jueves, julio 30, 2009

Tocayos

-No te pongas a maquinar. Vos ya sabés cómo son estas cosas, hoy está en todos lados pero en un mes y pico o dos la gente ya se olvidó.
-Ya pasó varias veces, Clara. Va a volver a pasar de nuevo, lo sabés.
-Tenés que tomártelo con un poco de humor, es obvio que los chicos de la ofi no te lo hacen para forrearte. Reconocé que es gracioso - Fabián le clavó una mirada asesina dejando a las claras que no le parecía nada gracioso -. Además, ¿vos te pensás que en cinco años la gente se va a acordar de que Fabián Gianolla se comió un travesti? Yo tuve un compañero de colegio que se llamaba Eric Estrada, como el de Chips, el de las pastillas para adelgazar.
De dos meses Clara había subido a 5 años, se pisaba sola.
-Reduce Fat Fast.
-Sí, ésas. El pibe la pasó mal de segundo a tercero, pero para el viaje de egresados no se acordaba nadie.
-Sí, Clara, me contaste veinte veces esa anécdota, pero te recuerdo que según la misma historia a Eric lo dejaron de cargar por la propaganda cuando se enteraron de que había debutado con la profesora de geografía.
-Bueno, pero se van a olvidar igual... Escuchame, no te podés cambiar el nombre, siempre fuimos una familia muy orgullosa. Si papá viviese...
-Mirá, primero fue el mariposón que se quería levantar a Franchella, con eso tuve completito todo el primario... Después la pelotudez esa del desafío de la blancura y el "no-te-te-ne-mos-mie-do". La mierda esa de canal 2 decí que no la veía nadie. Ahora que pensaba que todo había terminado, que a fin la carrarera del energúmeno ese había muerto, ¡el hijo de puta da un manotazo de ahogado comiéndole la boca al puto aquel en el programa de Tinelli! - golpeó la mesa.
Terminado el ofuscado discurso, Fabián Gianolla, el contador de veinticinco años, se acomodó en la silla e intentó serenarse. Clara Gianolla, su hermana cinco años mayor, intentó continuar consolándolo, pero él ya no la escuchaba. Estaba concentrado en el movimiento que comenzaba a ordenar en su mente las piezas de un macabro plan que quizás desde hacía algún tiempo se venían acumulando, pero que repentinamente se proponían encastrar formando una figura seductora, admisible.

*

El reloj de la recepción marcaba las neuve y diez de la mañana en las oficinas de la emprendedora productora argentina. Era la hora del maquillaje en todos los estudios televisivos del país. Había pasado un mes desde el polémico beso entre el comediante y el transformista. Se especulaba con la reaparición de ese sketch dadas las bajas mediciones de Junio en general. Fabián Gianolla se encontraba en el camarín. El actor cómico practicaba sentado frente al espejo las líneas de su pronta aparición en el programa nocturno que se grabaría esa mañana, al tiempo que su maquillador ensayaba los distintos tonos de pintura. En medio de la repetición de su nueva muletilla se detuvo y le dijo al reflejo de su maquillador:
-Che, pero ¿qué estás haciendo? Esta base no es -hubo un pequeño silencio- sos nuevo, ¿no?
-Uy, sí, disculpame. Ahí te lo arreglo desde el cuello.
-Todo bien, igual falta para grabar. ¿Cómo te llamás?
-Fabián. - contestó suscinto el maquillador mientras guardaba un plumín y buscaba otra cosa en su bolso.
-Ah, tocayo... - dijo el actor, mientras se distraía con un centelleo metálico en el espejo, cerca del comienzo de su máscara facial.

