jueves, octubre 17, 2013

Extasis peronista

Es posible que tales potencias hayan sobrevivido...
hayan sobrevivido a una época irrecuperable
donde la conciencia se manifestaba,
quizá,
bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo
se retiraron ante la marea de la historia...
formas de las que sólo la poesía y la leyenda
han conservado un fugaz recuerdo
con el nombre de dioses, monstruos o
seres míticos de toda clase y especie...

J.P. Lovecraft (sic)

"Si Evita viviera
sería montonera"
rezan las masas
famélicas de conducción.
¿Pero es que los espíritus
no pueden también
tener afiliaciones políticas?
¿No hay seres del inframundo
y criaturas celestes
pergeñando estrategias
para la confrontación última?

Así lo creyó aquel que dio a los hombres
las 20 tablas de la verdad,
el trabajador primigenio,
el antiguo que duerme en San Vicente,
de aquel que supo qué era mejor
entre decir y hacer
entre prometer y cumplir.
 
La dignidad del hombre,
el despertar de ese monstruo infinito
llamado Pueblo y
el bautismo de ese otro monstruo
llamado Movimiento,
hablan de una trascendencia superior
que solo se encuentra en la unión.
El don que nos dio el justicialismo
es el de encantar y animar
a un Estado que originalmente
ya era visto como un monstro antidiluviano
y que solo aquí
en estas pampas
podemos reificar como un ente piadoso y ubicuo
que nos abraza a todos.

El primer sacerdote de la iglesia peronista
fue Lopez Rega.
Sobre el cadaver de la virgen
inflamó por primera vez los ritos
que hoy todos reproducimos.
No hay brujos sin iniciados
y gracias al ritual de la carne
-¿y qué otra cosa nos ha movido, compañeros,
durante todos estos años,
sino el agasajo en las tripas de las tripas
en orgiástica reunión,
qué otro motor para el sentimiento
de las masas que irrigan las avenidas
hacia la Plaza de Mayo
en cada manifestación de afecto?-
gracias al ritual de la carne
no se lavó ningún pecado
sino que fue escrita
nuestra condena al éxito.

No neguemos nuestra hubris peronista
no renunciemos a nuestras tautologías inquebrantables
no reneguemos de nuestros cajones incendiados
no subestimemos nuestra amor por los símbolos
no olvidemos las pintadas, los cuerpos sudorosos, la lluvia y el paraguas,
no olvidemos a mi tío Heraldo que cantaba la marcha cuando izaban la bandera en el colegio y eran años de proscripción
no olvidemos la rebeldía
ni ocultemos nuestra barbarie
porque esa fuerza es la que nos salvará del olvido de la historia.

Me pregunto si habrá otra lengua
para decir "sí"
que no sea peronista.
Me pregunto si habrá otra forma
de prender el carbón
sin invocar al Prometeo de la UOM.
Me pregunto si habrá otra forma
de celebrar misa sin pensar
en quién trajo el vino
y quién trajo el pan.
Me pregunto si habrá una verdad
más allá de la fe...
y el dogma me dice que sí
que sí la hay
que la única verdad
es la realidad.

martes, octubre 15, 2013

El último viaje de Omar

Originalmente publicado en Revista Velociraptors #3.


Esperaba escuchar cualquier voz, excepto la suya. Ese mensaje distorsionado había roto el silencio perfecto de una jornada tan tranquila como todas las de los últimos meses. Desde que salió de Titania cada día había parecido el mismo para Omar: despertar en la cucheta, ducharse, mirar el espacio infatigable esperando que se caliente el agua, buscar una herramienta entre el desorden concentrado de la cabina, observar personalmente la maquinaria, fumar un cigarrillo, revisar los procesos de la consola cada media hora, leer un rato, programar la ruta pasiva, verificar la maquinaria otra vez antes de irse a dormir. Estaba muy cerca de su destino, apenas cuatro o cinco meses al ritmo que venía, y lo peor parecía haber quedado atrás. Había sido un viaje largo y duro. Pero cuando aceptó el trabajo en la Tierra sabía que ese esfuerzo se vería recompensado, porque al llegar a Neptuno habrían pasado más de tres años y, si todo salía bien, algún día cerca del final del trayecto cumpliría 70 años, llegando así su merecida jubilación.

