por mucho tiempo no iba a poder dirigirme a una posta de viaje sin desearla sentada en una mesa. Así fue, y por suerte siempre mi anhelo se cumplía en algun punto de la noche. El Bar Campestre, El Ala, Juliverio, Minos (este bar abrió donde estaba Mirlo), Manchester; todas las noches encontraba el pelo apenas sobre el ojo derecho, la nariz redonda casi adentro del vaso, ese beso carmín al borde de la copa.
Esperé muchísimo para hablarle. Lo primero que le dije fue una de esas frases con las que siempre arremeto y que tanto te molestaban en su momento: "Las desconocidas siempre me han caído bien". Tardé más de tres semanas en animarme a invitarle un trago y unos tres meses en descubrir que la había seducido desde el uso del tiempo compuesto.
Vos sabés cómo maduran estas historias para mí y de cómo la elegancia y la soledad terminan fundiendose en una apreciable imitación de la felicidad. Gasté las suelas de mis zapatos negros jugando a encontrarla, conjeturando: "hoy va a estar en Juliverio a la una y a las tres se va a mudar para el bar inglés". Lo detectivesco se volvía conmovedor, sobre todo a la hora del desencuentro encontrado. Mi juego acababa ahí. Pero Greta era una mujer que soñaba las caricias que yo no podía darle en la vigilia y eso la mantuvo cerca por un tiempo.
Yo presentía su itinerario pero no podía imaginar su dedo blanco y la tragedia que cargaba. Conocés mi aversión por las preguntas y mi incapacidad de ver lo evidente.
El desenlace habría sido adivinable para quien lo hubiese seguido todo desde fuera. Una noche que aposté Minos ella estaba llorando en Álemand y cuando llegué, enfadado por mi desacierto, abrió mis ojos de golpe. Tenía la alianza espectral y tiró las cartas a la mesa sabiendo que no la iba a buscar más, que no pensaba coser los puntos de otros.
Lo que me tomó desprevenido es que supieses de ella. Espero que no me culpes tanto como yo me culpo por haberla dejado en esa mesa. Al fin y al cabo por algo penaba ya desde antes, que fuera lo mismo por lo que yo echo culpas al insomnio no me persuadió. No tenía sentido que dos ciegos se intentaran ayudar a cruzar la calle.
¿Seguís siendo de las personas que comprenden la fatalidad?
22-10-06
(imagen: Lau D)

jueves, octubre 19, 2006

sANONIMATO

con guagua


- tenés fuego?
te miré y te dije
pedí en el quiosco
¡Hey Boy Chico chico del Rock!
tuve que correrte dos malditas cuadras(¿sabés lo que son dos cuadras malditas para una fumadora del Rock?)
tenía que avisarte que no fue una mala intención
de esta parte mía
que yo fui la que pidió
(Boy)
era un disculparme, no te lanzaba imperativos







usted, armé
arme
no me toques el pelo a veces no me acuerdo y te escribo encima


y el tuyo, me dio vergüenza acordarme
porque encima tuyo encima estuve, yo (aclaro)
y hablé de dolor de cuerpo de poderes y políticos y prolegómeros impúdicos para escribirte en horizontal
-me sale un ojo (derechoizquierdo) la tinta para la piel
-estoy re enganchado, no cortes el polvo, che
-bueno, nerd
desorden

ella, sumándole a todo esto
comprendía otra escena
mmmmmmm… ella... ella
iba a un casting de modelos, ella tan
precoz
-cómo te fue?
la chica de túnica preguntó
dijo que el tipo le dijo que él sabía del tema
(mamá no podía enterarse noway! pondría línea control)
‘se hizo el Palito Ortega’
y ella no habla al pedo. ya firmó.
yo afirmo

y ese, el chiquitito de la mano
bueno, su abuela lo sentencia
acuchillándolo con
‘después de comer viene el sr. Nebulizador’
(y él ya piensa en las lágrimitas de moco)

al fin y al cabo
la más inteligente
Rita Malfatti
llama a ventas cuando en servicio al cliente no la quieren atender
están muy ocupados viendo videitos por la web
( youtube, suponemos)








y mientras el tiempo es lineal, el reloj es circular.

19-10-06

miércoles, octubre 18, 2006

La mort

La muerte cosechando cabezas se saca el sombrero y me dice: "forastero ¿qué haces pisando mis tierras? ¿no ves acaso que estoy segando? ¿o es que quieres que a tí también te rebane el cuello?"
Yo me saco el sombrero y le digo: "no muerte, lo que yo quiero es atravesar tu campo para llegar hasta el castillo del emperador."
La muerte se pone el sombrero y me dice: "forastero ¿quién te manda al castillo del emperador?"
Yo me pongo el sombrero y le digo: "muerte, me manda el mago, para que le entregue su tiara."
La muerte se saca el sombrero, lo pone sobre la hoz y me dice: "forastero ¿por qué el mago quiere que el emperador tenga su tiara?"
Yo me saco el sombrero, lo pongo sobre mi bastón y le digo: "muerte ¿por qué he de saber yo, un simple forastero, los propósitos del mago?"
La muerte sostiene el sombrero entre sus manos y me dice: "forastero dime ¿por qué el mago habría de confiar en un simple forastero para enviarle su tiara al emperador?"
Yo sostengo el sombrero entre mis manos y le digo: "muerte te digo, el mago confía en mí desde que sobreviví a la caída de la torre."
La muerte se pone el sombrero y me dice: "forastero contesta ¿y por qué no moriste aquel día en que cayó la torre?"
Yo me sorprendo y le digo: "¡cómo habría de saberlo, oh muerte!"
La muerte levanta la hoz y me dice: "¡oh forastero, yo te lo diré, aquella vez no olvidaste ponerte el sombrero!"
La muerte sigue segando y ahora la tiara se transformó en cuernos.

07-07-05

domingo, octubre 15, 2006

Ir de putas

Un amigo me dice "vamos de putas". La noche está mal. Poca gente en la calle (fin de semana largo y simulacro de veraneo). Venimos mal. Venimos de arrugar, de ser poco masculinos, de movernos a la izquierda, a la derecha, de mover la cabeza, los hombros, un poco las manos, los pies, mojados en un ritmo bobo; pero ningún susurro al oído de la rubia ni tan siquiera de la infaltable gordita simpática.
"Vamos de trolas", repite. "Hoy hay que descargarse con una puta ¿no tenés ganas de cojer?". "Ganas de cojer nunca faltan" le reconozco. "¿Tenés guita? Después te la devuelvo". Ese no es el problema, esperablemente. Frunso. Le frunso y sabe que le fallo.
La prostitución alimenta uno de los más asquerosos principios de nuestra sociedad. El axioma que dice: "cualquier cosa puede ser obtenida por dinero".
"Si yo cojo por plata estoy convirtiendo ese cuerpo en mercancía, boludo. ¿Vos te crees que yo me puedo bancar eso?". Es vergonzoso, estoy cosificando una persona, le traslado la concha a un equivalente x de Palitos de la selva.
No, no es asco por ella, cualquier mujer ya estuvo con alguien antes. Es asco por mi acción, por lo que afirmo cuando entrego dos Juan Manuel de Rosas para que alguien me chupe la pija y se deje culear. Si yo dejo de ver espíiritu en un aglomerado carnífero antropomórfico ya estoy superando con creces mi cinismo más despiadado.
"Ir de putas" es el italianismo más feo que conozco. Porque esa frase elide la palabra que designa "lugar"; ya le estás negando el espacio. Una puta es un no-lugar donde vos querés meter el choto, si no hay lugar no hay prueba del acto pero sí placer. Si me dijeras "Ir a lo de las putas" no te gustaría tanto, es como si llenaras un formulario que después te pudieran mostrar como evidencia, te quita la clandestinidad, ¿no?
"Te creo que tiran la goma como ninguna pero..." la división del trabajo deviene lógicamente en especialización. Así y todo ¿qué con ese beso a mi glande si tengo que renunciar a esas otras cosas en las que creo creer todavía?
Si doblo a la izquierda lo dejo en su casa, si agarro a la derecha está el toldito azul. "Te juro que casi me convencés". Pero o soy bastante cagón o algo de integridad me queda.
Arranco, veinte metros y marcha atrás. Te toco bocina, salís y con cara de contento me escuchás decirte: "Te olvidaste el buzo en el baul".

15-10-06

miércoles, octubre 11, 2006

Gorrito naranja

Hace frío y tu cabeza está tan desnuda que te regalaría mi gorrito naranja, mi parte de tela que imitando la franela me apaña la nuca y la frente, que me priva de la caricia del rocío, que me cierra la vista de tus cachetes de mujer.
¿De dónde sacás tu parsimonia encantadora? ¿Desde cuándo incubás esta enfermedad que me contagiaste?
Tu arma de guerra, tu estatua dorada, tu bolso de lana, tu escudo de fresas...
Todo eso merece la confianza de mi gorrito naranja, tejido a mano, cubriendo tu cara.
31-03-05 // 11-10-06

miércoles, octubre 04, 2006

Hombre azul

Y bajo del tren y cruzo los ríos proletarios. Tengo algo en la mano que el hombre azul no se digna a mirar. Su indiferencia confianzuda de hoy es la que hace que mañana trate de colarme y fracase; y así pierda tres minutos y él sonría. Con setenta centavos pienso que le robo esa alegría y trato de llamar su atención mientras sacudo un pedazo de papel blanco con bordes naranjas. Él mira al que viene atrás.
En setenta centavos y una mirada está toda la apuesta de mi día. Casi siempre gana él: extiende sus brazos, se pone firme y parece amenazarme con un abrazo de veda pura. Sé que se regocija con las miradas de desprecio que me pinchan la nuca. Yo miro para abajo y teatralizo que me pasó por distraido, intento sacarle crédito a su victoria abrasciva.
Envidio la sagacidad de ese hombre azul que sabe cuando mirar mi boleto y cuando no. Ahí está toda la diferencia entre nosotros dos: saber mirar.
En Constitución hay infinita gente e imagino que también infinitos duelos. Yo bajo siempre por las escaleras fijas y subo por las mecánicas cuando están paradas. A fuerza de concentración aprendí a encontrar las ratas abajo del andén, su paso es sutil y supongo que nunca voy a poder imitarlo del todo bien. Cada tanto reviso lo otro por si hay variantes, pero mi realidad insiste en hacer covers monocordes de sus peores dejá vu's. Por eso ignoro casi todo lo demás. Sé que en Constitución hay ínfima gente e imagino que también ínfimos duelos.
Despierto en la estación basílica. Tengo un boleto en el bolsillo pero no me acuerdo si es de hoy.
Y bajo del tren y cruzo los ríos proletarios.

