miércoles, febrero 01, 2012

Una tortuga muerta llega a la orilla de Playa Grande




I

Caro me dice por chat
que Anto se cayó de una escalera
y quedó paralítica.

Así vuelve la muerte al tablero.

Ella no puede darme detalles
y me pide que no llame a la familia,
es un momento delicado.
Intento rastrear su actividad
por las redes sociales
y nada,
ni la madre,
ni el hermano,
ni ella,
nada.

Paso la siguiente hora
pensando como será la vida
con mi mejor amiga en silla de ruedas.
Pienso en el abrazo que no le di
cuando nos despedimos por última vez
antes de que vuele a Esquel.
Ya nunca lo va a sentir.

Comparto la noticia con mi viejo
y los dos nos miramos fijo
contagiándonos con los ojos el silencio,
pensando ahora los dos.

La bronca profunda que sentí
cuando me enteré un rato después
de que era una joda
solo se puede comparar con el alivio.

Igual la muerte
ya volvío al tablero.


II

Mi abuela Carmen falleció en su cama
en algún momento entre las 8
y las 10 de la mañana
del viernes 3 de enero
de 2012.

O al menos ahí un corazón dejó de latir.

Durante semanas le costó comer
y tenía alucinaciones,
estuvo unos días sin hablar
y hacía ocho años que tenía la enfermedad
de Alois Alzeimer.

Mi abuela Carmen tenía unas hojas
con cuentos míos
que le llevó mi papá.
Según él los leía,
no hay temporalidad posible
para describir cuán seguido
siendo siempre la primera vez.
Mi papá me dijo la noche del velorio
que el que más le gustaba
era ese que se llamaba "La mort".
Entendí que le debería llamar la atención
porque era un cuento cortísimo
y efectista
pero qué apropiado.

Cuando murió Jovita
no quise ver su cuerpo en el féretro;
casi nunca la conocí en vida a Jovita
aunque ahora tengo todos sus libros.
La vida decidió unirnos por la sangre,
el apellido y la biblioteca.
Los libros de Jovita
sin embargo
no tenían biblioteca.
Estaban empaquetados
en papel de diario
atados con cordel y apilados
en un altillo lleno de polvo.
Abrí cada uno de esos paquetes
medio como un nene en navidad
medio como imagino debe hacer
un ladrón de tumbas.

Sí elegí ver el cuerpo de mi abuela
tardé
tardé muchísimo.
Lo hice a las 3 de la mañana
cuando los pocos que quedaban dormían
en los sillones del salón.
Fueron nada más unos segundos.
Alcanzó.

La fuente de toda la hipocresía
está en este silencio:
¿cómo hacer para no pensar en que vamos a morir?
Dicen que la filosofía empezó
el día en que los griegos
tan esplendorosos
tan bellos
se dieron cuenta de que igual se estaban muriendo.
¿Cómo callar esta injusticia que es la mortalidad?
¿De qué revolución me pueden hablar
cuando estoy enfrente de un cajón?
Tantas remeras con el Che
¿quién me estampa a Prometeo o a Sísifo?
¿quién junta llaves para sus estatuas?

En la capilla siento impotencia
por no poder creer
¡creer aunque sea!
en ese lugar donde reencontrarse
y charlar de la vida anterior
como si fuera un partido en diferido.
Veo al cura en su sotana blanca
tan destinado a las sombras como yo
y lloro
no por el cajón que va hacia el fuego
sino por la injusticia
de que no haya afuera.


III

Una tortuga muerta
llega a la orilla de Playa Grande.
Fieles en malla
se hunden hasta el ombligo
para formar
el más salado de los cortejos fúnebres.
Va y viene
esa tortuga previa
con la marea
indecisa todavía de su entierro.
Se pierde tras las olas de nuevo.

Caminando por la arena dura
llegué a la playa donde finalmente
la lavó el mar.
Su craneo roto es obsceno
irresistible para sacarle fotos,
a ese animal imponente
teñido de blanco por la sal
parcialmente fosilizado
que se hizo visible ante los nadadores
como tributo de las olas,
a ese animal
ya no se le puede pedir nada.

Todos los turistas
la fotografiamos
con nuestras digitales
cuidadas hasta entonces de la arena
por sus fundas de cuerina.
Pero es imposible no notar
que todos respetamos la soledad
de la tortuga en el cuadro;
nadie quiere robarle cámara
a ese cuerpo inesperado,
echado sobre la arena mojada
grandioso
como un león en la sabana.

"Pobre tortuga"
me gustaría poder lamentarme
o al menos suspirar un poco
contra el viento
pero es fines de enero
y decido
que ya he pensado demasiado sobre la muerte.