Ese día era hoy. A la mañana, al mirarse al espejo antes de ducharse, se había detenido en la maraña de su cabeza encanecida y había pensado que le daba un aspecto algo salvaje para un viejo de casi 70. Un rato después, revisando los programas, observó que en ese momento en la Tierra era 15 de octubre, por lo tanto nada de “casi”. Pasar sus últimos días en Neptuno no sonaba mal, le gustaba la luz ténue de su atmósfera y los montes celestes en el horizonte. Incluso Nelly, uno de sus viejos romances del camino, vivía ahí. El día había seguido como todos los demás, apilando pensamientos al ritmo lánguido del manso y oscuro espacio. Hasta que sonó el pitido.

Omar, primero extrañado, miró el tablero esperando encontrar un error en los procesos o la advertencia de una avería. Solo con el segundo llamado reconoció ese sonido olvidado: era la radio. El aparato, lleno de polvo, colgaba del techo con su display de numeros verdes apagados marcando eternamente la misma frecuencia. Los sistemas de radio de onda eran casi una reliquia. Si bien la ley sistémica decía que eran obligatorios para todos los vehiculos profesionales, la mayoría de los cargueros espaciales se comunicaban mediante los sistemas de llamada integrados al equipo de navegación, como las naves particulares. La mayoría de los conductores las montaban en su cabina y la convertían en una excusa para colgar medallitas, cintas y otras boludeces, si acaso no la olvidaban para siempre. Lo único que se escuchaba por esos canales abiertos eran las fantasías eróticas y los comentarios xenófobos de los tipos más solos del Sistema Solar. Omar estaba paralizado. Alguien en algún lugar de ese cuadrante lo estaba llamando con ese aparato primitivo. Cuando sonó la tercera vez, salió de su estupor y presionó el botón para aceptar la transmisión. La voz era inconfundible. Era la suya.


...doce, este es el protocolo de socorro del astromotor XRT 091288 con bandera terrestre. Número de identificación sistémica EA3005677813301. Se ruega a todas las naves cercanas prestar asistencia... Recording signal number twelve. This is the aid protocol from...


Cuando pudo prestar atención a las palabras entendió de qué se trataba. Era el mensaje automático de auxilio del Misionero, su primera nave. El destino había dispuesto que su nuevo conductor se accidentara cerca de su camino. Rastreó la señal y llamó a la nave. La había vendido hacía más de 30 años y era un fierro de aquellos; no le hubiera extrañado para nada enterarse de que seguía surcando el éter, aunque jamás hubiera esperado encontrarla en esta ruta ya que era una nave que no estaba preparada para viajar por las largas distancias de los planetas exteriores. El aparato continuaba enviando la señal. Unos 900.000 kilómetros lo separaban de la señal emisora. Nadie contestaba. Un mero desvío de diez o doce horas, pensó. Su llamada seguía sin ser aceptada y la intriga valía más que eso. Colgó la radio y fijó el nuevo rumbo.

Se puso un poco ansioso, quiso fumar un cigarrillo y sentarse a recordar mirando las estrellas pero no encontraba la caja en ninguna parte del caos de su cabina. El Misionero había sido su único compañero durante años terribles, cuando recién se había separado de su mujer y todavía no se resignaba a que su hijo lo mirase como a un extraño. Los viajes a Marte y a la Luna no eran tan largos como los que emprendía ahora, pero fueron suficiente para alejarlo de su familia. Ver al Misionero ahora sería como encontrarse con un viejo amigo, quizás uno mucho más íntimo que las pocas personas que a veces se acuerdan de él a lo largo y a lo ancho de todo el Sistema Solar, gentes perdidas en colonias y estaciones cuyas vidas se intersectan con la suya intermitentemente, por unos minutos, cada algunos años. Se preguntaba en qué condiciones lo encontraría. ¿Lo habrían pintado? ¿Habrian arreglado el termostato de la cabina? ¿Qué mejoras habrían introducido en esos motores de fusión para llegar hasta allí? Se hizo tarde y se acostó pensando en la nave, en su ex mujer y su hijo. Parecían ser parte de la vida de otro. El tiempo o lo que sea que le pasaba a él en las rutas del Sistema Solar, entre sus múltiples calendarios y sus flujos de vidas que se encienden y se apagan, lo había separado de esa persona para siempre.

