sábado, mayo 27, 2006

Un paseo (estación sexta)

Tímidamente acercaronse a la casi vacía entrada de la casa y al verlos, un estereotipado miembro de la raza de los patovicas palpólo de armas a él, mientras que una señorita le pidió que abra su cartera a ella. Una vez en el zaguán que hacía las veces de boleteria él murmuró:
-Sepa usted que hay dos formas de entrar cuando es tan tarde. Bien puede usted pagar la módica suma de diez pesos y acceder a esta morada infernal pagando tan barato impuesto, o bien puede arriesgarse a intentar resolver con astucia el acertijo de la Esfinge.
Dicho esto señaló al orgulloso guardián de las puertas violetas, y siguió:
-Confieso que existen otros métodos menos dignos pero confío en que no insistirá en ellos, usted que es una dama.
Ella, sin vacilar, contestó:
-No quiero parecer miserable, pero me tienta el camino difícil. Probemos nuestra astucia y nuestra sabiduría, y de paso guardemos unos pesos, que nunca vienen mal.
Acordado esto, esquivaron las boleterías y enfilaron derecho para las puertas violetas, al notar que no traían entrada, la Esfinge se sobresaltó, agitó sus gruesos brazos, y dijo:
-Mortales, jamás franquearán las puertas púrpuras sin antes vencerme en mi juego favorito: el enigma.
La Esfinge, de pantalon negro ajustado, lívida camisa y erizados cabellos cortos, esperaba una respuesta impaciente. Gozaban aquellos de la ansiedad de la bestia, pero a la vez también querían comenzar el juego, así que ella se adelantó y le hizo saber:
-Muy bien, aceptamos. Sabiendo que si acertamos nos vas a dejar entrar en el acto y que si fallamos nos vas a expulsar con toda tu furia ansiosa.
Muy contenta la Esfinge meditó unos segundos y recitó:
Dragón albiverde
que come cada día miles de hombres
para vomitarlos a la noche,
quizás la unica piedra
que ha logrado vencer al agua.
Él comprendió rápidamente el acertijo pero esperó la reacción de su compañera, que concentradísima trataba de resolver el enigma. Podrían haber seguido así largo rato, si no hubiera advertido él la impaciencia de la Esfinge, la cual encontrabase presta a castigarlos, entonces reconoció:
-Admirables son los intentos de mi amiga, neófita en mitologías sureñas, pero tu vil adivinanza es tan regional que casi no le da chance a los no iniciados. Yo, como habitante de estos lares, debería someterme al exilio si no pudiera contestarle que usted ha hablado con mucha poesía del magnámico ferrocarril General Roca. Destaco la originalidad del último verso, aclarando que el Riachuelo es un río muy bravo, no por la fuerza de su torrente sino por lo corrosivo de sus aguas.
Hervía en colera la Esfinge, insultábalos entre dientes y farfullaba lamentos. No abría la puerta según lo acordado, preso del ardor que Ares sembraba en su pecho, y se lo veía mejor dispuesto para sacarlos a patadas que para abrir las puertas violáceas. Advirtiendo todo esto, tomó él la mano de su compañera y, aprovechando el aturdimiento de su rival por la derrota, abrió él mismo el acceso al Hades lomense y corriendo fugazmente, entraron, hasta perderse en la oscura multitud que había allí adentro.