03-10-06

lunes, septiembre 25, 2006

Placer

voz como cuatro cuerdas

excava un túnel en mi cerebro

obligándolo a secretar drogas naturales

que hacen las delicias de mi cuerpo calloso



















(en algún idioma debe rimar)
25-09-06

viernes, septiembre 22, 2006

Ocio

Había pensado en escribir un poema,

es un buen pasatiempo

para un domingo errado.




Compré lápices para la ocasión,

papel de colores

cuadrangulares

(nunca nunca rectangulares).




Saqué punta

con el sacapuntas,

armé polleras,

y las soplé lejos.




Encontré en un cajón bajo

una goma Dos Banderas

que estaba nuevita

(a lo mejor la tenía desde la escuela).



Escribí mi nombre

recordé mi ortografía,

multipliqué varias veces mi firma.



Me preparé un café

y lo tomé con los pies sobre la mesa

como haría un poeta

como me gustaría que hiciera un poeta.



Me di cuenta

de que faltaba humo!

Corrí al polirrubro

a buscar cigarrillos.



Compré de los más franceses

los prendi con la hornalla eléctrica

fumé con la boca abierta.



Pensé en mi amada

en mi Beatriz

en mi Julieta.

Pensé en el horror del mundo,

en el hambre

en la violencia.



Alabé en mis adentros

colosales montañas y mares.

Insuflé palabras como creto,

jándula, figaña, blanes.

Medité sobre la muerte

la soledad

el vacío.

Calculé sonetos

rompí métricas

y quedé dormido.




Así transcurrió el domingo.

22-09-06


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domingo, septiembre 10, 2006

Nombre

Llego a la casa vacía
mi nombre es desolación

salgo a la noche abierta
mi nombre es desamparo

camino las veredas rotas
mi nombre es melancolía

miro el piso y sigo el surco
mi nombre es cobardía

paro colectivos y no subo
mi nombre es conformismo

lloran mis ojos el viento
mi nombre es ceguera

hablo sin poder decir
mi nombre es impotencia

venticinco centavos y fumo
mi nombre es cáncer de pulmón

te miro o no te miro
no me nombres.

10-09-06

jueves, septiembre 07, 2006

Informe Nº267

F-G, Carpeta 23 Informe Nº267

De oficial principal M. J. a comisario F. G. L.

Bs. As. 31 de Enero de 2006

Cumplo mediante la presente en comunicarle a Superioridad los datos recolectados durante el pasado mes por el cuerpo de investigaciones nº25, dependiente de la Comisaría 5ta de Flores, acerca de la persona de Bruno Rodrigo Fleming. Se realiza en el presente documento informe general sobre de los datos más relevante de la investigación. Para un análisis detallado se aconseja remitirse a los informes del nº97 al nº116 del archivo nº546 de nuestro cuerpo de investigaciones.
Bruno Rodrigo Fleming de 32 (treinta y dos) años de edad, nacionalidad argentina, con domicilio en Pedernera 214 depto. 3ºA, encaja a la perfección con la descripción del informe Nº345 de la carpeta 16 del cajón M-N de la oficina nº12 de la seccional nº10 (a partir de aquí nombrado como el primer informe).
El sujeto vive solo en el ya mencionado departamento, contando únicamente con la compañía de un can raza Jack Rusell Terrier de mediana edad que responde al nombre de “Zequi”. El cabo S. N. M. indagó de incógnito al portero del edificio acerca de si el sospechoso poseía alguna familia viva y este informó que sus padres viven pero se mudaron a Córdoba hace algunos años, sin precisar cuántos. No se le conoce cónyugue alguna, aunque algunos vecinos declararon haber visto a la srita. Ángela Estela Muñoz, vecina del 3ºC, visitarlo por lo menos cinco veces en el último mes por extensos intervalos de tiempo.
Se ratificó también la sospecha del primer informe de que el sujeto es profesor universitario. Actualmente dicta clases en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tanto los días martes como los miércoles concurre con tal propósito de 18:30 a 20:00 horas a la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Puan, situada en el barrio de Caballito. Se deduce que de aquí conoce al individuo Gustavo Adolfo Romero mencionado en el primer informe.
Además de asistir a la mencionada Facultad, trabaja de lunes a viernes entre las 9:00 y las 15:00 horas para la empresa Telefónica de Argentina en las oficinas situadas en Av. de Mayo 325, 7º piso. Se desconoce aún la labor que allí desempeña. Todo indica que de aquí conoce a Paula Gamabaroni, que según el documento nº261 del mes de Febrero del presente año, es la presunta acompañante sin identificación apuntada en el primer informe.
Además de los tres sujetos señalados anteriormente, a su círculo habitual de relaciones se añaden Jorge Manuel Vidal, Ernesto Darío Vidal (hermano mellizo del anterior), Soledad García, Mario Federico Pérez León, Gabriela Mirta Schilachi y Martín Bautista Gutierrez; todos ellos egresados en el año 1992 de la Escuela Secundaria Nº 76. También se lo ha visto reiteradas veces conversando con un grupo de cuatro o cinco alumnos a la salida de sus clases de los martes.
El portero del mencionado edificio de la calle Pedernera también informó al cabo S. N. M. que el sujeto no suele dejar su departamento muy a menudo y ante la pregunta de cuánto hacía que no se ausentaba por más de una semana respondió que desde hacía dos años, cuando dijo que iba a Córdoba a visitar a sus padres.
Los agentes que lo han seguido en sus recorridos anotan que el individuo tiene una notable inclinación hacia el juego y que por lo menos tres veces por semana se lo ve entrar a un garito de la calle Pedro Goyena. Suele también llegar de madrugada a su casa, incluso en días de semana. Se lo ha visto cargar libros, pero ningún material comprometedor, casi siempre literatura. Cuatro veces en la últimas dos semanas recorrió librerias por la calle Corrientes, parecía buscar un volumen raro.
Más allá de los señalado en el último párrafo no se han observado comportamientos sospechosos por parte del sujeto.
Continua vigilancia preventiva hasta que Superioridad disponga.
Sin otra novedad.
06-09-06
(este blog prolifera gracias al libre comercio de ideas, comente usted también)

jueves, agosto 31, 2006

Jerarquía


Me atrae la pestaña
que está pegada
al señalador
de la página ventiocho
de un libro
de literatura
de la facultad.

Casi tanto quiero a los pelos
de las mujeres
que están cosidos
a sus cráneos de maniquí.

Más me gustan las pecas de Lara
pero menos que la sonrisa espontánea de Eliana.
Lo mismo que las cejas
los párpados
las legañas.


Sin embargo más pastores alemanes quecuidan
antes ellos que los filósofos idealistas
que los antropólogos
que las hormigas.

Igualadas las medias de las muchachas punk
abiertas, agujereadas
violentas, violadas

De licores degusto todos antes
primero el vino
después el fernet
previo whisky o martini
más luego la cerveza
(rubia / negra),
cierran la fila el vodka
el jerez, la ginebra.

Me gustan así los cuentos maquinales
abiertos, cerrados.
Me gusta Borges más que Cortázar.
Siempre elijo los libros usados

disfruto los lomos delgados.
Me gustan Calac y Polanco,
me gusta la Maga,
Bestiario.
Me gusta más Cortázar que Borges.

Tengo una simpatía avara
por el fútbol y las destrezas atléticas.
Aplastar con la espalda el pasto,
tocar lana sintética.


Prefiero igual los pies ligeros y los sombreros.


Adoro más comer con cuchara,
cortar en pedazos la manzana,
joder a la rima
y a la
métrica.

Me inclino más por lo anterior
que por el limonero del fondo
estimado más que las enciclopedias
más queridas que las gallinas.

Y ese señalador
que tiene la pestaña
que está en la página veintiocho
de un libro
de literatura
de la facultad
me gusta menos
que todo esto.


31-08-06

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lunes, agosto 28, 2006

Flores y losanges

Estaba hablando con alguien y lo que me decía
era tan terrible
que me descubrí
temblando.

Una hora
y media después
me di cuenta de que el tiro balanceado se había apagado.


















En cualquier momento
y sin que me lo proponga
encuentro razón para el
llanto.

27-08-06

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viernes, julio 14, 2006

En El Puente (Die Bruck)

Estar a tres metros de mí, más que en mí.
Atender en la ausencia, faltarme, esperar en el discurso.
Soy otro que está sentado en una mesa en diagonal.
Porque, sin él saberlo, siempre fui eso que está diciendo.
Por eso no puedo evitar ir hasta las palabras que me corresponden.
Y estar más allá que acá y en ningún lado.
Mientras el té se enfría soy enunciado.
Hasta que se calla.

20-05-06
(un día en que la realidad se me escapó por 15 minutos, más o menos)

martes, julio 04, 2006

Trampa

Durante el apagón
(en el rescoldo)
escondí los huesos
que no
quería que encontrases.


04-07-06

domingo, julio 02, 2006

Ficción


Estaba con el florista. Al final había resultado una persona muy charlatana. Digo, alguien que inicia una conversación con la persona que esta meando en el mingitorio de al lado necesariamente es una persona charlatana. El señor de la galera, en cambio, fue una decepción. No había dicho una palabra, se limitaba a mascullar cosas inentendibles mientras jugaba al póquer y fumaba de una forma que sólo los camellos podrían imitar (si, años de publicidad nos convencieron de que los camellos fuman; a estas alturas es un hecho inapelable). El escenario es el mismo de siempre. Pero los minuciosos sabrán que no es el de siempre, sino el de las últimas veces; que se volvió el de siempre a la fuerza, por capricho del narrador. El narrador manifiesta que si escribe esto es por los demas, por los que están convencidos de que los camellos fuman; por los que no confiaban en poder charlar con el florista nunca, pero en cambio creían muy probable sostener grandes debates con el señor de la galera; por los que saben que el escenario no es el de siempre y por los que lo ignoran.