30-07-09

martes, julio 21, 2009

Cecilia Luccisano, trabajo póstumo de Leonardo

La obra de arte más realista de la vida misma tenía veintiocho años y vivía a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca. Miguel Rosa lo supo doce días antes que el resto del mundo. Fue al norte lo mismo que podría haber viajado para el sur y pasó por Catamarca por razones tan azarosas como las que podrían haberlo llevado a cualquier provincia; siempre que fuera esta del norte claro, ya que allí, se ha dicho, había fijado rumbo determinado por influencias inciertas o acaso abusando del más caprichoso de los libres albedríos. Cecilia Luccisano nació el quince de Junio de 1974 adentro de la casa frente a la que el Peugeot 504 de Miguel estaba a punto de detenerse, y hacía treinta y seis minutos había regado las azucenas que el visitante pisó sin darse cuenta cuando descendió del coche. Barría el camino de piedra que entraba hasta su casa aunque la calle fuera de tierra y el viento la empujara en un soplido tenue e igualado. Miguel Rosa dijo "buenos días" y se sacó los anteojos de sol, movimiento que alcanzó para empujar definitivamente la gota de sudor que vacilaba en su entrecejo cejijunto y que pasó a escasos centímetros de su ojo derecho, el cual se cerró a la par de su análogo, para que una mano derecha o izquierda limpie la cara a la vez que escuchaba "buenos días" en un dulce timbre de voz. La miró. La mujer había dejado de barrer y lo miraba. Asombrado por su belleza le preguntó dónde podía encontrar una estación de servicio. Quizás no lo dijo muy claramente, porque la mujer estiró el cuello sin responder nada. Repitió. Ella contestó que no sabía, y cuando calló, él sintió en su cara un color levemente familiar. Escrutó su rostro mientras la otra mantenía la mirada semiatenta. Preguntó lentamente si por casualidad tenía algo de gasoil. Sin saber porqué aclaró "o diesel". Ella pareció sonreir y le dijo que no, pero que un vecino subiendo al pueblo tenía un rastrojero y que podía pedirle. Sin que él dijera nada le indicó como ir. Cuando termino de hablar el otro cayó en la cuenta de la idiotez que lo había poseído y, repuesto, le dijo que gracias y caminó al auto. Se dijo que no se había enamorado de una extraña. Subió al auto. Justo antes de darle arranque se acordó de que se había quedado sin gasoil. Bajó del auto y caminó como le habían indicado. Exactamente a mitad de camino se produjo la sinapsis que esperaba e inmediatamente volvió para atrás. Cecilia Luccisano tenía un rosario entre las manos y Miguel Rosa en la cabeza un plan. Entró sin golpear y la vio arrodillada con un cuerpo de pera frente a un colorido altar adornado con la figura de un santo anónimo (para él). Golpeó la puerta abierta de par en par y cuando la mujer se dio vuelta habló tan rápido que ella se asustó, entendió poco y pensó que la habían insultado.

Cinco días después llegaban a Buenos Aires y Miguel había despejado buena parte de sus dudas. Ella no recordaba haber visto el cuadro. Nunca nadie se lo había dicho. En el interior de Catamarca se come mayormente dulce casero. El apellido era italiano pero el parecido venía de su abuela materna que era Jiménez. Ella durmió en su cama unas poquitísimas horas mientras él estuvo toda la noche en el sillón llamando por teléfono. A las dos de la tarde estaban en un departamento de Belgrano. Una mujer delgada y que sudaba nicotina la maquilló y le hizo poner unas telas grisas mientras Miguel hablaba con una joven de anteojos gruesos. La hicieron posar. Unos cuantos flashes, media sonrisa y llegaron los sánguches de miga. Sacaron más fotos y terminó. Comieron. Ocho días después la página cuarenta y nueve de una revista de cinco mil ejemplares titulaba "La Mona Lisa argentina" . La nota, de cuatro columnas cortas, empezaba in media res y a la manera estereotipada de los artículos de interés general:

La Mona Lisa argentina tiene veintiocho años y vive a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca.

Las fotos eran bastante malas y era difícil asociarlas al pincel de Da Vinci, pero el rostro era lo suficientemente convincente como para dejar pasar las desavenencias técnicas de montaje y composición. Cobraron quinientos pesos y algunos lectores mandaron simpáticas misivas a la casilla de mail de la publicación. Se arregló otra sesión de fotos más producida a la que asistirían incluso cámaras de televisión. Era para la revista del gran diario argentino y su canal asociado. Esta vez las hojas fueron catorce y quince, y el titulo era "Como de la mano de Leonardo". El artículo empezaba:

La obra maestra de Leonardo tiene veintiocho años y vive a sesenta y siete kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca.

El lunes el noticiero del canal asociado a la revista del gran diario argentino rellenó cuatro minutos de aire con el backstage de la sesión fotográfica e imágenes del artículo, todo acompañado por una voz en off que explicaba el evidente y singular fenómeno. Una agencia internacional de noticias vendió la nota a algunas señales extranjeras, que la bajaron a sus propios diarios, de cuyos sitios la nota fue linkeada en numerosos foros y ventanas de chat. El asombro fue global.

A las tres de la madrugada del día veinte sonó el teléfono de Miguel, que dormía. La mujer vaciló algunos segundos pero finalmente atendió y, aunque al principio escuchó algo sorprendida la voz del otro lado del teléfono, estuvo hablando por media hora. Cuando Miguel despertó no vio ni a la Mona Lisa ni al bolso de lona en donde tenía toda su ropa.