Una vez internados en el medio de la turba, cesaron la huida y se reclinaron sobre de una ancha columna. Arreglóse él su saco marrón, a la vez que ella observaba las luces amarillas, rojas, verdes, azules y violetas que colgaban del techo.
-Es esta la primera cámara infernal. Son cuatro las de este satánico recinto, pero temo que sólo podré hacerle pasar por tres de ellos.
Tenía que hablar muy alto, casi a los gritos, debido al volumen de la música que inundaba el ambiente. A propósito de la misma ella señaló:
-No es música de boliche.
-No, esta es música de situación. Funciona para ambientar al Salón del Apriete, tal el nombre del lugar donde nos encontramos.
-¿Salón del Apriete?- dijo ella a la vez que alguien pasaba y le rozaba sospechosamente uno de sus senos.
-Sí, aquí se amontonan las tres cuartas partes de los concurrentes, ansiosos por tomar alguna bebida e indecisos acerca de qué hacer. Se trata sin embargo de una excelsa galería donde todos se muestran entre idas y venidas. La condena de estas almas vanidosas es el caluroso roce constante con sus congéneres. El apriete llega a tal extremo que resulta imposible la respiración y además nutre la ira de los corazones adolescentes.
-Pensé que te referías a otro tipo de apriete.
-Bueno, ese también es bienvenido aquí...
-También me llama la atencion que se hayan amontonado dos pecados tan distintos en un solo infierno.
El otro rióse y corrigió:
-No te equivoques, los siete pecados conviven en todas las cámaras infernales del Hades lomense, en ese sentido es admirable su pluralismo, lo que sucede es que ellos mismos se agrupan y aquí predominan los vanidosos y los iracundos; sin echar de menos a los perezosos que duermen en mesas o piso (como verás en todos los cuartos); a los lujuriosos que aceptan el juego de la soberbia; a los envidiosos, casi siempre encarnados por los misóginos y las zorras; o a los avaros que bajan de su apartado especial para elevar a alguna que otra muchacha. De los invadidos por la gula encontrarás en su mayoría a los alienados homo ebrius, que sin ejecutar libación alguna, afrentan a los olímpicos en su vagar etílico. Pero ya habrá tiempo para una descripción más detallada.
Decía todo esto mientras ella se disputaba un minimo espacio entre la masa de adolescentes, que engordaba a cada instante.
-Che, mejor nos vamos de acá...
-Muy bien, sigamos rumbo a la segunda cámara infernal.

Aunque el espacio que debían recorrer era menor al que cubre una media cancha de futbol 5, árduo resultó su cometido. Las supuestas filas que se formaban de un lado a otro entre los apretados estáticos, desarmábanse constantemente y deteníanse para volver a armarse infinidad de veces. Sin dudas estaba causando estragos en los héroes la marcha, ya que no podía sostenerse con verdad que la piel de ellos no se encontrase sudada, ni que sus cuerpos no hayan sido manoseados por un oportunista anónimo; pero tolerando estas afrentas y con el afán de explorar la Mansión Infernal, llegaron al límite entre el Salón del Apriete y el siguiente estadío infernal.
Plantado allí estaba el protector del segundo cuarto infernal, custodiando la soga roja que cortaba el paso. Al ver su intención de traspasar las fonteras, exigió:
-A ver las muñecas, chicos.
Tomó seguidamente las manos de ambos y al no encontrar signo alguno de su mayoría de edad estuvo a punto de hablar cuando aquel que había vencido a la Esfinge se le adelantó:
-En vano buscas pulseras, ¡oh guardián de la soga roja!, ya que hemos entrado al Hades lomense venciendo en su juego a la cruentísima Esfinge de las puertas violáceas.
Notando que aquel adolescente estaba familiarizado con la terminologia angelical del barrio, dispuso una prueba para dejarlos pasar:
-Aprecio su bravura por haber vencido a la Esfinge, iniciados, pero si queréis pasar por aquí deberán descifrar el significado que oculta mi camisa, que aunque no fue forjada por Hefesto, me la ha obsequiado el mismisimo rey de este Tártaro sureño.
Ipso facto dióse vuelta y enseñó la brutal espalda de su camisa, donde un refulgente dibujo dejaba ver centenares de adolescentes, de ojos tapados por vendas, que deambulaban desconcertados por un oscuro lugar a la vez que uno les llamaba inútilmente desde el centro de la escena. Éste estaba subido a un pedestal dorado, en el cual estaban grabadas todas las abominaciones del Aqueronte: las horribles Górgonas, las sangrientas Erineas, la hangurrienta Caribdis, la bulímica Escila, las seductoras Sirenas, el tricéfalo Cancerbero, los letales Licenciados en Marketing y el mismísimo Plutón, todos ellos con las bocas abiertas, visiblemente gritando.
-No caigas en facilismos- le aconsejó aquel, depositando su confianza en su compañera. Aquella si bien un poco confusa al principio, resolvió el misterio al punto que contestó convencida:
-Estos jóvenes que vagan perdidos por tu camisa, no son ciegos, sino sordos, ya que una vez que tienen los ojos tapados no tienen forma de guiarse más que chocandose entre ellos, por más que alguien intente dirigirlos a viva voz. Probablemente los gritos de aquellas bestialidades han destruido los oídos de los pobres adolescentes. Este infierno debe tratarse, entonces, de un infierno musical.
Muy contento estaba su compañero. El protector de la soga roja descorrió el seguro, instandolos a pasar de inmediato sin decir una sola palabra.