Bueno, pongámosle que se trata de un barcito no tan chico como todos piensan, de paredes negras y luces de neón verdes. Un lugar muy humedo, de mesas negras y de visibilidad mínima por tanto humo: una Londres de nicotina. Éste tiene entrepiso y escalera. Dato muy importante, digno de ser remarcado: mi bar tiene escalera. Ahora bien, nadie sube al entrepiso por orden municipal. No hay una cadena, no hay un agente del orden que impida el paso, no es gente respetuosa la que frecuenta el lugar: simplemente no suben. El señor de la galera fuma, el florista fuma. Las mujeres de alrededor del señor de la galera tambien fuman, pero Victoria Slims. Dos anónimos, un sacerdote y un gótico juegan al póquer con el señor de la galera. Gana uno de los anónimos, pero el señor de la galera es el único que fuma, sonríe y es festejado por las Victorias. El cura remilgón se juega la limosna del dia. El gótico viene bien, con cincuenta pesos adentro, pero igual se siente consternado porque se le corre el maquillaje. Sería un hipocrita si escribiese algo sobre los anónimos, en su momento no les di ninguna importancia.

En mi mesa, frente al señor de la galera, están sentados el mimo que conocí ese mismo día a la tarde, mi mejor amigo (C), el hombre que se agranda, el amigo del hombre que se agranda y el caballero del antifaz negro. Yo no aparezco porque al momento de la fotografía estoy meando junto al florista, en el mingitorio de la izquierda. Como se podra notar, igualmente, en este sector del tugurio hay demasiado olor a huevo. El amigo del hombre que se agranda está intranquilo por ello y no deja remarcarlo; exige reiteradas veces al hombre que se agranda que partan hacia otros rumbos. El hombre que se agranda se estira hacia arriba, piensa, baja la cabeza hacia su compañero, se desestira hacia abajo y pregunta, sin esperar respuesta, a dónde y a qué van a ir (en realidad él esta planeando, más adelante, cepillarse a una de las Victorias). C está ahí porque yo lo metí, así que se impacienta con mi descripción que se alarga mucho mientras estoy en el baño. Creo que lo conoce al amigo del hombre que se agranda pero se hace el boludo. El mimo va por el quinto vaso de cerveza y con su guante blanco dibuja el contorno del chop, absorbiendo el sudor de la rubia. Cada tanto le pega una mirada al caballero del antifaz negro que no se sabe bien en qué piensa, pero no deja de acariciarse la barbilla. Calculo que envidia el extraño atuendo del mimo y piensa que a él, con su antifaz negro, le quedaría mucho mejor.

El florista me empezó a hablar no me acuerdo bien de qué. No lo tengo claro, porque el hecho de que el florista me dirijiera la palabra a mí (sin saber todo lo que yo había conjeturado, comentado, debatido acerca de él), me produjo una embriaguez mental, de esas que tuercen la realidad treinta grados a la izquierda y tapan los oídos. Sé que me dijo que tenía setenta y ocho años y que había caminado trenta y cinco cuadras para llegar a mi bar de ficción. Pero señaló que antes había parado en otros bares menos abstractos que el mio y que quedaban en Lanus, Banfield, Lomas; bares que carecían de la ficción de este, pero donde los clientes compraban más flores... "sin ofender". Eso sí, no se tomaba tan buena cerveza. Yo, pasmado como estaba, sólo pude responder con los enunciados casuales más estúpidos que la civilización occidental haya establecido jamás; el florista fue comprensivo, se levantó la bragueta y volvió a su mesa (no, no se lavó las manos).

Yo recorrí con lentitud beoda todo lo que había desfilado delante de mis ojos aquella noche y creí imposible que algo pudiera empañarla, ni siquiera la mugre que estaba adherida al espejo de ese baño, ni la Londres de nicotina que flotaba afuera del wc. Si tan sólo hubiera podido invitar al florista a la mesa y hacerle un lugar entre C y yo. Preguntarle si alguna vez invitó a salir a alguna de las camareras de mi bar de ficción, tratar de averiguar donde vivía, a qué colegio había ido, cual era su enigmática marca de cigarrillos, si a lo mejor conoce a mi abuela (que en ese momento me daba cuenta, tienen la misma edad). Pero no, se me escapó el florista entre la nicotina británica que despedían las Victorias, humeantes detrás del hombre de la galera, quien perdía todas las manos pero seguía teniendo muchas fichas.

Volví a mi asiento para la gracia de C que estaba podrido del hombre que se agranda y del amigo del hombre que se agranda. Estos dos seguían discutiendo ridículamente su respectivas intenciones de quedarse y partir. Lo echaron a la suerte y salió siete en los dados, pero como no habían establecido reglas en esa absurda decisión de azar, los dos se adjudicaron la victoria y trataron de meternos en la rencilla:
Salió siete, vos lo viste.
Sí, por eso, gané yo.
Qué vas a ganar vos si el siete era mi número.
No, vos no dijiste nada, así que era el mio. Dale, vámonos de acá.
¿Irnos? ¿Vos no querías que nos quedemos?
Sí, por eso, nos quedamos.
No. Nos vamos, porque salió siete; vos lo viste!
Siete quiere decir que gané yo.
Vos lo viste, ¿no, C?
Si.
¿Que fue?
Un siete.
Ahí lo tenés, un siete, dale vamos.
No, no ves que dijo siete, nos quedamos.
Escéchame, ¿viste mi siete o su siete?
Era un siete.
Bah, justo a ese infeliz le preguntás.
A ver, ¿vos qué vistes?
Estoy casi seguro de haber visto el mismo siete que él.
¿Casi seguro?
Sí, casi seguro.
¿Y la duda va en favor de mi siete o del siete de él?
No, mi duda radica en que yo sólo sostengo tres verdades: el helado de frambuesa es el más rico, andar en ojotas no es tan comodo y el colectivo es sedante; todo lo demás no es seguro.
Mejor preguntémosle al mimo.

Pero el mimo estaba muy ocupado bebiendo whisky (lo habrá pedido cuando hablaba con el florista) y contemplando dolorosamente a las Victorias, cenidas al pecho del hombre de la galera. Solamente tras prolongada insistencia mostró los dedos de su mano derecha y el mayor e índice de la izquierda. El caballero del antifaz negro comparaba su maquillaje con el del gótico y se vanagloriaba internamente de llevar el suyo mucho más cuidado. No cedió a la presión de ser convertido en árbitro de la disputa.

Al fundirse lentamente la discusión en el ruido del ambiente, pude prestarle atención al eco de mis pensamientos y sentí cómo me susurraban una imbécil preocupación acerca de la longevidad. Una sinápsis vecina traía atados a la cadena asociativa una lonja de longevos lisonjeros; lisonjeros como el cura que arriesgaba poco y con mucha culpa, que se mordía salvajemente los labios y apretaba la cara cuando le venía una mala mano. Pero yo estaba alejado todavía de ese partido de poquer, que sólo percibía preconcientemente, puesto que toda mi atención se volcaba ahora en una serie de concatenaciones internas (semiosis diría, si no escribiera para los demás) que terminaban en un par de pétalos aplastados en el interior de un libro con mi dedicatoria.

Y me abrazaban las últimas llamas de ese recuerdo flamígero, cuando me tironeó a la realidad la mujer anacrónica que apareció coronada por la niebla de tabaco entre la mesa de póquer y la nuestra. No era muy alta, unos rizos deliciosos le cubrían el ojo derecho a medias. Llevaba puesta una remera marrón de mangas tres cuartos entallada y una larga pollera verde piedra. Pero lo que llamó mi atención, definitivamente, no fue su cara de la década del veinte entre el humo ni su cuerpo delgado pintado de ocre, sino sus medias amarillentas y sus zapatos de vieja. Venía como llamada por mi interpretante final.

El tiempo se detuvo (por lo tanto también el espacio) y ahí fue cuando supe que el cura era un cagón y que estaba jugando póquer porque le dijeron que no tenía huevos,
que el gótico estaba ahí porque no tenía nada mejor que hacer,
que el hombre de la galera no quería jugar cartas si no que estaba posando para una pintura que alguien debía estar pinceleando en esos momentos (a lo mejor yo, a lo mejor otro),
que los anónimos nunca me importaron por más plata que estuviesen sacando,
que mi amigo C siguió mis pensamientos desde afuera todo el tiempo que estuve callado,
que el hombre que se agranda y el amigo del hombre que se agranda se habían ido olvidando los dados,
que el mimo lloraba desconsoladamente hundido en sus propios brazos,
que el caballero del antifaz negro trataba de sacarle el gorro al mimo,
que el florista sonreía desde donde estuviera en aquel momento.

La mujer anacrónica me miraba con las pupilas bien abiertas.
La cortina de humo no se disipaba, las Victorias prendían un cigarrillo atrás del otro. Los dos nos quedamos paralizados. El hombre de la galera prendió un habano, las Victorias se le arrimaron más; una le acariciaba el pecho y encabritaba sus senos. El cura comenzó a llorar cuando el gótico ganó la mano. C trataba de consolar al mimo, ya sin gorro, porque el caballero del antifaz negro se lo había puesto y trataba de seducir a una Victoria. La mujer anacrónica rompió el trance, fue a la barra y pidió una copa de coñac. Mi mundo se torció treinta grados a la izquierda, se me taparon los oídos y rebotó de nuevo la realidad al ángulo llano de siempre; aunque mis oídos siguieron tapados.

