martes, marzo 21, 2006

Astronauta

-Se llama Roque y trabaja de astronauta.
Así se lo voy a introducir. Se va a reír casi inaudiblemente y le voy a agregar:
-Sus amigos le dicen Roque Rocket, pero en realidad se apellida Galíndez.
Ahí sí se va a reír fuerte, justo cuando las demás personas del café noten al muñequito sobre la mesa.

A Lorena le cuesta soltar la risa, como si la llevase con correa; pero no se puede resistir a dos chistes tan pegados. Ella sabe que yo sé que funciona de esa manera, que esa es la táctica para verla reír. A ella le gusta que yo la divierta y a mí me gusta divertirla. Funcionamos a risa nosotros. Es con el lenguaje que mejor nos entendemos, el que más disfrutamos.

Hace ya unos meses que no podemos abordar temas sin chistes, nos resulta imposible mantener la seriedad por mucho tiempo. Empezó cuando me echaron del trabajo a mitad de año. Entonces fui a su casa para recibir el apoyo que merecía dada la situación, y apenas puse un pie en su casa me dijo que me habían echado, que se me notaba porque caminaba como una torpe imitación de Chaplin. Yo le dije que no me causaba gracia, me senté en el cordón y hundí la cara entre las rodillas mientras me sostenía los cachetes con las manos. Instantáneamente ella desató su carcajada más profunda.

Y después el cumpleaños de Margarita, yo llegando tarde con un Jack en proceso de descomposición y unas monedas de chocolate; justificando mi retraso diciendo que había tenido que rescatar a mi amigo Hijitus de un barquillo pirata. Margarita no entendía esas bromas, pero se había reido exageradamente ese día. Sospecho que sólo porque quería caerle bien al Ruso, que era muy amigo mío y hacía unas semanas había terminado con la novia.

Más allá de eso, nuestro afán por evadir las palabras no se limitaba a la técnica del humor nada más. También habíamos desarrollado con el tiempo la estratagema del silencio; que consistía básicamente en sostener una charla efímera, sin ningún contenido importante y casi librada al azar, hasta que los dos nos callábamos repentinamente y nos limitábamos a mirarnos abriendo bien los ojos. Este sabotaje a la lengua se sostenía por cantidades inverosímiles de tiempo y por lo general lo teníamos que dejar en tablas cuando el mozo se acercaba a cobrarnos. O, si estábamos en casa de alguno de los dos, cuando un familiar circundante nos preguntaba si andaba todo bien.

Con Margarita ni siquiera sugerí estos juegos. Aunque estoy seguro que eso la hubiera satisfecho; resultaba obvio que si ella hacía todo lo que hacía era por celos a Lorena. Yo, en cambio, lo hacía por el vacío que me inundaba el pecho cada vez que Lore hablaba y no hablaba, por una extraña certeza que tenía desde el principio, la sensación de que no ibamos a durar mucho.

El Ruso, en varias ocasiones testigo de nuestras no-conversaciones, me comentó una vez cuánto admiraba que Lorena y yo pudiéramos evitar tanto las discusiones, que resultaba increíble que no nos peleáramos. Yo callé y otorgué, porque al Ruso lo quiero pero sé que hay cosas que aunque me empeñe en explicarle no va a entender nunca. Pero a pesar de lo que opine mi amigo eslavo, el playmobil está adentro de mi mochila esperando para que yo lo saque y le diga a Lorena: "Se llama Roque y trabaja de astronauta". Esperando para oír con sus oídos nunca pintados la risa muda y la risa fuerte de Lorena. Esperando que ella lo guarde en su cartera, que yo termine de no hablarle para que se lo lleve y lo ponga en su biblioteca de pino, de espaldas a los dos tomos de A P o apoyado contra un libro de Porrúa, que son más anchos que los demás y por eso sobresalen de la fila de libros.

A su vez Lorena estará esperando que yo tenga no uno, si no dos chistes buenos para poder explicarle todo, porque con la estratagema del silencio no va a alcanzar esta vez. Tampoco podría cambiar monedas de chocolate por su valor correspondiente en besos (1 a 100), ni mucho menos contar con la ayuda de un mozo salvador que nos inste a dejar el encuentro en tablas.

Yo, por mi parte, me libro a la suerte de Roque Galíndez. Espero que él, con su casco de astronauta y sus facciones en serie, pueda expresar mejor que yo y mi pobre materia verbal lo alejado que me siento, que no quise lastimarla y que si no quiere volver a verme sobre la faz de la Tierra, yo estoy dispuesto a despegar.