Dentro del Teatro de los Sordos se sintieron un poco más acogidos a causa de la menor densidad de población; más allá de la música, que era aún más estrambótica que en el estadío anterior.
-Aquí estamos, en el Teatro de los Sordos, donde los espectadores se escinden, inundando sus oídos con melodías estridentes como los truenos de Zeus padre.
En efecto se veía a un centenar de personas de ropas oscuras que relucían unicamente por las tachas adheridas a sus mochilas, cinturones y hebillas. Abundantes en gel y cadenas estos seres movían su cabeza y sus pies al ritmo de la canción que sonaba. Incluso algunos vociferaban sus letras en inglés.
-Tétrico- opinó aquella de la hermosa cabellera.
-Sin dudas. Te advierto que aquí las apariencias son imprescindibles, así que es preciso pasar desapercibidos antes de que se envalentonen contra nosotros debido a nuestros ropajes.
No había terminado de proferir estas palabras, cuando uno de los alienados sordos despertó de su sueño afónico para advertir las pardas ropas de aquellos dos. Iracundo por tal oprobiosa afrenta a su estilo de vida, vociferó para que lo escucharan los demas:
-¡Caretón!
Tal grito de guerra llamó la atención de los otros sordos, que esta vez sí quisieron oir, e hicieronse eco de la proclama mas no sólo repitieron el improperio sino que también comenzaron a empujar a los visitantes. Y cantaban al maltratar:
-¡Caretas! ¡Vayanse de acá!
-Es mejor que nos vayamos- gritó ella asustada- pasemos a la escalera.
El otro alarmóse y rechazó de plano la sugerencia:
-¡No! Aquel es el Apartado Plutarquico, o vip. No estamos en condiciones de sortear la dura prueba que nos ofrecería el defensor de la escalera verde. Mejor aspiremos a menos y pasemos al tercer infierno, quizás menos hostil que éste.
Y dicho esto señaló la puerta corrediza que se levantaba al final del pasillo y entre embestidas e insultos se acercaron a ella. Él la abrió lo suficiente como para que pudieran escabullirse, y al encontrarse del otro lado la cerró rápidamente.