El mimo se corrió toda la pintura llorando y C le alcanzó pañuelos negros. Me daba mucha lástima ver al mimo llorar, lo había conocido esa tarde, pero en verdad lo había llevado conmigo toda la vida. Por suerte C se encargaba. El caballero del antifaz negro con el gorro del mimo susurraba al oído de la Victoria palabras eyaculantes y la iba alejando del grupo. No podría asegurar si la besaba o si sólo le hablaba ya que mi atención se centraba en la nuca de la mujer anacrónica que bebía de a pequeños sorbos el coñac, cruzada de piernas sobre una banqueta pegada a la barra, con los zapatos de vieja colgando sensualmente de sus piernas amarillentas. Cada vez veía menos porque la nube de humo me irritaba los ojos y me afectaba el entendimiento; creí vislumbrar un camello inglés perdido en la bruma.

Las lágrimas del mimo llenaban lagunas de melancolía en la mesa a la vez que C le daba palmaditas en su espalda de tirantes cruzados. El partido de póquer parecía ponerse picante y el hombre de la galera daba largas pitadas a su habano. Las Victorias gemían o reían con el afán de exhaltar aún más el clima del juego. El caballero del antifaz negro con el gorro del mimo se había escondido junto a la Victoria detrás de la puerta corrediza para continuar su palabrerío sexual a oscuras. Los dados del hombre que se agranda y del amigo del hombre que se agranda caían de la mesa para perderse bajo los tobillos de la niebla narcótica. Y la mujer anacrónica me echaba una pícara mirada de soslayo a la vez que daba su último trago de coñac. Entonces, en el clímax de la opresión, vi como el florista del otro lado del bar me observaba, tratando de anticipar mis movimientos. Me paré de repente y tomé lo que quedaba del whisky del mimo. Me acerqué a la mujer anacrónica, la tomé del brazo y le pedí por favor que se acabara, que volvieran todos al cajón preferido de mi memoria asociativa. Con un gesto cínico dijo que no era el humo lo que me irritaba los ojos. La realidad se torció treinta grados a la derecha. Y ahí sí se esfumó Londres, el gorro del mimo, las fichas de póquer, el ambivalente siete, esos zapatos soñados y mis sueños etílicos de sábado por la madrugada.

11-10-05

viernes, junio 30, 2006

Perro muerto*

Ese cacho de pelusa no es basura. En realidad quiero decirle: no es simple basura, es un perro muerto. Atropellado, puntualmente. No se trate de convencer, no esquive la mirada. Ahí se murió un animal. Un animal que con su último aliento de vida se cagó, congeló sus ojos y sacó la lengua. Ahí se pueden ver las entrañas volcadas en la calle. Pero ¿qué necesidad de decir entrañas? Al fin y al cabo tambien es perro, tambien es carne, un corazon chiquito y quieto, una bolsa de cuero antes estomago, los intestinos bañados en mierda, la sangre negra salpicando todo. Como extensión del can se deja ver la huella de la asesina rueda impresa en el asfalto con la tinta más amarga jamás preparada.
Ya está sucio el cadaver, de tantos otros autos que mancillaron su integridad canina. Aceitosos, sangrientos, mierdosos los restos del perro muerto. Alimento de hongos y moscas, chiste de gato, pena de nenes, asco de viejas, solemnidad de poetas, horror de compañeros. Ahí sigue ese perro muerto. ¿Vio que hubiera sido mejor volantear y pagar el precio de la chapa y pintura?

16-03-05
*ningún animal salió lastimado durante la redacción de este texto.

viernes, junio 09, 2006

Homicida

En el espejo
veo una sombra
que sostiene un puñal,
la luz de frente a mí.



09-06-06

viernes, junio 02, 2006

Un paseo (estación séptima)

Estando afuera se impresionó por la diferencia térmica con respecto al interior; no se podía explicarse como había podido respirar allí dentro. El calor infernal de las llamas del Hades lomense era incuetionable. Pero olvidóse pronto de esto al notar a su amigo sentado en el suelo, hundido en sus rodillas. Se acercó y le preguntó:
-¿Estás bien?El otro levantó el rostro colorado, con un ojo hinchado, y contestó: -Mientras su honor permanezca intacto.
-Sos un tarado, ¿quién te mandó a defenderme?- dijo furiosa ella.
El otro se levantó con su ayuda y cerró la conversación:
-Espero que te des cuenta de lo que es capaz este lugar -trás el silencio continuó- No importa, sigamos caminando.Y lo siguieron haciendo, pero un mutismo inexplicable se apoderó de ellos.

Amanecía mientras pasaban por cafés, departamentos, negocios. Habían recorrido ya cuatro cuadras cuando él se freno y rompió la veda:
-Esta es Laprida, calle principal de Lomas y asesina de la amadísima Meeks que toda esta madrugada hemos recorrido. A partir de aquí empieza Carlos Pellegrini, pero ese será un paseo para otra noche. Ya Eos asoma sus rosáceos dedos y la estación de trenes nos espera para llevarnos a casa.
Y al oir la bocina del primer tren eléctrico del nuevo día, cerró los ojos y con un gesto de nostalgia, exclamó solemne:
-Ciudad en vías de desarrollo, en un país en vías de desarrollo... Muchas vías para un tren que nunca va a llegar, porque lo único que les interesa son las vías, las idiotizantes estructuras férreas que corroen la identidad. No sé si está bien que ese tren llegue, pero lo que no soporto es la mediocridad de los que se olvidan de la tierra sobre la que se apoyan esas delgadas líneas metálicas. Llamame loco por eso.
Ella tambien consternada a causa de las palabras recién oídas le preguntó:
-¿Pensás que somos locos por no conformarnos con eso? ¿Por no vivir pendientes de un celular, o por no chocarnos contra espejismos posmodernos? No te mortifiques, todavía somos jóvenes y si no olvidamos la esencia de lo que pensamos, con la experiencia vamos a encontrar un mejor camino.
Dibujo él una sonrisa en su rostro y balbuceó en voz muy baja, casi inaudible:
-Pensemos así, si hoy queremos poder apoyar la cabeza en la almohada.
Y sin interrumpir al silencio, se encaminaron hacia la estación de trenes para separarse y regresar a sus hogares.
Final del recorrido
06-02-05

sábado, mayo 27, 2006

Un paseo (estación sexta)

Tímidamente acercaronse a la casi vacía entrada de la casa y al verlos, un estereotipado miembro de la raza de los patovicas palpólo de armas a él, mientras que una señorita le pidió que abra su cartera a ella. Una vez en el zaguán que hacía las veces de boleteria él murmuró:
-Sepa usted que hay dos formas de entrar cuando es tan tarde. Bien puede usted pagar la módica suma de diez pesos y acceder a esta morada infernal pagando tan barato impuesto, o bien puede arriesgarse a intentar resolver con astucia el acertijo de la Esfinge.
Dicho esto señaló al orgulloso guardián de las puertas violetas, y siguió:
-Confieso que existen otros métodos menos dignos pero confío en que no insistirá en ellos, usted que es una dama.
Ella, sin vacilar, contestó:
-No quiero parecer miserable, pero me tienta el camino difícil. Probemos nuestra astucia y nuestra sabiduría, y de paso guardemos unos pesos, que nunca vienen mal.
Acordado esto, esquivaron las boleterías y enfilaron derecho para las puertas violetas, al notar que no traían entrada, la Esfinge se sobresaltó, agitó sus gruesos brazos, y dijo:
-Mortales, jamás franquearán las puertas púrpuras sin antes vencerme en mi juego favorito: el enigma.
La Esfinge, de pantalon negro ajustado, lívida camisa y erizados cabellos cortos, esperaba una respuesta impaciente. Gozaban aquellos de la ansiedad de la bestia, pero a la vez también querían comenzar el juego, así que ella se adelantó y le hizo saber:
-Muy bien, aceptamos. Sabiendo que si acertamos nos vas a dejar entrar en el acto y que si fallamos nos vas a expulsar con toda tu furia ansiosa.
Muy contenta la Esfinge meditó unos segundos y recitó:
Dragón albiverde
que come cada día miles de hombres
para vomitarlos a la noche,
quizás la unica piedra
que ha logrado vencer al agua.
Él comprendió rápidamente el acertijo pero esperó la reacción de su compañera, que concentradísima trataba de resolver el enigma. Podrían haber seguido así largo rato, si no hubiera advertido él la impaciencia de la Esfinge, la cual encontrabase presta a castigarlos, entonces reconoció:
-Admirables son los intentos de mi amiga, neófita en mitologías sureñas, pero tu vil adivinanza es tan regional que casi no le da chance a los no iniciados. Yo, como habitante de estos lares, debería someterme al exilio si no pudiera contestarle que usted ha hablado con mucha poesía del magnámico ferrocarril General Roca. Destaco la originalidad del último verso, aclarando que el Riachuelo es un río muy bravo, no por la fuerza de su torrente sino por lo corrosivo de sus aguas.
Hervía en colera la Esfinge, insultábalos entre dientes y farfullaba lamentos. No abría la puerta según lo acordado, preso del ardor que Ares sembraba en su pecho, y se lo veía mejor dispuesto para sacarlos a patadas que para abrir las puertas violáceas. Advirtiendo todo esto, tomó él la mano de su compañera y, aprovechando el aturdimiento de su rival por la derrota, abrió él mismo el acceso al Hades lomense y corriendo fugazmente, entraron, hasta perderse en la oscura multitud que había allí adentro.