Cuando despertó estaba a menos de una hora del lugar del que provenía la señal. El sistema de navegación marcaba un banco de asteroides en su camino, donde probablemente estaría la nave perdida. Cambió el sistema a manual y pilotó con cuidado entre las gigantescas rocas flotantes. De repente, detrás de una piedra gigantesca, en el medio de la noche eterna, apareció el Misionero. Estaba idéntico a como lo recordaba: el inmenso crucifijo plateado dibujado en la trompa negra relucía bajo los agitados rayos del Sol y los dos acoplados rectangulares parecían inmaculados. Luego de un vago instante de deslumbramiento, razonó que ese no era el aspecto de una nave asaltada por piratas o estrellada en un banco de asteroides. Volvió a llamarla con la radio y tampoco obtuvo respuesta. Estacionó a su lado, se puso el emparchado traje espacial y salió a explorarla.

De un salto aterrizó sobre el techo del Misionero y enganchó en el pico superior una de las tiras del cable que lo sujetaba a su nave; avanzó lentamente y con cuidado hacia la puerta de emergencia. Todavía recordaba el código de seguridad y no tuvo problemas para ingresar, ninguno de los dueños posteriores había cambiado la clave. El interior estaba oscuro. Como tantas veces estiró la mano detrás del traje espacial colgado y encendió las luces de la sala de expulsión y la cabina. No esperaba encontrar a nadie vivo, pero tampoco había cuerpo alguno en la cabina ni en la cucheta. Al sacarse el traje lo invadió el dulce aroma de los asientos de cuero impregnados de tabaco y los pisos sucios de grasa. A pesar del deseo de quedarse en la embriaguez de la cabina fue al cuarto de máquinas. Todos los aparatos parecían estar en perfecto funcionamiento. Las escotillas de la maquinaria estaban cerradas, lo que significaba que nadie podía encontrarse entre los aparejos porque únicamente se cierran desde afuera. Por las dudas revisó los motores, ante la posibilidad de encontrar algo grotesco. Pero no había resto humano, todo estaba como lo recordaba. Ya que había bajado puso todo en marcha.

Volvió a la cabina. Ahí también todo estaba en su lugar. No entendía. ¿Cómo había llegado la nave ahí?Se dejó llevar por la costumbre y encendió el stereo, sonaba un bolero. ¿Quién había enviado la señal? Sumergido en el interrogante removió confiado un panel del techo y sacó un paquete de cigarrillos escondido. Encendió uno y pitó. Suerte que nadie los había encontrado. Si la nave funcionaba bárbaro ¿por qué alguien la habría abandonado? Se sentó en el banquito que había comprado en el bazar de Europa y se sacó los zapatos. Permaneció pensativo unos instantes. Se levantó. El piso estaba frío, nadie había arreglado el termostato en todos esos años. Fue hasta la radio y apagó la señal de auxilio. Volvio a sentarse, se cebó un mate y observó por el parabrisas cómo se alejaba esa nave último modelo, con un cable colgando como un cordón umbilical.

miércoles, agosto 14, 2013

Vos

Cuando me encuentro por casualidad con alguien
lamento que no hayas sido vos.
Me gustaría que al llegar tarde a un lugar
todos pensaran que fue por vos.
Si escribo una novela
te la voy a dedicar a vos.
Si gano un premio
en el discurso de aceptación voy a agradecerte a vos.
Si me entrevistan en la calle
por algún accidente que vi
solo voy a poder contarle a los periodistas de vos.
Si alguna vez tengo otra novia
quiero que a la pobre todos la confundan con vos.
Me caen bien las mujeres que conozco
que se llaman como vos.
Me siento encantado cuando veo a alguna chica
que se me hace parecida a vos.
Cuando recibo una buena noticia
primero te la quiero contar a vos.
Cuando quiero llamar a alguien
por error suelo llamarte a vos.
Cuando doy clases a veces pierdo el hilo de lo que digo
porque mencioné algo que me hizo acordar a vos.
Si me suicido
en la carta va a decir de todo
menos que fue por vos.
Por vos abrí un libro que siempre me había resistido a leer.
Por vos lloré una vez solo en el cine.
Por vos me dejé el bigote.
Por vos renuncié a todo lo que creía.
Por vos volví a creerlo
porque te pareció que estaba siendo demasiado obsecuente.
Mis amigos están cansados de que les hable de vos.
Los amigos de mis amigos saben bien quien sos vos.
Las madres de todos ellos, cuando me ven,
me preguntan por vos.
Odio el trabajo
porque me impide de a ratos
pensar en vos.
Odio la muerte
porque me va a sacar años
que podría pasar con vos.
Odio la memoria
que me da la consciencia
de no estar frente a vos.
El gato de mi hermano nunca fue tan manso
como cuando lo acariciaste vos.
Cuando terminé la facultad me puse triste
porque ya no me iba a cruzar tanto con vos.
No tiene sentido discutir a muerte con nadie
después de haberlo hecho con vos.
Me gustaría que algún día,
cuando lea este poema,
entre la gente estés vos.
Si lo llegás a escuchar
o a leer
sería genial
que te des cuenta sola
de que estoy hablando de vos.

sábado, agosto 03, 2013

El amante indie

Yo salí con una chica
que había tenido
un amante indie.