Agitados por el desenlace catastrófico sufrido en el cuarto anterior, se encontraban todavía apoyados en la puerta corrediza, bañados por las luces de colores y acosados por las melodías electrónicas del nuevo infierno. Una vez recuperados del abatimiento producto del exilio, anunció él:
-Aquí el tercer espacio del Hades lomense: la Pista de la Tentación.
Inquirió ella desconfiada:
-¿Cómo puede ser que ni un solo guardia nos impidió la entrada?
-Sucede que todo es propicio para la entrada a esta locación, diva de la Mansion infernal, se trata de demostrar cuan fácil es caer en la tentacion. Sagacidades del arquitecto de este infierno, sabrá disculparme puesto que no tengo nada que ver; aunque bastante aprecio ese detalle en situaciones de persecuta como las de recién.
Asintió ella y continuó:
-Y bueno, ¿qué me espera en esta parte del recorrido?
Soltó una risita simpática y respondió el otro:
-Aquí la atracción principal de la mansión, donde los más grandes personajes de la fauna local vienen a saciar sus impulsos más primitivos. ¡Bien podría contarle yo cuantas veces, siendo más pequeño, creí encontrar a las musas corretear por aquí, sobre todo a Tersipcore, quien vistió su velo de adolescente una noche para danzar, aquí mismo delante de mis jóvenes ojos, y engañó a mi debil corazon. ¡Ay de mí!, tan pequeño y obnubilado por la elegancia de una pollera.
Continuaba él con sus lamentos, cuando un libidinoso especimen se acercó a su compañera y le dijo al oido:
-Tan sola por acá ¿por qué no me acompañás un poco?
Ella, un poco aturdida, sonrió forzosamente, negó con la cabeza y rogó para que se aleje de inmediato, cosa que sucedió ante la negativa, aunque sólo para dar pie a un suceso más lamentable.
-¡Esa cola no la hiciste lavando platos, mamasa!- exclamó un notable miembro de los Sátiros de Banfield, logia de hombres poco venturosos que se reunen las noches de fin de semana para presenciar partidos de fútbol, ofender a las divinidades del lúpulo y la malta al consumir su mágico elixir sin celebrar ofrenda alguna, además de contar inventadas hazañas carnales y salir a bailar.
Reaccionando ante la ignominia interpelada a su amiga, aquel de las cavilaciones profundas, arremangóse y tomó del hombro al sátiro a la vez que pedía que se retractara. En desacuerdo con tal pedido, el banfileño estaba a punto de regalarle un potentoso derechazo, cuando unos oportunos descendientes del linaje de los patovicas tomáronlos por los hombros y echáronlos del lugar por la salida de emergencias. Quedóse ella sola en medio de la Pista de la Tentación, rodeada de bailarines y demás festejantes que se sacudían al compás de la electrónica música. Tardó unos minutos en recuperarse de la impresion que le causó la escena recién presenciada y al caer en la cuenta de que su compañero estaba fuera, busco desesperadamente una salida. Dirijióse hacia la puerta de emergencias por donde habían despachado a los dos contendientes, y pidióle un tanto alterada al patovica:
-Abrime, dejame salir y te pido por favor que no insistas en probarme con ningun desafío ancestral.
El hombre la miró extrañado por sus palabras, pero igualmente abrió la puerta y la dejó salir de la morada infernal.
(ésta es mi parte favorita)
06-02-05


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jueves, mayo 25, 2006

Un paseo (estación quinta)

De repente él cesó de andar. Lo imitó ella y quedóse callada, adivinando que algo diría. Se encontraban en una esquina. Grises porciones de cemento pintaban el suelo.
-He aquí la anchurosa Garibaldi. Tristemente debo informarle que aquí termina la espléndida localidad de Temperley, la de las sólidas praderas. Una vez del otro lado habremos arrivado a su hermana mayor, la ufana Lomas de Zamora, ciudad de las peluquerías. Pero no se alerte, que la queridísima Avenida Meeks continúa y no por eso nuestra jornada se ve opacada.
-Qué es ese edificio de enfrente... El que se llama...
Interrumpióle él antes de que profiriera el nombre de tal lugar: -Déjeme evitarle gran escarnio por invocar el nombre de tal establecimiento. Allí enfrente se sostiene el Hades Lomense, caluroso lugar donde las almas de la zona van a parar para ser castigados noche tras noche por sus pecados. La Mansion Infernal donde cientos de adolescentes son torturados justa o injustamente por las bestias de la noche, muchas veces ellos mismos.
Evidentemente no esperaba esa respuesta ella, así que preguntó:
-¿Se supone que es un boliche?
-Cruel fachada para atraer con su hechizo a los incautos.
Quedáronse contemplándolo un buen rato hasta que ella pidióle:
-Guiame, no quiero perderme esto.
Él sonrió disimuladamente y dijo:
-Si esa es su voluntad, no voy a intentar disuadirla y de paso le comento que me parece muy bueno su espíritu aventurero. Veo que aspira a ser una iniciada en cuestiones sureñas y no voy a negarle ese camino. Lamento que no haya vino, harina ni crátera para realizar una libación en favor a su decision. Ni bueyes que sacrificar en divina hecatombe para que los dioses nos protejan en nuestra incursion. Pero bueno, aquí vamos.
Dicho esto cruzaron la anchurosa Garibaldi y encaminaronse a la esquina del Hades lomense.

06-02-05

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miércoles, mayo 24, 2006

Un paseo (estación cuarta)

Al salir de la funesta pocilga no caminaron más de veinte metros cuando aquella de la sonrisa nívea exclamó sorprendida, a la vez que señalaba con la mirada:
-Mirá a ese pobre hombre...