Una vez internados en el medio de la turba, cesaron la huida y se reclinaron sobre de una ancha columna. Arreglóse él su saco marrón, a la vez que ella observaba las luces amarillas, rojas, verdes, azules y violetas que colgaban del techo.
-Es esta la primera cámara infernal. Son cuatro las de este satánico recinto, pero temo que sólo podré hacerle pasar por tres de ellos.
Tenía que hablar muy alto, casi a los gritos, debido al volumen de la música que inundaba el ambiente. A propósito de la misma ella señaló:
-No es música de boliche.
-No, esta es música de situación. Funciona para ambientar al Salón del Apriete, tal el nombre del lugar donde nos encontramos.
-¿Salón del Apriete?- dijo ella a la vez que alguien pasaba y le rozaba sospechosamente uno de sus senos.
-Sí, aquí se amontonan las tres cuartas partes de los concurrentes, ansiosos por tomar alguna bebida e indecisos acerca de qué hacer. Se trata sin embargo de una excelsa galería donde todos se muestran entre idas y venidas. La condena de estas almas vanidosas es el caluroso roce constante con sus congéneres. El apriete llega a tal extremo que resulta imposible la respiración y además nutre la ira de los corazones adolescentes.
-Pensé que te referías a otro tipo de apriete.
-Bueno, ese también es bienvenido aquí...
-También me llama la atencion que se hayan amontonado dos pecados tan distintos en un solo infierno.
El otro rióse y corrigió:
-No te equivoques, los siete pecados conviven en todas las cámaras infernales del Hades lomense, en ese sentido es admirable su pluralismo, lo que sucede es que ellos mismos se agrupan y aquí predominan los vanidosos y los iracundos; sin echar de menos a los perezosos que duermen en mesas o piso (como verás en todos los cuartos); a los lujuriosos que aceptan el juego de la soberbia; a los envidiosos, casi siempre encarnados por los misóginos y las zorras; o a los avaros que bajan de su apartado especial para elevar a alguna que otra muchacha. De los invadidos por la gula encontrarás en su mayoría a los alienados homo ebrius, que sin ejecutar libación alguna, afrentan a los olímpicos en su vagar etílico. Pero ya habrá tiempo para una descripción más detallada.
Decía todo esto mientras ella se disputaba un minimo espacio entre la masa de adolescentes, que engordaba a cada instante.
-Che, mejor nos vamos de acá...
-Muy bien, sigamos rumbo a la segunda cámara infernal.

Aunque el espacio que debían recorrer era menor al que cubre una media cancha de futbol 5, árduo resultó su cometido. Las supuestas filas que se formaban de un lado a otro entre los apretados estáticos, desarmábanse constantemente y deteníanse para volver a armarse infinidad de veces. Sin dudas estaba causando estragos en los héroes la marcha, ya que no podía sostenerse con verdad que la piel de ellos no se encontrase sudada, ni que sus cuerpos no hayan sido manoseados por un oportunista anónimo; pero tolerando estas afrentas y con el afán de explorar la Mansión Infernal, llegaron al límite entre el Salón del Apriete y el siguiente estadío infernal.
Plantado allí estaba el protector del segundo cuarto infernal, custodiando la soga roja que cortaba el paso. Al ver su intención de traspasar las fonteras, exigió:
-A ver las muñecas, chicos.
Tomó seguidamente las manos de ambos y al no encontrar signo alguno de su mayoría de edad estuvo a punto de hablar cuando aquel que había vencido a la Esfinge se le adelantó:
-En vano buscas pulseras, ¡oh guardián de la soga roja!, ya que hemos entrado al Hades lomense venciendo en su juego a la cruentísima Esfinge de las puertas violáceas.
Notando que aquel adolescente estaba familiarizado con la terminologia angelical del barrio, dispuso una prueba para dejarlos pasar:
-Aprecio su bravura por haber vencido a la Esfinge, iniciados, pero si queréis pasar por aquí deberán descifrar el significado que oculta mi camisa, que aunque no fue forjada por Hefesto, me la ha obsequiado el mismisimo rey de este Tártaro sureño.
Ipso facto dióse vuelta y enseñó la brutal espalda de su camisa, donde un refulgente dibujo dejaba ver centenares de adolescentes, de ojos tapados por vendas, que deambulaban desconcertados por un oscuro lugar a la vez que uno les llamaba inútilmente desde el centro de la escena. Éste estaba subido a un pedestal dorado, en el cual estaban grabadas todas las abominaciones del Aqueronte: las horribles Górgonas, las sangrientas Erineas, la hangurrienta Caribdis, la bulímica Escila, las seductoras Sirenas, el tricéfalo Cancerbero, los letales Licenciados en Marketing y el mismísimo Plutón, todos ellos con las bocas abiertas, visiblemente gritando.
-No caigas en facilismos- le aconsejó aquel, depositando su confianza en su compañera. Aquella si bien un poco confusa al principio, resolvió el misterio al punto que contestó convencida:
-Estos jóvenes que vagan perdidos por tu camisa, no son ciegos, sino sordos, ya que una vez que tienen los ojos tapados no tienen forma de guiarse más que chocandose entre ellos, por más que alguien intente dirigirlos a viva voz. Probablemente los gritos de aquellas bestialidades han destruido los oídos de los pobres adolescentes. Este infierno debe tratarse, entonces, de un infierno musical.
Muy contento estaba su compañero. El protector de la soga roja descorrió el seguro, instandolos a pasar de inmediato sin decir una sola palabra.

Dentro del Teatro de los Sordos se sintieron un poco más acogidos a causa de la menor densidad de población; más allá de la música, que era aún más estrambótica que en el estadío anterior.
-Aquí estamos, en el Teatro de los Sordos, donde los espectadores se escinden, inundando sus oídos con melodías estridentes como los truenos de Zeus padre.
En efecto se veía a un centenar de personas de ropas oscuras que relucían unicamente por las tachas adheridas a sus mochilas, cinturones y hebillas. Abundantes en gel y cadenas estos seres movían su cabeza y sus pies al ritmo de la canción que sonaba. Incluso algunos vociferaban sus letras en inglés.
-Tétrico- opinó aquella de la hermosa cabellera.
-Sin dudas. Te advierto que aquí las apariencias son imprescindibles, así que es preciso pasar desapercibidos antes de que se envalentonen contra nosotros debido a nuestros ropajes.
No había terminado de proferir estas palabras, cuando uno de los alienados sordos despertó de su sueño afónico para advertir las pardas ropas de aquellos dos. Iracundo por tal oprobiosa afrenta a su estilo de vida, vociferó para que lo escucharan los demas:
-¡Caretón!
Tal grito de guerra llamó la atención de los otros sordos, que esta vez sí quisieron oir, e hicieronse eco de la proclama mas no sólo repitieron el improperio sino que también comenzaron a empujar a los visitantes. Y cantaban al maltratar:
-¡Caretas! ¡Vayanse de acá!
-Es mejor que nos vayamos- gritó ella asustada- pasemos a la escalera.
El otro alarmóse y rechazó de plano la sugerencia:
-¡No! Aquel es el Apartado Plutarquico, o vip. No estamos en condiciones de sortear la dura prueba que nos ofrecería el defensor de la escalera verde. Mejor aspiremos a menos y pasemos al tercer infierno, quizás menos hostil que éste.
Y dicho esto señaló la puerta corrediza que se levantaba al final del pasillo y entre embestidas e insultos se acercaron a ella. Él la abrió lo suficiente como para que pudieran escabullirse, y al encontrarse del otro lado la cerró rápidamente.

Agitados por el desenlace catastrófico sufrido en el cuarto anterior, se encontraban todavía apoyados en la puerta corrediza, bañados por las luces de colores y acosados por las melodías electrónicas del nuevo infierno. Una vez recuperados del abatimiento producto del exilio, anunció él:
-Aquí el tercer espacio del Hades lomense: la Pista de la Tentación.
Inquirió ella desconfiada:
-¿Cómo puede ser que ni un solo guardia nos impidió la entrada?
-Sucede que todo es propicio para la entrada a esta locación, diva de la Mansion infernal, se trata de demostrar cuan fácil es caer en la tentacion. Sagacidades del arquitecto de este infierno, sabrá disculparme puesto que no tengo nada que ver; aunque bastante aprecio ese detalle en situaciones de persecuta como las de recién.
Asintió ella y continuó:
-Y bueno, ¿qué me espera en esta parte del recorrido?
Soltó una risita simpática y respondió el otro:
-Aquí la atracción principal de la mansión, donde los más grandes personajes de la fauna local vienen a saciar sus impulsos más primitivos. ¡Bien podría contarle yo cuantas veces, siendo más pequeño, creí encontrar a las musas corretear por aquí, sobre todo a Tersipcore, quien vistió su velo de adolescente una noche para danzar, aquí mismo delante de mis jóvenes ojos, y engañó a mi debil corazon. ¡Ay de mí!, tan pequeño y obnubilado por la elegancia de una pollera.
Continuaba él con sus lamentos, cuando un libidinoso especimen se acercó a su compañera y le dijo al oido:
-Tan sola por acá ¿por qué no me acompañás un poco?
Ella, un poco aturdida, sonrió forzosamente, negó con la cabeza y rogó para que se aleje de inmediato, cosa que sucedió ante la negativa, aunque sólo para dar pie a un suceso más lamentable.
-¡Esa cola no la hiciste lavando platos, mamasa!- exclamó un notable miembro de los Sátiros de Banfield, logia de hombres poco venturosos que se reunen las noches de fin de semana para presenciar partidos de fútbol, ofender a las divinidades del lúpulo y la malta al consumir su mágico elixir sin celebrar ofrenda alguna, además de contar inventadas hazañas carnales y salir a bailar.
Reaccionando ante la ignominia interpelada a su amiga, aquel de las cavilaciones profundas, arremangóse y tomó del hombro al sátiro a la vez que pedía que se retractara. En desacuerdo con tal pedido, el banfileño estaba a punto de regalarle un potentoso derechazo, cuando unos oportunos descendientes del linaje de los patovicas tomáronlos por los hombros y echáronlos del lugar por la salida de emergencias. Quedóse ella sola en medio de la Pista de la Tentación, rodeada de bailarines y demás festejantes que se sacudían al compás de la electrónica música. Tardó unos minutos en recuperarse de la impresion que le causó la escena recién presenciada y al caer en la cuenta de que su compañero estaba fuera, busco desesperadamente una salida. Dirijióse hacia la puerta de emergencias por donde habían despachado a los dos contendientes, y pidióle un tanto alterada al patovica:
-Abrime, dejame salir y te pido por favor que no insistas en probarme con ningun desafío ancestral.
El hombre la miró extrañado por sus palabras, pero igualmente abrió la puerta y la dejó salir de la morada infernal.
(ésta es mi parte favorita)
06-02-05


siguiente

jueves, mayo 25, 2006

Un paseo (estación quinta)