Se enamoraron comiendo
en un chino vegano
de Corrientes al mil.

Su romance duró poco
pero todo confluía
para recordármelo.

Cuando se cruzaban
-y bastante se cruzaban-
a ella le brillaban los ojos
como discos de vinilo nuevos.

Él siempre aprovechaba para contarle
que el gato de su hermano
nunca había sido tan manso
como cuando ella lo acarició.

Ella trataba de ocultar
cuánto se sonrojaba
y trataba de desviar la charla
hablando de bandas.

Era evidente que esta muchacha
se desintoxicaba
de un amor alternativo
aburriéndose conmigo.

A mí me gusta el fútbol y la poesía,
escucho siempre los mismos discos,
me encantan los asados
y tengo una bocha de amigos.

La relación no prosperó pero
meses después me encontré
al amante indie en el San Bernardo
y lo desafié al ping-pong.

Los viejos borrachos
los hipsters
los merqueros
los chinos
todos se levantaron
para ver ese partido.

Íbamos empatados en seis
cuando la historia
de nuestra rivalidad
terminó de recorrer
todo el círculo de gente.

Sacaba diecinueve a dieciseis
cuando la vi a ella en la multitud
con los auriculares al cuello
sin entender
que no tenía nada que ver.

El match se estiraba a ventiseis
y la gente vitoreaba cada punto
como si fuera un Roland Garrós enano.
Ninguno de los dos jugaba muy bien;
a fin de cuentas
batallábamos por nuestra incompetencia.

Finalmente
dejé un saque en la red
cuando mi rival tenía el match point.
Se lo llevaron en andas
los hipsters del salón,
un chino me ofreció un fernet
se lo acepté.
Ella iba atrás del malón.
Qué gente pajera
de la que uno se enamora.

jueves, julio 25, 2013

De todas las noches

De todas las noches
me quedo con la que te fui a buscar
a esa fiesta en Floresta.
Me llamaste
para que fuéramos a tu casa
y cuando estaba llegando
volviste a hablarme
para decirme que no fuera,
que te sentias mal,
pero ya estaba en la esquina
así que bajaste rota,
rodeada de amigas mutuas
que me miraban apenadas
pero a la vez aliviadas
y algo enternecidas.
La más borracha de las tres
me hacía chistes incómodos
mientras vos dabas
grandes bocanadas de aire.
En el auto me contaste
como entre vino y marihuana
te quisiste desencontrar
y qué supuestos papelones
habías hecho entre invitados.
Me pediste perdón,
cuando llegamos a tu casa
ya estabas mejor.
Nos acostamos en tu cama gigante,
que siempre estaba perfumada
casi tan rico como vos,
y ante tu malestar
ofrecí hacerte un té;
fui a la cocina y seguí tus instrucciones.
Ahí estaba yo,
un amante improbable
conociendo tus hornallas.
Vos, que siempre exageras
que tu vida es un desastre
pero bien controladas
tenés las cosas,
sufriendo en la cama.
Y yo...
Yo no sé,
pero te hice un té.
Y dormimos.
Siempre te recibí
con los brazos casi tan abiertos
como tu cama.
Pero esa noche fue extraordinaria.
Esa noche me necesitaste
y quizás fue la única.

viernes, junio 21, 2013

Hotel

Un hombre sale de un hotel y antes de subirse al taxi nota que ha olvidado su agenda en la habitación. Vuelve a la recepción y explica el olvido al hotelero, quien lo observa extrañado mientras da quizás más explicaciones de las necesarias. Luego de un silencio el empleado le dice que debe tratarse de una equivocación ya que nadie ha abandonado las instalaciones esa mañana y su visita ni siquiera figura en los libros del registro de huéspedes. "Pero si usted mismo me recibió las llaves del cuarto hace apenas cinco minutos" dice el hombre indignado. "Acabo de salir por esta puerta". Hay otro silencio y después de unos minutos de intercambios similares el recepcionista lo toma por loco. El hombre, fastidiado, sube las escaleras y se dirige impetuoso hacia el cuarto que ocupó los últimos cuatro días. Sin atender a los gritos del hotelero, abre la puerta sin cerrojo. Busca rabiosamente las tapas negras de la agenda mientras el otro intenta sacarlo de la pieza por la fuerza. No la encontrará. La ha olvidado arriba del taxi.