Dejábase ver en el cuadro urbano una forma de vida de origen dudoso, que reposaba sobre la vereda sostenido por sus espaldas y que, visiblemente dominado por una fuerza superior, a duras penas respiraba. En cueros y plasmada una solemne mueca en su rosto, veíaselo completamente enajenado de la realidad. -¡Bendita tu eres, niña! Que en tu primer visita a estos bellísimos lares conoces al eminente hombre Petizo, codiciado seso de la ideosincracia local.
Extrañada, levanto una ceja y con un gesto de intriga exijió:
-Explayate más.
El otro, complacido por el reclamo, le dijo:
-Este sacrificado ser, imitando a las sacedotisas de Apolo que recurrían a la bebida narcótica para comunicarse con el dios, sumerje el manto de su humanidad en el mas pútrido e impio de los licores para trascender a otro plano de la existencia y hallar verdaderas máximas filosóficas, que afanosamente trae entre sueños a este mundo. El problema consiste en el eterno escollo de la práctica mántica: la traducción de las abordadas verdades. A veces los significados de tales designios resultan indescifrables hasta para el mismo Petizo.

Terminó de decir estas palabras y ella asintió satisfecha. Cuando pasaron a su lado, el hasta ahora inmutable Petizo grito con vehemencia:
-¡Numénico será el angelical relato Gongoriano!
Se miraron de inmediato y él repuso con reconocible humildad:
-Ni lo intentemos.

06-02-05

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lunes, mayo 22, 2006

Un paseo (estación tercera)

-¿Qué es eso?
Asomabase entre una selva de pastos crecidos y demás plantas una colosal pieza metálica de cinco metros de alto, hermana menor de la construida tiempo atrás por un tal Gustavo en Paris.
-Esa es la famosísima Torre Eiffel argentina. Que como no podía ser de otra forma se encuentra en Temperley...
Se rió avidamente la otra y acordóse:
-Artaud es un genio, no podés dejar de leerlo.
Cambiaban los dibujos de las baldosas pero ellos seguían ecuánimes. Aquella del lado de las casas, aquel bajando y subiendo incómodamente del cordón con cada paso.
-No me cabe duda, si es que vos lo decís, pero ahora estoy metido en otro tipo de material. Igual lo voy a tener en cuenta. Igual no quiero hablar de literatura. Encontré algo más apropiado para la noche- dijo mientras señalaba hacia la vereda de enfrente. Allí se sostenía un nobilísimo bar, carente de nombre, pero rebosante de alcóholes, seguramente. Continuó:
-Será esta la próxima parada de nuestro recorrido.

Dicho ésto cruzaron la grandiosa Meeks y se internaron en el recinto báquico.No poco les costo encontrar una mesa disponible una vez dentro, tuvieron que esperar a que una pareja indecisa se levante de su lugar luego de una acalorada discusión que sostuvieron por diez minutos. Una vez establecidos un hombre alto y desgarbado salió de la barra situada a su derecha y les alcanzó la carta, pero antes de que pudiera dejarla en la mesa, aquel le ordenó:
-Traeme dos whiskies.
Al escuchar la orden, retiró la carta y volvió a la barra a paso apresurado. La otra le dijo:
-Yo no quiero tomar nada.
-Menos mal, no se me ocurrió preguntarte si querías tomar algo- respondió con fina sonrisa.
Ella rió también, pero enseguida su rostro cambió al ver pasar por delante suyo a una grotesca figura femenina, pintarrajeados sus pómulos y ojos, demasiado brillante su atuendo. Un poco ofuscada inquirió al otro:
-¿A dónde me trajiste?
Él, complacido por la pregunta, dibujó una sonrisa en su cara y contestó:
-Era necesario interponer un poco de chapa y cemento entre usted y el firmamento para que notara lo que quería mostrarle en este viaje... Mire a su alrededor, observe el espectáculo teatral que propicia este microcosmos del Gran Buenos Aires.