De repente él cesó de andar. Lo imitó ella y quedóse callada, adivinando que algo diría. Se encontraban en una esquina. Grises porciones de cemento pintaban el suelo.
-He aquí la anchurosa Garibaldi. Tristemente debo informarle que aquí termina la espléndida localidad de Temperley, la de las sólidas praderas. Una vez del otro lado habremos arrivado a su hermana mayor, la ufana Lomas de Zamora, ciudad de las peluquerías. Pero no se alerte, que la queridísima Avenida Meeks continúa y no por eso nuestra jornada se ve opacada.
-Qué es ese edificio de enfrente... El que se llama...
Interrumpióle él antes de que profiriera el nombre de tal lugar: -Déjeme evitarle gran escarnio por invocar el nombre de tal establecimiento. Allí enfrente se sostiene el Hades Lomense, caluroso lugar donde las almas de la zona van a parar para ser castigados noche tras noche por sus pecados. La Mansion Infernal donde cientos de adolescentes son torturados justa o injustamente por las bestias de la noche, muchas veces ellos mismos.
Evidentemente no esperaba esa respuesta ella, así que preguntó:
-¿Se supone que es un boliche?
-Cruel fachada para atraer con su hechizo a los incautos.
Quedáronse contemplándolo un buen rato hasta que ella pidióle:
-Guiame, no quiero perderme esto.
Él sonrió disimuladamente y dijo:
-Si esa es su voluntad, no voy a intentar disuadirla y de paso le comento que me parece muy bueno su espíritu aventurero. Veo que aspira a ser una iniciada en cuestiones sureñas y no voy a negarle ese camino. Lamento que no haya vino, harina ni crátera para realizar una libación en favor a su decision. Ni bueyes que sacrificar en divina hecatombe para que los dioses nos protejan en nuestra incursion. Pero bueno, aquí vamos.
Dicho esto cruzaron la anchurosa Garibaldi y encaminaronse a la esquina del Hades lomense.

06-02-05

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miércoles, mayo 24, 2006

Un paseo (estación cuarta)

Al salir de la funesta pocilga no caminaron más de veinte metros cuando aquella de la sonrisa nívea exclamó sorprendida, a la vez que señalaba con la mirada:
-Mirá a ese pobre hombre...

Dejábase ver en el cuadro urbano una forma de vida de origen dudoso, que reposaba sobre la vereda sostenido por sus espaldas y que, visiblemente dominado por una fuerza superior, a duras penas respiraba. En cueros y plasmada una solemne mueca en su rosto, veíaselo completamente enajenado de la realidad. -¡Bendita tu eres, niña! Que en tu primer visita a estos bellísimos lares conoces al eminente hombre Petizo, codiciado seso de la ideosincracia local.
Extrañada, levanto una ceja y con un gesto de intriga exijió:
-Explayate más.
El otro, complacido por el reclamo, le dijo:
-Este sacrificado ser, imitando a las sacedotisas de Apolo que recurrían a la bebida narcótica para comunicarse con el dios, sumerje el manto de su humanidad en el mas pútrido e impio de los licores para trascender a otro plano de la existencia y hallar verdaderas máximas filosóficas, que afanosamente trae entre sueños a este mundo. El problema consiste en el eterno escollo de la práctica mántica: la traducción de las abordadas verdades. A veces los significados de tales designios resultan indescifrables hasta para el mismo Petizo.

Terminó de decir estas palabras y ella asintió satisfecha. Cuando pasaron a su lado, el hasta ahora inmutable Petizo grito con vehemencia:
-¡Numénico será el angelical relato Gongoriano!
Se miraron de inmediato y él repuso con reconocible humildad:
-Ni lo intentemos.

06-02-05

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lunes, mayo 22, 2006

Un paseo (estación tercera)

-¿Qué es eso?
Asomabase entre una selva de pastos crecidos y demás plantas una colosal pieza metálica de cinco metros de alto, hermana menor de la construida tiempo atrás por un tal Gustavo en Paris.
-Esa es la famosísima Torre Eiffel argentina. Que como no podía ser de otra forma se encuentra en Temperley...
Se rió avidamente la otra y acordóse:
-Artaud es un genio, no podés dejar de leerlo.
Cambiaban los dibujos de las baldosas pero ellos seguían ecuánimes. Aquella del lado de las casas, aquel bajando y subiendo incómodamente del cordón con cada paso.
-No me cabe duda, si es que vos lo decís, pero ahora estoy metido en otro tipo de material. Igual lo voy a tener en cuenta. Igual no quiero hablar de literatura. Encontré algo más apropiado para la noche- dijo mientras señalaba hacia la vereda de enfrente. Allí se sostenía un nobilísimo bar, carente de nombre, pero rebosante de alcóholes, seguramente. Continuó:
-Será esta la próxima parada de nuestro recorrido.

Dicho ésto cruzaron la grandiosa Meeks y se internaron en el recinto báquico.No poco les costo encontrar una mesa disponible una vez dentro, tuvieron que esperar a que una pareja indecisa se levante de su lugar luego de una acalorada discusión que sostuvieron por diez minutos. Una vez establecidos un hombre alto y desgarbado salió de la barra situada a su derecha y les alcanzó la carta, pero antes de que pudiera dejarla en la mesa, aquel le ordenó:
-Traeme dos whiskies.
Al escuchar la orden, retiró la carta y volvió a la barra a paso apresurado. La otra le dijo:
-Yo no quiero tomar nada.
-Menos mal, no se me ocurrió preguntarte si querías tomar algo- respondió con fina sonrisa.
Ella rió también, pero enseguida su rostro cambió al ver pasar por delante suyo a una grotesca figura femenina, pintarrajeados sus pómulos y ojos, demasiado brillante su atuendo. Un poco ofuscada inquirió al otro:
-¿A dónde me trajiste?
Él, complacido por la pregunta, dibujó una sonrisa en su cara y contestó:
-Era necesario interponer un poco de chapa y cemento entre usted y el firmamento para que notara lo que quería mostrarle en este viaje... Mire a su alrededor, observe el espectáculo teatral que propicia este microcosmos del Gran Buenos Aires.

Giró la cabeza en torno del aposento e invitó a la otra a hacer lo mismo. Por la escena merodeaban algunas adolescentes cubiertas por desfachatadas ropas y de labios pintados, llenas de vigor y con un notable entusiasmo impreso en sus ojos. Se veía al fondo un mesón donde cinco hombres de unos veinticinco años tomaban cerveza y justo al lado de ellos un señor de blanquecinos cabellos erizados, que fumaba mientras observaba cuidadosamente a las adolescentes antes mencionadas. Sentado en la barra descansaba un golem de carne de casi unos dos metros de alto, de anchas espaldas que, vestido con una camiseta blanca, dejaba ver en sus omoplatos y brazos un verdadero mural de tatuajes.

Después de observar atentamente y sin reparar en la expresión de intriga de su compañera, continuó: -Es este el sueño progresista consumado casi en su totalidad. Aquí tenemos al eminente obrero de siete a catorce, que se mutila a cada hora de trabajo en la construcción o en la fabrica, que no falta nunca a una marcha o reunión gremial, que suda por los poros sangre para conseguir esos miserables pesos que precisa para vivir y que luego gasta en mujeres y ginebra los fines de semana. Y si por algún motivo sobrase un vuelto de sus noche de juerga, los invierte en aquellos presumibles grabados de tinta cutáneos, sólo para alimentar su espíritu narcisista y engalanarse mejor durante sus incursiones nocturnas. ¿Qué va a hacer si por culpa de su patron no tiene chance de otro tipo de vida?

Allí están las ninfas noctámbulas, merodeando las noches pertrechadas por las más finas telas y adornadas con los más singulares tesoros, dispuestas a la lujuria y ansiosas por cosas que ni siquiera conocen muy bien, arrastradas por la masificación y preocupadas por los más pasajeros placeres. Divinas lucen ahora, pero que poco locuaces se veían sus rostros cuando lloraban caprichosamente frente a sus madres para conseguir aquellas ropas, esos adornos y el permiso para vagar por la noche. Estas pequeñas damas, jugando a la belle epoc, cuando sus abuelas de seguro mantuvieron su hogar lavando trastos en la quinta del latifundista Jorge Temperley.

No dejes atrás a aquel foribundo personaje, el anciano que muy pituco se mimetiza en estos lares, atraido por la carne joven y el vivo recuerdo borrascoso de una vida que se le apaga. Aterrado por la señora negra que le señalara el camino a los infiernos, busca salidas de fantasía en cremas, tinturas y ropa de marca. Insaciable es en sus antojos, pendenciero con los niños, desdeñosos con los pobres, olvida el amor que alguna vez recibió de su amadisima finada y sucumbe a toda clase de vicios posmodernos.

Y no olvidemos por favor al futuro inmediato, los orgullosos universitarios, líderes de nuestro país en la posteridad; que más ocupados en algunas practicas non-sanctas que en el estudio, pierden sus caminos académicos entre alguna falda pecaminosa o confunden las vueltas de su destino con la redondez inmaculada de una barril de cerveza. Para ellos hay tiempo para un juicio más justo, pero mientras tanto no dudaran en tender redes de pena, inundadas de los sofismas más baratos, ciegos por su soberbia infundada y prestosos a intercambiar más que palabras con otro ente facultativo del sexo opuesto. Todo mientras sus progenitores, drogados con el sueño de un título, cargan a sus espaldas semejantes tumores ventiañeros.

Por supuesto todos estos individuos están bien preparados para este juego, con sus atavíos de marca, sus teléfonos con cámara y sus cabellos peinados, cortados, planchados, coloreados, desmechados, matemáticamente diseñados en alguna de las ciento diecisiete peluquerías lomenses. Es aquí donde puedes notar tales sutilezas, ya que en tus pagos capitalinos las líneas entre el ideal y la carne se hallan borrascosas, mientras que aquí es tan notoria y grotesca la transposición, que roza el ridiculo. Esto era, sin más, lo que quería que observaras: como un antiguo afán delirante por armar la pequeña Europa, sumado a la mentira de la globalización, ha dado vida a un deforme monstruo urbano que se reproduce como conejos. Urbi et orbe.