*

Tapas de revista, reportajes, eventos. Desde su primera visita al Louvre hasta su participación en los premios MTV, todo lo vio. Sabía que el filántropo del arte Constantino Malvón, multimillonario y con buen gusto, para qué negarlo, la había invitado a vivir en su quinta de Pilar. Sabía que tenía un affaire con un importantísimo empresario italiano que había sido relacionado alguna vez con la mafia napolitana. Sabía de la preocupación de sus seguidores por el constante asedio a su vida privada por parte de los papparazzis que, paradójicamente, no paraban de perseguirla a todos lados gracias a la devoción suculenta de noticias de sus fans.
El paso de su departamento al estrellato mundial fue lo suficientemente rápido como para que él ni siquiera llegara a cobrar la plata de la segunda sesión de fotos. Sus manos que habían lucido hasta hacía poco sin vergüenza bijouterie de plástico hoy estaban cubiertas por oro y diamantina. Miguel no sentía rencor pero no podía dejar de repasar en su cabeza negocios perdidos: el precio de cenas con la Gioconda, desfiles en donde participara la Gioconda, propagandas de zapatos, infinitas posibilidades de vender a la Gioconda. En la cima de su delirio empresarial hasta llegaba a preguntarse desesperanzadamente ¿cuánto podría pagar alguien por cogerse a la Gioconda? Casi todas las noches se quedaba haciendo cuentas sin sentido hasta quedarse dormido.

Los historiadores trazaban linajes absurdos y reproducían árboles genealógicos inventados. Todos ellos estaban en desacuerdo y debatían infinitamente sobre el origen de la sangre de las retratadas. Vio un documental por History Channel, el presentador señalaba lo misterioso de la falta de evidencia histórica que enlazara a una mujer con la otra. Un pensador sostenía en otro canal que, en todo caso, lo verdaderamente alarmante consistía en que el universo había dado una prueba inequívoca de su pobreza de elementos; que como mucho había que darle seiscientos años a historia universal para que necesitara acudir a los mismas planos o a que sus vanas combinatorias produzcan resultados idénticos. "Lo que sucede es que si la naturaleza cometió el pisotón cósmico de repetir una mujer -al menos es la única de la que se tiene testimonio- entonces quiere decir que el Cosmos no es tan inabarcable como pensamos." La presentadora asentía con una sonrisa enorme. A él esa finitud le pareció algo terrible.

Podía tratarse de una falacia, otros argumentaban. Lo realmente seguro era que ella es idéntica al cuadro, pero no conocimos a Lisa di Giocondo. Quizás atribuimos más maestría de la que hubo y el retrato de Leonardo no es tan fiel a su retratada. Aún así es perturbador que la tela este ahí, desde hace casi seis siglos, esperando su verdadero modelo. Alguien del panel hizo una pregunta pelotuda y quedo inconclusa hasta la vuelta del corte. Él cambió a TyC.

Probablemente el pico máximo de su fama mundial tuvo lugar cuando a la salida de un evento de alfombra roja un periodista británico le preguntó qué sentía al verse en el cuadro. Mona Lisa, que ya había aprendido un dignísimo inglés contestó grácilmente: "No creo que me parezca demasiado". Ese gesto, que fue tomado por el mundo entero como un acto de modestia sublime y desprendió una sonrisa acaramelada de cada televidente, la puso muy por encima de la princesa de Holanda y de varias actrices, incluso de aquellas que habían adoptado nenes tercermundistas en el último año. Él no percibió ninguna deferencia, pero no faltaban quienes la criticaban.

Esa misma semana, vio por Sony un reportaje cara a cara hecho por un conductor canoso, trajeado, que no paraba de hablar. El periodista norteamericano la indagaba acerca de sus impresiones sobre el mundo del arte y su relación con diversas personalidades que el no conocía. En el videograph se leía "Cecilia Luccisano, actress". El programa estaba subtitulado, pero él, semidormido, no llegaba a leer por completo sus respuestas, presumiblemente en un inglés tímido que dificultaba la tarea del traductor. En un momento entró un tipo barbudo de pelo largo y plateado vestido con una toga, una boina sobre la cabeza y un pincel en la mano. Las risas de fondo lo convencieron de dormirse de una vez.
Esa fue una de las últimas veces que la vio. Aunque continuaba siendo una celebrity, él se cansó (como algunos) y, quizás ya curado del dolor, empezó a evitarla con el control remoto.

*

Cinco años después, cuando algunos críticos comenzaban a atribuirle rasgos barrocos e incluso manieristas, Mona Lisa cayó enferma y, unos meses más tarde, murió de cáncer. Los funerales duraron varios días, el cuerpo fue embalsamado y aún se decide dónde exponerlo.

El día de su deceso Miguel Rosa salió a la oficina sin mirar el matutino. Cruzaba la segunda cuadra de las nueve que lo separaban de su trabajo y en un puesto de diarios vio la noticia. Leyó atento pero con gesto despreocupado la portada del ejemplar atado y apoyado en la cima de la columna de diarios. Rozaba suavemente las monedas en su bolsillo y repasaba detalles intrascendentes cuando la chica que atendía el kiosco de diarios, con expresión extraviada, le preguntó:
-Disculpame ¿vos sos el de la tele?

20-09-07
Texto leído en medias y sombreros #2