23-09-05

miércoles, marzo 15, 2006

Ausencia

(el único poema propio que me gusta)

Tengo roto el verso
el verso terco
de mi poesía dura
necia
vaga
inmadura.

Tengo sensible
el espíritu lírico
sufrido
olvidado
fútil
maltratado
arrancado
negado
a la fuerza reincorporado.

El genio cohibido
tímido
inhibido
de tanto vivido
enfermo de espanto
queriendo volver
queriendo mover
buscando aguerrido
el viejo encanto.

Tengo una pluma
y la idea hueca
ahogada en recursos
de tinta seca
la toco
la marco
le encuentro la vuelta
en lo más profundo
anuncia esta ausencia.

26-12-05

domingo, marzo 12, 2006

Probabilidades

Este cuento... Resabio de una tarde sin adjetivos. Ojalá les guste.


Las calles se llenaban de paraguas y botas y yo disfrutaba de un clima poético tan sólido, tan digno de la melancolía de cualquier poeta de mala muerte, que no podía evitar pensar todo en clave de lluvia. Era una tormenta sorpresiva, creía haber escuchado en el noticiero que no llovería hasta el jueves. Nosotros estábamos abrazados, friolentos (sobre todo yo, debo reconocerlo), sentados en un escaloncito de la vereda. Aún conservaba el aroma del cardamomo sobrevolando mis dedos de uñas comidas, era la segunda vez que bebía de su boca y reconocí sus labios más húmedos que la vez primera. Recordaba con nitidez los besos chillones del viernes anterior, besos de labios secos, quizás partidos por el frío. Pero húmedos o secos, lo único que me importaba eran los labios de donde venían.

Ella se quejaba del dolor de panza. "Me voy a morir" gemía con violencia. Yo me compadecía del dolor y procuraba curarlo a caricias mientras seguía digiriendo el cine, los libros, el banco en aquel pasaje tan despoblado en pleno microcentro porteño. Estábamos escondidos entre los paseantes, los albañiles de enfrente y los chicos que jugaban a la pelota en esa peatonal fantasma, a tan sólo setenta metros de Corrientes, pero tan lejos, pero tan cerca. Habíamos estado hablando un largo rato y yo ni una caricia, ni un susurro al oído, no por vergüenza si no como si me sintiera culpable por algo que hubiera hecho. Mientras hablábamos de la familia, de Cortázar, de Mastroniani, de los teatros en los que ella ensayaba, de las muestras de la semana próxima, de amigos en común, no pude liberarme de esa extraña sensación.

Ella se quería llevar a su casa a la mas chiquita de los que jugaban al fútbol. A mí me había encantado la subversión con que uno de los nenes había cortado la cinta de "no pasar", arrastrándola en su correría tras el balón. Pero de ahí a llevármelo había una diferencia. La misma diferencia, conjeturo, que inhibía mis potenciales caricias sobre ese banco pequeño, al costado del improvisado potrero y a la sombra de los chaperones edificios porteños. Porque ella lo decía en serio, yo sabía que lo decía en serio. Que si contase con los medios económicos y legales como para hacerse cargo de esa nenita, se la llevaría y la criaría con un amor de madre pocas veces visto en una adolescente de dieciocho años. En cambio a mí me conformaba el placer de ver la cinta de contención romperse; y el niño como añadidura, como complemento agente únicamente. Y en ese momento yo la sentía demasiado ajena a mí, como si perteneciéramos a realidades distintas, aunque superpuestas; como si yo fuera solamente una calcomanía adherida a su verdad. Entonces no podía besarla porque me perturbaba esa distancia de pegamento que nos separaba y nos unía, por más que estuviéramos sentados en el mismo banco, en la misma peatonal fantasma.

Yo recuerdo pocos detalles de la película, lo que prevalece es la sensación de desnudez que me dio el Maestro al revelar humildemente todos los recovecos de su persona. Me sentía espiando el mecanismo secreto de una máquina fascinante y enigmática, a la vez que escuchaba como alguien instruía a un tercero sobre su complejo funcionamiento, sin entender yo demasiado. Casi como si frente a un aparato absurdamente complejo me dijeran: "así opera un actor, aquellas son las bobinas que regulan sus movimientos, ésos los pedales que accionan su locomoción, éste el combustible con el que se pone en marcha". Yo pensaba en ellos como envases retornables de incontables demonios de ficción, divagaba en la sublime unidad simbólico-biológica capaz de prestar el aliento a millones de seres de piedra, y entonces sólo podía atender a la maravilla de tener a uno de ellos a mi lado. Y perdía el ritmo del cinematógrafo y pensaba que mientras yo sólo podía tallar granito durante noches asesinas, la diosa que tenía al lado era capaz de insuflar vida a los pesados golems de materia verbal que yo creara.Creo que cuando las luces se encendieron mi delirio ya se había apagado y entonces sugerí la idea de tomar un café. "El gato negro" se llamaba el lugar, como aquel que atormentaba a Poe. En ese momento pensé que seguramente escribir el cuento fue la mejor solución que encontró el trovador para matar de una vez y para siempre alguna macabra pesadilla felina que debería estar atormentándolo. Y esta idea acudía a mi mente y ponía en juego a la muerte en esta desordenada partida mental. Mis sinapsis, como siempre, me condujeron a lo inevitable: actuar es dar vida, escribir es matar. Quizás esa fuera la diferencia de esa tarde.