Ella, turbada por lo que había escuchado, preguntó frágil:
-¿Y qué pensás que se puede hacer para que esto no sea así?
El otro respondió con visible pena:
-No lo sé, doncella, no lo sé. Y eso es lo que más me molesta. Pero algo tenemos que hacer si no queremos que un día al llegar a nuestras casas, agotados por un árduo trabajo oficinista en alguna odiosa multinacional, nuestros hijos enfundados en sus remeras del Che Guevara, nos pregunten, consternados como lo estamos ahora, qué hicimos para que esto no sea así.
Fue silencio el resto. Hasta que llegaron los whiskies, y de un apresuradísimo trago finiquitaron a los dos.
-Sabía que ibas a querer tomar -dijo con una triste sonrisa. Y se fueron.
06-02-05

lunes, mayo 08, 2006

Un paseo (estación segunda)

Volvían ambos a sus apreciaciones simétricas caminando por la Rue Meeks, una en el cielo y el otro en la tierra, a paso rapido él y con lentísimas zancadas ella. Pretendida por los cielos, aquella cuyo cuerpo causaba pensamientos libidinosos en los transeuntes, relajaba sus ojos y se imaginaba en órbitas lejanas, buscando su estrella y desollinando volcanes por ahí. Señor de las baldosas, aquel de los zapatos brillantes, se sentía invadido por el Odio desde aquel infortunado encuentro en el callejón. Continuaron un par de cuadras ambos en su verticalidad meditabunda, cuando de la penumbra salió un eminente personaje de la fauna sureña, especimen ignoto de los parajes del Gran Buenos Aires, impávido sujeto atado por quién sabe que hados del destino: el Bonaerense. Distraidos aquellos por sus necias observaciones, no advirtieron el advenimiento de tal insigne ejemplar de las filas de la ley y el orden, así que sólo notaron su presencia cuando el susodicho oficial los increpó exclamando:
-Documentos.

Al oir aquel vocablo, nuestros héroes bajaron de inmediato hacia la horizontalidad que les exigía la situación y posaron los ojos al mismo tiempo sobre el Bonaerense. Apabullados por tal impresionante presencia tuvieron reacciones muy diferentes. Ella no pudo evitar soltar una mueca de desprecio que enseguida escondió con un gesto neutro. Él sonrió y tomó enseguida su cédula de identidad y arrebató la de su compañera de entre sus manos, para entregárselas al aparecido policía a la vez que decía:
-¡Aquí tiene oficial, a su servicio! Casualmente esperaba encontrar a alguien de su eminente profesion para despejar ciertas dudas de índole...

Pero no pudo continuar, al ver los documentos en orden el Bonaerense no hizo más que devolverlos a la joven, y sin proferir palabra alguna siguió caminando, ante la mirada de los dos adolescente, desvaneciéndose en la noche repentinamente, de la misma forma en que habia llegado.

-¡Carajo! Así jamás vamos a poder develar los secretos del universo cobanil... Impenetrable la mente de tales sujetos, inentendible su psicología, imposible cualquier conciliación con el orden y la ley si esto sigue así...Y siguieron camino, cabizbajo el uno y cabizalta la otra.
06-02-05

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sábado, mayo 06, 2006

Un paseo (estación primera)


Ya empezaban a parpadear las luces de neon de aquel antro tenebroso cuando precipitadamente, e imitando una rara danza sin equilibro, salio él. Recuperóse lentamente de su trastabillo y haciendo lo posible por caminar en linea recta pasó la cadena de la entrada. Detrás y bajo la puerta se erigía ella, que dando pequeños pasos como pétalos cayendo al suelo, se alejaba también de la entrada del recinto. Él se acercó lentamente al guardián del establecimiento y realizó una parsimoniosa reverencia. El musculoso hombre enfundado en su campera de cuero, respondió el saludo con un leve movimiento de la cabeza. Despreocupada ella alzaba su frente hacia el cielo y avanzaba con tranquilidad hacia él. Al ver que su compañera no se despedía del vigilante se dio vuelta irritado y dijo:
-¿Qué pasa, bella dama, que no saludais al eminente protector del quincuagesimo templo erigido en honor a Dionisio en la vasta Temperley, la de las sólidas praderas?
La otra, sin quitar la vista de los astros ni de detener su marcha solemne, pronunció en voz muy baja:
-Estaba viendo las estrellas.
El otro elevó su mirada al firmamento y exclamó:
-Niña, las estrellas estarán siempre allí para que las contemples.
Ella dejó tres segundos para el silencio y contestó:
-Sí, pero yo quiero mirarlas ahora.

Desoyendo su argumento, él se limitó a fijar la vista en las baldosas rotas de Meeks y seguir caminando. Sus ojos románticos trataban de llenarse con la esencia nostálgica de aquella vereda temperleiana; cada granito de polvo, cada dibujo, cada grieta contaba incansables historias sobre la vida del lugar. Veia las arrugas del barrio que perdían a su mente en los laberintos de la historia, del amor, de la pasión. A cada paso examinaba y evocaba con una melancolía extraña. Ella seguía viendo el espacio plus ultra terrestre, perdiéndose entre las luces de Aldebarán y las lunas de Saturno. Súbitamente él levanto la vista y dilucidó en la penumbra de un callejon a un viejo tilo de unos dos metros y medio de alto. Emocionado hasta las lágrimas comenzó a recitar:
-Magnífico caducifolio, hijo de la casta de los procuradores del té, digno ejemplar de un linaje que puede jactarse de sólo haber conocido la muerte de pie, alabo tu pecho duro de tronco, marcado por los años que viste pasar desde tu oscuro callejón. ¿Cómo puede ser que estés así, asediado por el cemento? Rodeado por un enemigo frío y granuloso, que con su osamenta de alquitrán trata de impedir tu espléndido crecimiento natural. ¡Ay, capricho arbóreo el que motiva la lucha entre tus raices secas y el cordón de este suburbio! Todo por la culpa de algún cerebro municipal, que mandó a asfaltar las autovías burguesas, para que sus autos del año no se llenen de polvo. De sólo ver tu tronco inclinado, abatido, muerto de pena, no puedo detener las lágrimas. Injusto progreso que vino a morderte las raices, podarte la cabeza, secar tu sangre; vil desarrollo que se deleita con cada hoja que cae en los otoños fríos y que renuevas cada primavera, solo para demostrarle lo equivocado que está. ¡Ay, tilo! Si sólo pudiera ayudarte...

Mientras él pronunciaba estas palabras, ella observaba desde la esquina con curiosidad, atención y un mutismo irreprochable, los gestos profundos que se marcaban en el semblante de su compañero. Se mantuvo quieta mirando cómo apoyaba la cabeza contra el árbol y sollozaba. De repente se sobresaltó, al ver pasar por delante suyo una figura desagradable. Este ente recién aparecido, caminó dibujando pícaras eses sobre la vereda, hacia el callejon en que su acompañante se encontraba. Al llegar frente al tilo sagrado y a la indiferencia de nuestro héroe, bajóse los pantalones y comenzó a descargar inagotable reserva de ciertos desagradables fluidos corpolares que almacenaba en su cuerpo, seguramente a causa de algún anterior desfile de sustancias emparentadas con el lúpulo y la malta. Respondiendo a tal agravio, el joven, aún cubierto su rostro de lagrimas, gritó encolerizado:
-¡Bruto! ¡Agente del progresismo! ¡Profanador de la sabia cultura de la madera! ¡Usted se merece la más dura pena del reino vegetal: el destierro!

Aturdido por las palabras del otro (o quizás, preso del éxtasis báquico en el que se encontraba) el aparecido homo ebrius sólo atinó a contestar tales insultos con un sonoro eructo que salió de sus apestosas fauces como una bala de cañon, y que asqueó por completo a su rival por el tremendo hedor con el cual infecto el aire.
-¡Imberve! Ya vas a ver...
Y a la vez que amenazaba y ponía su brazo en posición de hidra decapitada dos veces, aparecióse la damicela quien lo tomó por el hombro y susurróle al oído:
-Si terminás mal, olvidate de que te lleve hasta tu casa.
Reflexionando sobre tal advertencia recuperó el buen juicio y bajó el brazo. Se acomodó las ropas, carraspeó y dijo:
-De ésta te salvaste, impío.

El mancillador dibujó en su rostro una mueca infantil y echóse a reir. Entendiendo que su adversario decididamente no había comprendido siquiera una de las palabras que le dijera, diose media vuelta y salió indigadísimo del callejón, para volver a andar su camino por Meeks.
06-02-05
(es largo y son siete)

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viernes, abril 21, 2006

Demente

"¡Demente!" dijeron de David Dominguez, director del diario del domingo de Dolores. Debieron demostrar desagrado de desechar dicho diablo de ''Donostia'', depósito de dementes, después de devolverle dones, dosificarle drogas, desatarle desdichas, digerirle desaires, destrabarle dolencias durante doscientos dieciséis días.

"Debemos dispensarle duro dictamen donde dejemos designadas distinguidas diabluras de diferentes delincuentes, demostrando dicha decencia desmerecida, desvista, desterrada, desde décadas derrotistas" dijeron distinguidos diputados derechistas, decididamente.

David Dominguez, despojado, desamparado, desolado, del depósito de dementes desalojado, debe destino de dignamente declarado decente. Deliberadamente desocializado, despojado de dinero, de derechos; duerme despreocupado donde dejanlo descansar.

Del diario debieron despedirlo dados diferentes dogmas dioscesanos. Declarado destructor de decrépitos demonios, detectó diablillos, declaran; derritió duendes, declaman; deliró del divino deleite dispensado de dichas devotas destrezas, deducen.
Dicen dispensaba dinero del diario, debitado durante dionisiacos domingos. Durante dichos disfrutaba de damas deliciosas de dientes dorados (divas deseadas durante descansos). Desgraciadamente dejó divulgar demasiados detalles, dijeron de David deshonras difamantes, devinieron despido definitivo, desmoralizante.

"¡Debió detener dicho delincuente desempeño, doctor Donizetti!" dijo Dora Dumont, dueña del diario del domingo de Dolores.

-Demasiados desvaríos dejaron despacharsele, debieron dictaminar dichos delitos después- dirimió defectuosamente Diego Donizetti.