Giró la cabeza en torno del aposento e invitó a la otra a hacer lo mismo. Por la escena merodeaban algunas adolescentes cubiertas por desfachatadas ropas y de labios pintados, llenas de vigor y con un notable entusiasmo impreso en sus ojos. Se veía al fondo un mesón donde cinco hombres de unos veinticinco años tomaban cerveza y justo al lado de ellos un señor de blanquecinos cabellos erizados, que fumaba mientras observaba cuidadosamente a las adolescentes antes mencionadas. Sentado en la barra descansaba un golem de carne de casi unos dos metros de alto, de anchas espaldas que, vestido con una camiseta blanca, dejaba ver en sus omoplatos y brazos un verdadero mural de tatuajes.

Después de observar atentamente y sin reparar en la expresión de intriga de su compañera, continuó: -Es este el sueño progresista consumado casi en su totalidad. Aquí tenemos al eminente obrero de siete a catorce, que se mutila a cada hora de trabajo en la construcción o en la fabrica, que no falta nunca a una marcha o reunión gremial, que suda por los poros sangre para conseguir esos miserables pesos que precisa para vivir y que luego gasta en mujeres y ginebra los fines de semana. Y si por algún motivo sobrase un vuelto de sus noche de juerga, los invierte en aquellos presumibles grabados de tinta cutáneos, sólo para alimentar su espíritu narcisista y engalanarse mejor durante sus incursiones nocturnas. ¿Qué va a hacer si por culpa de su patron no tiene chance de otro tipo de vida?

Allí están las ninfas noctámbulas, merodeando las noches pertrechadas por las más finas telas y adornadas con los más singulares tesoros, dispuestas a la lujuria y ansiosas por cosas que ni siquiera conocen muy bien, arrastradas por la masificación y preocupadas por los más pasajeros placeres. Divinas lucen ahora, pero que poco locuaces se veían sus rostros cuando lloraban caprichosamente frente a sus madres para conseguir aquellas ropas, esos adornos y el permiso para vagar por la noche. Estas pequeñas damas, jugando a la belle epoc, cuando sus abuelas de seguro mantuvieron su hogar lavando trastos en la quinta del latifundista Jorge Temperley.

No dejes atrás a aquel foribundo personaje, el anciano que muy pituco se mimetiza en estos lares, atraido por la carne joven y el vivo recuerdo borrascoso de una vida que se le apaga. Aterrado por la señora negra que le señalara el camino a los infiernos, busca salidas de fantasía en cremas, tinturas y ropa de marca. Insaciable es en sus antojos, pendenciero con los niños, desdeñosos con los pobres, olvida el amor que alguna vez recibió de su amadisima finada y sucumbe a toda clase de vicios posmodernos.

Y no olvidemos por favor al futuro inmediato, los orgullosos universitarios, líderes de nuestro país en la posteridad; que más ocupados en algunas practicas non-sanctas que en el estudio, pierden sus caminos académicos entre alguna falda pecaminosa o confunden las vueltas de su destino con la redondez inmaculada de una barril de cerveza. Para ellos hay tiempo para un juicio más justo, pero mientras tanto no dudaran en tender redes de pena, inundadas de los sofismas más baratos, ciegos por su soberbia infundada y prestosos a intercambiar más que palabras con otro ente facultativo del sexo opuesto. Todo mientras sus progenitores, drogados con el sueño de un título, cargan a sus espaldas semejantes tumores ventiañeros.

Por supuesto todos estos individuos están bien preparados para este juego, con sus atavíos de marca, sus teléfonos con cámara y sus cabellos peinados, cortados, planchados, coloreados, desmechados, matemáticamente diseñados en alguna de las ciento diecisiete peluquerías lomenses. Es aquí donde puedes notar tales sutilezas, ya que en tus pagos capitalinos las líneas entre el ideal y la carne se hallan borrascosas, mientras que aquí es tan notoria y grotesca la transposición, que roza el ridiculo. Esto era, sin más, lo que quería que observaras: como un antiguo afán delirante por armar la pequeña Europa, sumado a la mentira de la globalización, ha dado vida a un deforme monstruo urbano que se reproduce como conejos. Urbi et orbe.

