sábado, abril 26, 2025

Algo breve y determinante que escuché en Mundo Marino

Esta es la historia de mi excursión a Mundo Marino
cuando estaba en tercer grado.
No quiero dejar de subrayar la perplejidad
que me produce hoy la existencia de ese viaje. 
¿Exagero si pienso que hoy sería impensable
que un grupo de docentes haga 300km de ida
y 300km de vuelta
en un solo día
con un grupo de 50 o 60 chicos de 8 años?
Pues bien, esto fue sin dudas un acontecimiento
en 1995 para mí.
Lo recuerdo perfectamente.
Vale aclarar que fui tres veces en mi vida a Mundo Marino.
La primera, técnicamente, no fui yo quién visitó
sino mi mamá, que estaba embarazada de mí.
Podría decirse que ese día yo también era un mamífero
sumergido y encerrado en un estanque muy pequeño.
La segunda, fue la excursión de la que trata este relato.
Y hubo una tercera, en 1999, de viaje de estudios de séptimo grado,
de la que nada recuerdo.
Por eso destaco que en 1995 para mí
y mis compañeros de 3ro A y B
era un acontecimiento.
Esto también es necesario contextualizarlo:
en primer y segundo grado había tres divisiones
pero a partir de 3er grado la división "C",
mi división,
se dividía en las otras dos.
La diáspora me dejó en el lado B de la vida
y me impuso como desafío integrarme al nuevo grupo,
que era notablemente más picante que mi grado de origen.
Esteban Blazquez me hacía llorar todos los días,
yo comenzaba a conocer la crueldad.
En ese momento la fauna marina ocupaba con suerte
un tercer o cuarto puesto en los intereses infantiles.
Dinosaurios, top.
Los planetas, cancheros.
quizás la aeronáutica
(yo practibaba aeromodelismo)
gozó de un pasajero tercer lugar.
Y recién ahí un nicho para el material de acuarios.
Pero la posibilidad de hacer una excursión
y ver con los propios ojos un delfín
-no nos engañemos,
cuando decimos "fauna marina"
estamos hablando estrictamente
desde el entusiasmo
por orcas y delfines
posiblemente en un tercer puesto de honor
algún pingüino o un lobo marino
que igual esos se pueden ver en el puerto de Mar del Plata-
la posibilidad entonces de ver un delfín
era como la chance de conocer a una celebridad.
Para entender la dimensión del acontecimiento:
mi abuela me prestó su cámara de fotos
una de esas chatitas, automáticas,
un rectángulo japonés forrado en tela.
No era la Minolta reflex de mi papá
ni la Kodak automática de mi hermano
que se levantaba el flash como si fuera un periscopio
pero era un voto de confianza
que tomé desaforado por los codos.
Aunque no era el único
me sentía muy especial con mi cámara,
tenía la posibilidad de registrarlo todo.
Salimos de la escuela tan temprano que era de noche
y recuerdo perfectamentamente
que nos detuvimos en algún parador para desayunar.
Recuerdo una foto, que no es de mis fotos,
pero que alguna vez me mostraron,
seguramente sacada por Esteban Blázquez
-Esteban, es cierto, me hizo la vida imposible al principio
pero se iba a convertir en mi mejor amigo
al poco tiempo y por muchos años,
yo pensaba que era muy cool
pero en verdad eramos dos boludos fanáticos del animé y los jueguitos
y hoy me causa gracia que fuéramos en par "Este" y "Ese"-
en esa foto estoy adelante de un café con leche,
haciendo con las manos el gesto de
Uinsi Uinsi araña
traducción latina de Incey Wincey Spider
introducida por algún canal de entretenimiento infantil
y que hacía eco en mi cabeza sin motivo alguno por esos días.
En el micro yo le saqué mi primera foto a Hongo,
cuyo verdadero nombre era Carlos
pero le decíamos así porque usaba corte taza
y era el más petiso del curso.
Hongo estaba con su campera marrón
serio
me miraba fijamente imitando un personaje de Dragon Ball Z,
no creo que el viaje se nos haya hecho largo.
Llegámos a Mundo Marino; en San Clemente llovía.
Nos pusieron unos pilotos translúcidos de colores
sin que elijamos, a mí me tocó uno rosa y nadie me lo quiso cambiar.
Recuerdo cierto desorden pero que a la vez
no había nadie más que nosotros en esa visita.
Los profesores hablaban con los jóvenes
que trabajaban en el parque.
Murmullos.
La decepción era bastante generalizada,
había shows que se iban a suspender.
Nos mandaron a una especie de vivero
donde exhibían plantas y nos dieron una lección
de ecosistemas, ambientalismo, biodiversidad
temas de cartulinas.
El clima estaba tenso
y se veía en los ojos de todos mis compañeros:
"nos chupa un huevo, señorita Marcela,
queremos ver a los delfines".
De ese invernadero nos movieron a un acuario
que estaba separado por un largo campo
en el que se dibujaba un camino con arbustos y flores.
En mi opinión había demasiada tierra en Mundo Marino,
no era lo que imaginaba.
En el traslado recuerdo que vimos a un grupo de flamencos
inesperada aparición fluor
como un puñado de fibras en ese día gris
pero no nos dejaron quedarnos a verlos
rápido nos metimos en un edificio oscuro
lleno de peceras gigantes
y todos peces de mierda.
Decían que había una tortuga,
pero no se veía nada.
Pablo Pérez Brancato empezó a joder
con que había un tiburón
y me lo creí por un rato
pero después se hicieron evidentes las risas.
La lluvia finalmente cesó.
Nos llevaron a unas gradas
que daban a una pileta más chica
que una cancha de fútbol 5;
frente a ella un lobo marino hacía un acto
una chica con un micrófono de vincha
le hacía dar volteretas y le tiraba pescado.
El ánimo de todos había cambiado drásticamente.
El lobo marino se escondía
ella se hacía la que no lo veía
y le tocaba la espalda,
un plato.
Pero el verdadero show estaba por empezar
por algún lugar entró una escenografía
¿de dónde? ¿cómo? ¿nos movimos de lugar?
y los animadores vestidos con pilotos
comenzaron a bailar y hacer playback
sobre "Cantando bajo la lluvia"
acompañados de los lobos marinos
que también bajo la promesa del pescado
hacían como que bailaban y cantaban.
Estábamos todos cargados de júbilo
era más de lo que esperábamos
y eso que ninguno de nosotros
jamás había oído hablar
de Gene Kelly y Debbie Reynolds.
De más está decir
que saqué fotos desaforadamente
tanto que terminé el rollo que me habían dado.
El capital vino a mi servicio
ya que había chicas en piloto
promotoras de Kodak
y gasté los 10 pesos que me habían dado
en comprar más película.
Recuerdo perfectamente
que la chica que las vendía
me hizo el favor de cambiar el rollo,
ante la mirada desaprobatoria
de la señorita Marcela,
que 18 años después
tendrá la desgracia de cruzarse conmigo
en una sala de profesores de una escuela
secundaria de Temperley y yo le diré:
"vos fuiste maestra mía en tercer grado"
y me dirigirá una mirada de súbito horror
y pidiendo clemencia con el gesto
detrás de su pelo cano
y su mandíbula aún perfectamente cuadrada,
me preguntará mi nombre
y tratará de acordarse de mí sin éxito
impedida por todo ese dolor.
Se avecinaba el momento crucial:
el show de las orcas.
Nos movieron a las últimas gradas.
La pileta era más grande que la anterior
pero no mucho más grande.
Eran en realidad dos grandes círculos
unidos por un pasillo.
Un hombre en traje de neoprén finalmente
comandó el ingreso de la gran estrella.
Al ver al gigante elevarse por el aire
tuve la sensación de que era de plástico
una máquina a control remoto
simulando ser un mamífero dentado y terrible
aunque amansado y obediente a la vida del espectáculo.
El animal se la pasaba
la mayor parte del tiempo debajo del agua
y aumentaba con cada suspenso el deseo
de ver esa cosa gigante y excepcional.
Sus salidas eran irregulares y súbitas
así que nunca estaba atento para atraparlo con mi cámara,
elusivo y grandioso,
un inasible sueño cetáceo.
Salí de eso show vibrante
como si hubiera tenido un trance místico.
Pero ya marchábamos al micro para volver
cuando escuché a Esteban decir
con un tono de burla
que yo había sacado tantas fotos idénticas
que cuando las revelara iba a poder hacer una animación
pasando entre una y otra.
Ese comentario y las risas que le siguieron
fueron una revelación.
Una lección importante de la que quizás en el momento
no tuve conciencia cabal, pero sí que me tocó en lo más profundo.
No fue simplemente comprender que jamás sería popular
o que mi adaptación a las nuevas reglas de juego serían dolorosas.
Fue algo breve y determinante que comprendí:
el entusiasmo te hace vulnerable.
Ya nunca más estaría seguro.
Mi paraíso perdido es que yo fui feliz
pero dejé que los demás me lo impidieran.
Aun cuando envalentonado por la razón
de que no vale la pena abandonar el gozo
por el que dirán,
son pocos los días desde esa pérdida de la ingenuidad
que no tenga el reflejo de girar la cabeza
y ver si los lobos marinos se están riendo a mis espaldas.
No recuerdo el viaje de vuelta.
Debe haber sido más duro.
A los pocos días mi mamá llevó a revelar mis fotos.
Cuando volvió con el sobre había unas 10 o 12,
la mayoría movidas o encuadrando a la nada,
y las demás...
El hombre de la casa de revelado
no había querido cobrarle a mi mamá por fotos que no servían.
Lo que el ojo ve
no es lo que ve la cámara.