Durante dias decretó dolor David, dispuesto, divino, dulcemente destruido, después de deliberarlo decidió declararse demente, dejando derechos de dolorense digno.

Deshoras dilatáronse... Dificilmente David Dominguez diferencie, después de díscolos días de desertor, descenlaces diáfanos de deprimentes. Definitivamente deja detrás ''Donostía'', depósito de dementes.

02-02-04 (sigo reeditando hits)

miércoles, abril 19, 2006

Esclavismo en Saura

En el país de Saura, los príncipes cuentan con un medio muy eficaz para conseguir el esfuerzo máximo de todos sus esclavos. Cuando se delega una partida de siervos a una tarea forzosa (cosecha, construcción, minería) se establece una jerarquía vertical perfecta, en la cual cada súbdito tiene a su merced a otro. Este orden inmenso entre ellos se cumple al punto que nadie comparte la misma relación con el poder haciendo que todas las situaciones laborales sean únicas: cada esclavo es patrón y sumiso y ocupa un preciso lugar en la escala.

El sistema funciona casi de maravilla, las situaciones de trabajo son tan variadas que no hay posibilidad de sublevación y los objetivos se cumplen a rajatabla puesto que se vigilan con recelo. No hay necesidad de tener guardias libres contratados para azotarlos, su control ha demostrado ser el más eficiente. Lo que resulta más llamativo para los visires eruditos es justamente la ferocidad con que los esclavos escarmientan a sus inferiores, ya que ni un leve asomo de empatía se deja ver en ellos, sólo piensan en descargar violentamente la ira que les da el castigo de sus superiores. Los príncipes, igualmente, no dejan de introducir pequeñas variantes intentando solucionar el único problema de este método: el último eslabón de la cadena. El Mártir, como lo han dado en llamar los sabios, es el único esclavo que no tiene a ningún otro bajo su yugo, el estrato más bajo de la partida. Éste, indefectiblemente, aparece suicidado a las pocas semanas de trabajo.

La baja constante en la mano de obra es el quid de todos los escritos económicos de Saura y, hasta ahora, nadie ha logrado resolverlo. Una novedosa sugerencia del fakir Daromis logró rebajar el impacto de este problema en los emprendimientos del reino, al imponer un régimen de trabajos extra para el encargado del Mártir si es que este pierde la vida y debe tomar su lugar. De esta forma, se aprovecha muchísimo más la vida útil de los Mártires y el ritmo de trabajo se ve menos afectado por el debilitamiento de las fuerzas productivas. Por otra parte, en las partidas laborales más grandes, se está probando en la actualidad la formación de jerarquías circulares, donde el Mártir toma a su cargo al primer esclavo en la escala (quien en el sistema vertical no es mandado por ningún esclavo, sino por el funcionario encargado de la obra). Este sistema demostró tener una tasa de suicidios muchísimo menor, pero ya han habido tres casos de amotinamiento y posterior matanza en grupos así formados. Los teóricos del trabajo aún no saben a que atribuirlos, pero las perspectivas de transformar este mecanismo en el hegemónico son escasas. Por el momento los príncipes de Saura deberán seguir sometiéndose al escarnio del Sultan, quien exige la pronta solución de este conflicto.

03-02-06

domingo, abril 09, 2006

Discapacitados

Un texto viejo.



Rafael caminaba la calle como no pocos podían hacerlo a diario, pero sin duda tampoco eran muchos ya que su conducta en las aceras llamaba la atención no se sabía bien porqué. Es decir, caminaba como cualquiera, pero si te lo cruzabas por Laprida e ibas chino te dabas cuenta que era Rafael por como flotaban esas suelas largas sobre las baldosas milimetradas de la principal lomense. Las pocas veces que lo vi en su casa andaba como cualquier hijo de vecino, en boxer y con las patas sueltas, pero por la calle todo el mundo lo notaba. No es que estirara las piernas ni que moviera brazo y pie derecho juntos, o arrastrara un zapato atrás del otro, nada que ver. Caminaba igual pero diferente. Por un tiempo pensé que era mi impresión únicamente, hasta que le pregunté a los demás y completando con una improvisada encuesta callejera ratificamos lo supuesto: sí, efectivamente, caminaba diferente pero igual. Dos de los chicos lo adjudicaban a su cara de boludazo. Las chicas lo referían a su físico lungo.

Para mí no era nada de eso, aunque fuera flaquísimo, midiera un metro noventa y la cara de salame no se podía negar. Lo de la encuesta había sido necesario porque todos nosotros eramos un cuelgue con patas y teniamos un sentido de la realidad que venía mal de fábrica, que nos encargamos de abollar con el porro y de potenciar con la junta. Rafa era el sanito del grupo, el que no caía en absurdos paroxismos de sus patologías para llamar la atención. Por eso me obsesionaba ese detalle, el normal era el más honesto en su rareza. ¿Qué hacía? ¿Jugaba con los caminos? ¿Saltaba baldosas disimuladamente? ¿Rompía inocente el ritmo de su caminata con un paso en falso? ¿Era víctima de una impredecible treta de sus pieses? ¿O era cómplice? Yo era un mar de enfermedades de ese estilo por esa época y admito que lo invité a tomar más de una cerveza sólo para llegar más temprano que él y observarlo minuciosamente cruzar Boedo, tratando de descubrir un desliz, una anomalía. En vano, su andar era un puntillismo, individualmente eran pasos, a la distancia era una obra de arte. Sólo se podía mirar la imagen de lejos y sentir ese no se qué del que dependemos cada vez más para designar. Y en eso pensaba mientras llegaba y se iba el mozo, volvía con la botella y se volvía a ir dejando sin cambio por darle propina y cargando con las palabras de Rafa a las cuales respondía pobremente, turbado como estaba.

Como todas mis neurosis se me fue pasando lo de mi amigo y poco a poco lo volví a ver como una persona normal que caminaba especial, pero común. Con el asunto del traslado lo dejé de ver y esa cuestión motriz quedó estática por un tiempo largo, y bien plantadita como estaba en la fértil tierra de mi inconciente hoy la vengo a encontrar. No sé si es porque a la distancia los puntos hacen la imagen, pero a diez años de no saber nada de él resolví el misterio: a Rafa le faltaban las piernas. A nosotros, al parecer, todo lo demás.


06-06-05

jueves, abril 06, 2006

Él está solo y tiembla

Él te intuyó por el peso del aire
te sospecho cuando tu amigo
te reconoció bajo tus tres disfraces.

Él eligió la izquierda
cuando vos la derecha.
Te vio subir la escalera,
te esquivó en la puerta.

Se escondió atrás de un diario
regalándote un vagón,
tanto le sudaban las manos.

Vos lo viste y lo mataste,
lo transformaste,
lo llamaste,
sus poderes le robaste.

Él lee revistas y libros,
compra caramelos, palitos.

Él saca boletos de ida y vuelta
toma trenes
toma subtes
toma cafés dulces.

Él saca fotocopias
camina cuadras
dibuja con fibras
duerme plazas.

Él cristaliza recuerdos
viaja en colectivos
te mira en sueños.

Él sube escaleras
las baja
transpira
lamenta.

Él está solo y tiembla.
Vos sos la nube,
no la tormenta.


05-04-06

lunes, abril 03, 2006

Más obscenidades

Segundo adelanto de un texto asqueroso que todavía no convence.


Para Lucio, Venecia era simplemente muy puta. Ella lo consideraba de otra forma, naturalmente. Se veía a sí misma como una devota de las pijas y las conchas, una mártir que en vez de besar leprosos se abnegaba al cuidado de los sexos. Su vida era difundir la noticia del buen coger, propagar el clímax entre sus fieles, bregar por la plenitud de los cuerpos. Trascendía la excitación, se sentía obligada por una tarea divina. Antes del servicio sexual explicaba a sus iniciados que ella no cogía, ni culeaba, ni garchaba, ni fifaba, ni curtía, ni empomaba, ella hacía el amor. "Más precisamente -aclaraba- lo reparto". Con frecuencia se echaba sábanas encima mientras tenía sexo y se imaginaba vistiendo hábitos blanquícimos. En su mundo, los gemidos eran plegarias y las pijas sacramentos.La familia de Venecia se encargaba de mantenerla con tal de ahorrarse su presencia en el piso de Belgrano R. Con la buena suma que le pasaban sus papás ella alquilaba un rudimentario departamente en Caballito y se las arreglaba para vivir bien sin trabajar. Sus horas se iban entre erráticos paseos por el centro alerta ante la posible aparición de un alma en pena a la cual aliviar. Cuando trataba de "convertir" (tal la palabra que le encantaba utilizar para designar su labor) a alguien trataba de ser directa. No se valía de las sutiles palabras, tan comunes en otros evangelizadores. Su estilo era lascivo, sucio, prepotente, quizás único.Cuando recién había concebido la idea de su prole, Lucio había visto en ella a la candidata ideal para alojar su esperma. La beata del buen coger no se negó a su propuesta y durante dos meses provocaron el embarazo con hasta cinco sesiones diarias de catecismo vaginal. Lucio no estaba especialmente interesado en ella. Había sido hacía cuatro años, durante la época cuando todavía tenía sexo, pero ya desconfiaba del genero humano. En cambio Venecia estaba infernalmente atraída hacia Lucio. Se encontraba obsesionada con su cuerpo estoico y su actitud indiferente hacia sus dones amatorios. Le clavaba las uñas, lo mordía, le gritaba, lo empujaba y él no decía ni hacía absolutamente nada, proseguía impecable con su ritmo metronómico la melodía del coito. Asediando su concha rabiosa a sangre fría.A los dos meses Lucio se cansó de Venecia. Se convenció de que estaba loca y le pidió que abortara. Ni siquiera sabían si estaba embarazada o no, pero igual ella aceptó. Lucio nunca se enteró por cual de las dos razones no tuvo un hijo suyo. Desde entonces ella lo persigue y quiere traerlo de nuevo a su rebaño, tentándolo con su estilo visceral y agresivo. Lucio sigue pensando que Venecia simplemente es muy puta y no puede dejar de verla como un obstáculo.