Ella, turbada por lo que había escuchado, preguntó frágil:
-¿Y qué pensás que se puede hacer para que esto no sea así?
El otro respondió con visible pena:
-No lo sé, doncella, no lo sé. Y eso es lo que más me molesta. Pero algo tenemos que hacer si no queremos que un día al llegar a nuestras casas, agotados por un árduo trabajo oficinista en alguna odiosa multinacional, nuestros hijos enfundados en sus remeras del Che Guevara, nos pregunten, consternados como lo estamos ahora, qué hicimos para que esto no sea así.
Fue silencio el resto. Hasta que llegaron los whiskies, y de un apresuradísimo trago finiquitaron a los dos.
-Sabía que ibas a querer tomar -dijo con una triste sonrisa. Y se fueron.
06-02-05

lunes, mayo 08, 2006

Un paseo (estación segunda)

Volvían ambos a sus apreciaciones simétricas caminando por la Rue Meeks, una en el cielo y el otro en la tierra, a paso rapido él y con lentísimas zancadas ella. Pretendida por los cielos, aquella cuyo cuerpo causaba pensamientos libidinosos en los transeuntes, relajaba sus ojos y se imaginaba en órbitas lejanas, buscando su estrella y desollinando volcanes por ahí. Señor de las baldosas, aquel de los zapatos brillantes, se sentía invadido por el Odio desde aquel infortunado encuentro en el callejón. Continuaron un par de cuadras ambos en su verticalidad meditabunda, cuando de la penumbra salió un eminente personaje de la fauna sureña, especimen ignoto de los parajes del Gran Buenos Aires, impávido sujeto atado por quién sabe que hados del destino: el Bonaerense. Distraidos aquellos por sus necias observaciones, no advirtieron el advenimiento de tal insigne ejemplar de las filas de la ley y el orden, así que sólo notaron su presencia cuando el susodicho oficial los increpó exclamando:
-Documentos.

Al oir aquel vocablo, nuestros héroes bajaron de inmediato hacia la horizontalidad que les exigía la situación y posaron los ojos al mismo tiempo sobre el Bonaerense. Apabullados por tal impresionante presencia tuvieron reacciones muy diferentes. Ella no pudo evitar soltar una mueca de desprecio que enseguida escondió con un gesto neutro. Él sonrió y tomó enseguida su cédula de identidad y arrebató la de su compañera de entre sus manos, para entregárselas al aparecido policía a la vez que decía:
-¡Aquí tiene oficial, a su servicio! Casualmente esperaba encontrar a alguien de su eminente profesion para despejar ciertas dudas de índole...

Pero no pudo continuar, al ver los documentos en orden el Bonaerense no hizo más que devolverlos a la joven, y sin proferir palabra alguna siguió caminando, ante la mirada de los dos adolescente, desvaneciéndose en la noche repentinamente, de la misma forma en que habia llegado.

-¡Carajo! Así jamás vamos a poder develar los secretos del universo cobanil... Impenetrable la mente de tales sujetos, inentendible su psicología, imposible cualquier conciliación con el orden y la ley si esto sigue así...Y siguieron camino, cabizbajo el uno y cabizalta la otra.
06-02-05

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sábado, mayo 06, 2006

Un paseo (estación primera)


Ya empezaban a parpadear las luces de neon de aquel antro tenebroso cuando precipitadamente, e imitando una rara danza sin equilibro, salio él. Recuperóse lentamente de su trastabillo y haciendo lo posible por caminar en linea recta pasó la cadena de la entrada. Detrás y bajo la puerta se erigía ella, que dando pequeños pasos como pétalos cayendo al suelo, se alejaba también de la entrada del recinto. Él se acercó lentamente al guardián del establecimiento y realizó una parsimoniosa reverencia. El musculoso hombre enfundado en su campera de cuero, respondió el saludo con un leve movimiento de la cabeza. Despreocupada ella alzaba su frente hacia el cielo y avanzaba con tranquilidad hacia él. Al ver que su compañera no se despedía del vigilante se dio vuelta irritado y dijo:
-¿Qué pasa, bella dama, que no saludais al eminente protector del quincuagesimo templo erigido en honor a Dionisio en la vasta Temperley, la de las sólidas praderas?
La otra, sin quitar la vista de los astros ni de detener su marcha solemne, pronunció en voz muy baja:
-Estaba viendo las estrellas.
El otro elevó su mirada al firmamento y exclamó:
-Niña, las estrellas estarán siempre allí para que las contemples.
Ella dejó tres segundos para el silencio y contestó:
-Sí, pero yo quiero mirarlas ahora.