El café lo pedí con cardamomo porque los dos sospechamos que eso era lo que olía tan bien en el ambiente. Yo hablaba y me sentía un poco mareado. Escuchaba a duras penas lo que ella decía, hasta que me preguntó si me sentía bien y yo le dije que estaba bárbaro, que me disculpara que pasaba al baño. Subí la escalera pegado a la veranda, abrí la puerta despacio y una vez en el baño, me senté en el inodoro y atajé mi cabeza entre mis manos: la sentía hervir. No sé cuanto tiempo estuve ahí dentro, sólo sé que focalicé mi atención en un rincón que por mugriento disimulaba los pedacitos de veneno para rata que el encargado de limpieza había dejado. "Paradójico, siendo el Gato Negro", pensé. Me lavé la cara y me recuerdo abajo. Ella no estaba, seguro me había imitado y había ido al baño en mi ausencia. Jugaba nerviosamente con la cuchara de su taza de té. Al rato apareció, al verla me sentí más tranquilo, de repente había olvidado mis dilemas sin sentido y el razonamiento de antes me parecía una locura inocente, propia de mi mente obsesiva.

Ella terminó su taza de té, pagué, dejó la propina y nos marchamos. En el colectivo tomé su mano y la llevé encerrada entre las mías como si fuera el más valioso de los tesoros. De hecho, lo era. Había dejado de reparar en esa diferencia inventada durante nuestra conversación en la peatonal oculta del microcentro. Cuando llegamos a Lanús, nos sentamos en un escaloncito de la vereda a esperar mi colectivo y probé su boca por segunda vez. Su beso era inexplicablemente más húmedo, quizás también un dejo amargo del café lo acompañaba.

"Me voy a morir" dijo ella. "Me duele la panza", explicó. Yo procuraba calmar su dolor con caricias mientras digería la noche. Besaba su boca amarga, olía mis manos de cardamomo y volvía a perderme en su don de animadora y mi estigma de asesino. Mi condena, la necesidad de crear y la sola posibilidad de matar. Matar lo que es, al tallar en piedra lo que no es. Su cuerpo dadivoso, picante como el cardamomo, en contraste con mi lenguaje tóxico, amargo como veneno de rata. Ella dándome algo de vida como a uno de sus papeles, vertiendo cardamomo en mi taza, esperando que me alegre. Yo matándola como a un personaje de mis páginas, escondiendo el veneno en su té, ansioso por que carcoma sus entrañas.

Sentí un beso en la mejilla. Salí de mi ensueño y noté que, al contrario de lo que imaginaba, no llovía, no hasta el jueves. La besé en sus labios de frutilla, me apreté bien contra su hombro y le susurré:
-Afortunadamente sólo te puedo matar con letras. No puedo resistir esa pasión embalsamante de vaciarte de sangre, huesos, linfa, para rellenarte con metáforas, hipérboles, antístasis. Sin contar los oximorones en los que te voy a ubicar, esos son mis preferidos. La ficción, yo ya te dije, es mi droga. Levantó la cabeza y me dijo:
-Me parece que se va a largar a llover.


16-12-05 y corregido el 07-02-06

miércoles, marzo 08, 2006

Cómo destruir a un robot



Para empezar
cambie el aceite
por un poco de brea,
así se moverá muchísimo menos.

Luego escúchelo,
todos sabemos que los robots
dicen mayormente idioteces sin sentido.

Usted escúchelo,
pero después niegue
rotúndamente
todo lo que dijere.

Luego vuélquele una gaseosa,
o dos,
o tres,
y abandónelo bajo la lluvia.

Si tiene baterías
no se las saque
será mucho mejor
que se le gasten .p o .c ..o ...a ....p ....o .. ...c .... .....o.