Gloria

Adoramos a los valientes
porque sus actos suicidas
garantizan la supervivencia
de nuestra casta de cobardes.

miércoles, abril 03, 2013

Doce historias

"Doce historias" es un compilado de lecturas grabadas en cassette. Incluye once poemas de este blog y un cover de Frank Báez en la cansina voz de Ezequiel Vila sobre una cortina de pequeña distorsión.



viernes, marzo 22, 2013

Tortugas ninja

Llegan las tortugas ninja
llegan las tortugas ninja
llegan las tortugas ninja
viven en los caños
son de newell's (ñuls)


Las tortugas ninja en realidad
(es decir,
aquellas que fueron la inspiración
para la popular franquicia
de muñecos articulados
comics
series
 y películas)
no eran ninjas
ni sabían arte marcial alguna;
pero peleadores, eran peleadores.

Su mote se debía
a una casual predilección
de sus benefactores
por los cuellos altos:
se habían acabado los sesenta
y en Rosario,
donde había pegado duro el existencialismo,
las poleras fueron objeto de caridad.

Vivían en las cloacas
porque eran crotos
y se peleaban con la policía,
ferozmente,
porque tenían huevos.

No salvaban parejas en peligro
ni rescataban niños asustados;
no eran celebrados,
nadie los buscaba,
pero eran vistos
como héroes
como héroes leprosos.

Ellos resistían
la enfermedad
la pobreza
la violencia
y era bastante como para reputarse.
Mutaron por la soledad,
pero en secreto se los quería.
Ellos resistían.
¡Cawabonga!

martes, marzo 19, 2013

Plaza Constitución

Bajo del tren y cruzo los ríos proletarios.
Tengo algo en la mano
que el hombre azul
no se digna a mirar:
su indiferencia de hoy
es mi fracaso de mañana.

En un papel y una mirada
está toda la apuesta de mi día.
Envidio la sagacidad de ese hombre
que sabe cuándo mirar
y cuándo no.
Yo no sé cuándo mirar.

En Constitución hay infinita gente
e imagino que también infinitos duelos.
Siempre bajo por las escaleras fijas
y subo por las mecánicas,
cada tanto se descomponen
y puedo ver su interior:
están repletas de basura.

 A fuerza de concentración
aprendí a encontrar las ratas abajo del andén.
Su paso es sutil pero rabioso;
imperceptible pese a hambriento;
convencido y subterráneo;
ellas salen, odian y se vuelven.
Supongo que nunca voy a poder
imitar ese paso del todo bien.

Pensar otras cosas es tentador
pero la realidad insiste en hacer covers monocordes
de sus peores deja vu,
por eso ignoro casi todo lo demás.
¿Qué tristeza podría tener la velocidad de esas ratas?
Sé que en Constitución hay gente ínfima
e imagino que también ínfimos duelos.

miércoles, febrero 20, 2013

Las penas de Darwin

desde la popa del Beagle
no puede despegar los ojos de la costa
tras las lágrimas los fuegos se transforman en manchas
y el silencio de los marinos que van y vienen taciturnos por cubierta
haciendo como que trabajan
es el abrazo que puede dar un amigo inglés

lo verás en el reflejo sobre cada borde del cuarzo
cortándo huesos te preguntarás que ha sido
te lo devolverán los sueños y te lo arrebatará la mañana
creerás verlo entre maoríes

acariciarás tu barba de por vida
pensando si había algo que pudiera convencer a Fitz Roy
de que no
que no
que no lo devuelva
o que te deje allí
entre los salvajes
que no es una locura
bajar también del bergantín
que dentro tuyo ha germinado una especie desconocida
que te has enamorado
como solo un naturalista puede enamorarse de un muchachito indio

"¡pobre, pobre hombre!"
queda atrás el eco del querido Jemmy Button
en los lejanos y fríos mares del sur
despediste el amor
y quedó solo la ciencia
con todas sus carencias

jueves, enero 31, 2013

Historia de dos viajeros

La amistad es esto:
Dos viajeros se cruzan
en el medio del desierto.
Quizás uno escapa del imperio
al que el otro viaja como peregrino.
En el medio de la nada se detienen
e intentan saludarse
en lenguas incomprensibles.
Uno de ellos
-no importa cuál-
saca una fruta
la parte en dos
y convida al otro.
Se miran a los ojos
y mastican en completo silencio.
Alternativamente miran cada horizonte.
Uno posa los ojos en el camino que dejó
el otro en su incierto destino.
Quien lo tenga
lanza el carozo al suelo
se sonríen
caminan
y nunca más se volverán a ver.