sábado, abril 19, 2025

El micelio

todos los días me pregunto
por qué estoy tan enojado
por qué todo me altera
aunque no lo crean
he llegado a una respuesta:
por el micelio
duermo toda la noche
y me despierto cansado
me corta el semáforo
y el colectivo se va
llegó al laburo
y mi jefe se está culeando a mi perro
por el micelio
la ilusión de ser original
el poder de soportar el tiempo
descompuestas por el sustrato
de espacio continuo
y sin ninguna estría,
por el micelio
internet era mi casa
y ahora me abrieron
en cada esquina un Starbucks
las hifas y filamentos
absorbieron a mis compañeros
por el micelio
pienso en una chica
con la que salí
que me contó que de joven fumaba paco
andaba con malas juntas
pero era obvio que fue solo una vez o dos
hoy no tengo dudas de que vive
en el micelio
veo en vivo y en directo
como mis ex alumnos
toman éxtasis en Barcelona
viajan por Europa
pero en realidad solo se expanden
por el micelio
paso por la estación de servicio
donde los taxistas permanecen
siento un olor penetrante
tan extraño y repugnante
que sospecho es una nueva droga
aun bajo su efecto
se muestran el teléfono
pornografía colectiva
sonrisa y sudor
no hay sexo
solo hay humedad
en el micelio