Para terminar
esconda su control remoto
en un cajón olvidable
y no lo llame
ya nunca más.

08-03-06

siguiente

miércoles, marzo 01, 2006

Adelanto sobre un texto asqueroso

Más adelante voy a explicar porque escribo un blogspot, como hace todo el mundo. Ahora quería mostrarles un adelanto de un texto asqueroso, producto de perversas conversaciones gesellinas con el señor miparedro y de otras reflexiones que maquiné por cuenta propia. No hay título tentativo para esta idea larvaria (¿será un comic?¿será un cuento? ¿será una novela?). ¡Ojo, la influencia de Nielsen no es tal como puede sospecharse porque la idea es anterior!
No esperen demasiados acentos ni se extrañen de alguna que otra falta, es un borrador.




Para Marcos la cuestión no pasa por el émbolo, por el tubo de ensayo, ni por el porta-objetos. Para Marcos es la paja, aunque no solo la paja, sino mas bien la paja y lo exótico, la paja y la joda, la paja y la forrada, la paja y lo perverso, en fin, la paja y el goce agregado. Ahora me arrepentia de haberle contado. No paraba de hincharme las pelotas con venir a la clinica para masturbarse dentro de un tubo. Ni siquiera le interesaba el espermograma, solo queria el tubo. Y hacerse la paja. Me molestaba su insistencia y lo hubiera dejado con tal que se deje de joder si no temiese que alguna recepcionista botona buchoneara sobre su visita. No me tenian vigilado ni nada por el estilo, pero no quiero llamar la atencion.Ya van dos años casi que formalicé la busqueda del útero de cristal. La rutina sigue siendo la misma: que no sea muy alta, que no sea muy baja, tampoco obesa, menos una flacucha, ni una loquita ni una demasiado despierta. No tiene que tener un novio, ni sexo con frecuencia. Ese es el primer filtro, con una breve charla ya está. Despues tengo que comprobar los analisis, la parte de oficio: hemograma, anemia, diabetes, tiroides, HIV. Embarazo tampoco lo puedo dejar de lado, a ver si algun gil ya se me adelantó. El tercero es mas jodido: tiene que ser una nodriza natural. El primer mes de vida es vital para el correcto desarrollo de las funciones cerebrales, y la unica garantía de una formacion correcta la da la leche materna. Es muy dificil saber si una mujer puede amamantar. Todavía no existen estudios que puedan decirme eso. Recien al sexto mes de embarazo comienzan a secretar leche. Afortunadamente existe un grupo de privilegiadas entre las hembras de nuestra especie que producen leche dulce como la miel constantemente. Poseen un don que pone a trabajar a las hormonas mamarias todo el tiempo. El treinta por ciento de las minas pertenece a esta categoría, pero la mayoría nunca lo sabe, porque el uso de anticonceptivos inhibe a esas hormonas. Por eso, si alguna pasó por todos los filtros, empieza el laburo fino y tengo que andar adulterando frasquitos sin que se den cuenta. No hay anticonceptivo que no su parezca a una golosina. Acá se puede ir todo al carajo, porque si bien me preocupo por buscar mujeres que no cogen mucho, capaz que tengo la mala leche de que justo la semana que le saco los anticonceptivos se consigue un macho.Una vez me pasó, Alina se llamaba. Era linda pero muy tímida, por lo segundo terminé eligiendola. No sólo porque eso prometía la castidad deseada, sino también porque mientras mas neutra sea la personalidad de mi utero, mucho mejor. Pero al final demostró ser bastante puta, porque al mes volvió para hacerse un test de embarazo que le dio positivo. "Y si, a veces fallan estas pastillitas" le dije ironicamente, ocultando mi enojo "tenes que usar preservativo también". Ella me dijo que no sabía que iba a hacer. Esa era la contraseña, ella seguramente no lo sabía, pero como vi su cara abrumada por todo lo que le venía por delante, como un tren de mamaderas y mierda o una estampida de rinocerontes en pañales, me parecio correcto ofrecerle mis servicios, sutilmente. "Siempre hay una solución a los problemas" le dije con media sonrisa indiscreta. No entendió. Me dijo que ojalá la hubiera. Le entregué los análisis y sospecho que recien despues de que cruzó la puerta entendió lo que le proponía. Me llamó por telefono a la clínica, y me sorprendió el desenfado con el que me preguntó si "hacés abortos?". A la semana nos encontramos en la casa de Martín y le sacamos un peso de encima. Pero su vientre rajado ya no me interesaba, Alina no tenía mas lugar en mis planes.