Desoyendo su argumento, él se limitó a fijar la vista en las baldosas rotas de Meeks y seguir caminando. Sus ojos románticos trataban de llenarse con la esencia nostálgica de aquella vereda temperleiana; cada granito de polvo, cada dibujo, cada grieta contaba incansables historias sobre la vida del lugar. Veia las arrugas del barrio que perdían a su mente en los laberintos de la historia, del amor, de la pasión. A cada paso examinaba y evocaba con una melancolía extraña. Ella seguía viendo el espacio plus ultra terrestre, perdiéndose entre las luces de Aldebarán y las lunas de Saturno. Súbitamente él levanto la vista y dilucidó en la penumbra de un callejon a un viejo tilo de unos dos metros y medio de alto. Emocionado hasta las lágrimas comenzó a recitar:
-Magnífico caducifolio, hijo de la casta de los procuradores del té, digno ejemplar de un linaje que puede jactarse de sólo haber conocido la muerte de pie, alabo tu pecho duro de tronco, marcado por los años que viste pasar desde tu oscuro callejón. ¿Cómo puede ser que estés así, asediado por el cemento? Rodeado por un enemigo frío y granuloso, que con su osamenta de alquitrán trata de impedir tu espléndido crecimiento natural. ¡Ay, capricho arbóreo el que motiva la lucha entre tus raices secas y el cordón de este suburbio! Todo por la culpa de algún cerebro municipal, que mandó a asfaltar las autovías burguesas, para que sus autos del año no se llenen de polvo. De sólo ver tu tronco inclinado, abatido, muerto de pena, no puedo detener las lágrimas. Injusto progreso que vino a morderte las raices, podarte la cabeza, secar tu sangre; vil desarrollo que se deleita con cada hoja que cae en los otoños fríos y que renuevas cada primavera, solo para demostrarle lo equivocado que está. ¡Ay, tilo! Si sólo pudiera ayudarte...

Mientras él pronunciaba estas palabras, ella observaba desde la esquina con curiosidad, atención y un mutismo irreprochable, los gestos profundos que se marcaban en el semblante de su compañero. Se mantuvo quieta mirando cómo apoyaba la cabeza contra el árbol y sollozaba. De repente se sobresaltó, al ver pasar por delante suyo una figura desagradable. Este ente recién aparecido, caminó dibujando pícaras eses sobre la vereda, hacia el callejon en que su acompañante se encontraba. Al llegar frente al tilo sagrado y a la indiferencia de nuestro héroe, bajóse los pantalones y comenzó a descargar inagotable reserva de ciertos desagradables fluidos corpolares que almacenaba en su cuerpo, seguramente a causa de algún anterior desfile de sustancias emparentadas con el lúpulo y la malta. Respondiendo a tal agravio, el joven, aún cubierto su rostro de lagrimas, gritó encolerizado:
-¡Bruto! ¡Agente del progresismo! ¡Profanador de la sabia cultura de la madera! ¡Usted se merece la más dura pena del reino vegetal: el destierro!

Aturdido por las palabras del otro (o quizás, preso del éxtasis báquico en el que se encontraba) el aparecido homo ebrius sólo atinó a contestar tales insultos con un sonoro eructo que salió de sus apestosas fauces como una bala de cañon, y que asqueó por completo a su rival por el tremendo hedor con el cual infecto el aire.
-¡Imberve! Ya vas a ver...
Y a la vez que amenazaba y ponía su brazo en posición de hidra decapitada dos veces, aparecióse la damicela quien lo tomó por el hombro y susurróle al oído:
-Si terminás mal, olvidate de que te lleve hasta tu casa.
Reflexionando sobre tal advertencia recuperó el buen juicio y bajó el brazo. Se acomodó las ropas, carraspeó y dijo:
-De ésta te salvaste, impío.

El mancillador dibujó en su rostro una mueca infantil y echóse a reir. Entendiendo que su adversario decididamente no había comprendido siquiera una de las palabras que le dijera, diose media vuelta y salió indigadísimo del callejón, para volver a andar su camino por Meeks.
06-02-05
(es largo y son siete)

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