Hay un misterio que me obsesiona
en la frecuencia
con que los desconocidos se saludan
cuando no están en la ciudad.
Llevo kilómetros de caminata por la playa
-cuando empiezo a caminar por la playa
no puedo detenerme
camino siempre hacia el norte
y algo me hipnotiza
algo me llama
las ansias de ver
destrás del próximo espigón
o el vértigo de no volver jamás-
llevo kilómetros de caminata por la playa
cuando avisto a varios metros
a dos tipos que corren
en dirección contraria.
No puedo sacarles los ojos de encima
por la variación que ofrecen a la dulce monotonía
del oceáno rugiente y la humedad de la arena.
El primero,
un negro mota de casi dos metros,
me dice "hola".
"Buenas" contesto.
El de atrás, pelado,
levanta la cabeza
y devuelve el saludo.
Pienso que nunca más los voy a volver a ver.

A la noche me los encuentro en un bar.
Nos sentamos juntos
tomamos una birra.
Washington tiene una fábrica de soda
Luis es analista en sistemas.
Estoy convencido
desde hace un tiempo
de que si la gente tuviera siempre
una historia lista para contar
este sería un mundo
en el que yo viviría más cómodo.
Luis tiene una historia para contar.

Vivió dos años en un departamento
en Caballito.
Todas las tardes al volver
de su trabajo en microcentro
salía al balcón
a fumar un cigarrillo ritual
y mirar tranquilamente la ciudad
como un viejo hombre de mar
retirado
y apostado en un faro.
Pero este rito había mutado
en poco tiempo
por la espejada costumbre fumadora
de la vecina del departamento de enfrente.
Cada pitada de Luis
era una plegaria para que saliera ella también.
Durante dos años Luis vivió en ese balcón.
Asegura que jamás la vio en el supermercado
ni en la verdulería
ni el kiosko
ni en la farmacia.
Fueron diecinueve meses de contemplación silenciosa
hasta que ella se mudó.
Igual siguió siendo un fiel fumador de balcón,
incolumne sobre las mareas citadinas.
Pero una noche la encontró
como una aparición
en un after office.
Movido por fuerzas que desconoce
se sentó en su mesa
y confesó sus horas de vigilia.
Ella pensó que era un chiste al principio
pero al entender la seriedad en los ojos del otro
le dijo que nunca lo había visto.
 La tristeza de Luis, borracho,
habla de la ridiculez del deseo.
Nunca más la volvió a ver.

En el colegio había una chica
que se llamaba Edurne,
que solo por su nombre
merece estar en cualquier poema.
Todos los recreos
del invierno del 2003
los pasé tomando café dentro del curso
y mirando por la ventana
a esa chica pálida,
regordeta
de ojos celestísimos
y cabellos como hilos de oro.
Mi idiotez y la de Luis fue la misma:
querer llevar la palabra
ahí donde mandaban los ojos.
A fin de año en un baile,
embriagado de un coraje ajeno
me le acerqué
y le dije que era la persona más bella
que había visto
jamás,
que quería conocerla
que sería fantástico conocerla.
No había palabras
que esa chica pudiera decirme,
la incomodidad nos invadió rápidamente,
la formalidad prestó algunas de sus fórmulas
ella egresó
y jamás la volví a ver.

En algún lugar
dice Lacan
que ver
es ser visto.
Luis y yo sabemos cuánto se equivoco.

Dos rivales en una justa
se baten vistiendo los mismos colores:
mientras el silencio del pensamiento
nos hace presos de nosotros mismos,
la voz nos promete que su irrupción
hará que el mundo se arrodille a nuestros pies.
El deseo grita en las tribunas.
No sé si todo lo genuino es inesperado,
si la fuerza de lo real
reside esencialmente en su irrupción,
ni si la imaginación
parirá siempre ingenuidades.
Washington dijo
que está bien jugársela.



Epílogo:
vuelvo a Buenos Aires
vuelvo a mi casa
vuelvo a mi trabajo.
Busco a Edurne en Facebook.
No está.