lunes, octubre 23, 2006

Carmín (soledadheridas)


¿Que qué sé de Greta?
Greta era indispensable para caminar a las noches invernales. Vos sentiste el viento punzante que circula acá y lo difícil de flamear por él solo. Frío polar directo a las rodillas, clavando hielo. Te recuerdo que no es una pretensión de flaneur del tercer mundo la mía de caminar cada noche conurbana, no es lugar común de metafísico berreta salir a pasear con el sobretodo negro puesto. No encuentro otra manera de llenar el agujero de esas horas muertas, mis horas madrugales siguen siendo, todavía hoy, horas de insominio. A lo mejor no te acordás porque hace bastante que te fuiste, pero en la época de lo de la bailarina me pasaba lo mismo. De bar en bar, sentandome apenas lo suficiente para tomar una copa y fumar un cigarrillo.
Cuando la conocí a Greta supe que por mucho tiempo no iba a poder dirigirme a una posta de viaje sin desearla sentada en una mesa. Así fue, y por suerte siempre mi anhelo se cumplía en algun punto de la noche. El Bar Campestre, El Ala, Juliverio, Minos (este bar abrió donde estaba Mirlo), Manchester; todas las noches encontraba el pelo apenas sobre el ojo derecho, la nariz redonda casi adentro del vaso, ese beso carmín al borde de la copa.
Esperé muchísimo para hablarle. Lo primero que le dije fue una de esas frases con las que siempre arremeto y que tanto te molestaban en su momento: "Las desconocidas siempre me han caído bien". Tardé más de tres semanas en animarme a invitarle un trago y unos tres meses en descubrir que la había seducido desde el uso del tiempo compuesto.
Vos sabés cómo maduran estas historias para mí y de cómo la elegancia y la soledad terminan fundiendose en una apreciable imitación de la felicidad. Gasté las suelas de mis zapatos negros jugando a encontrarla, conjeturando: "hoy va a estar en Juliverio a la una y a las tres se va a mudar para el bar inglés". Lo detectivesco se volvía conmovedor, sobre todo a la hora del desencuentro encontrado. Mi juego acababa ahí. Pero Greta era una mujer que soñaba las caricias que yo no podía darle en la vigilia y eso la mantuvo cerca por un tiempo.
Yo presentía su itinerario pero no podía imaginar su dedo blanco y la tragedia que cargaba. Conocés mi aversión por las preguntas y mi incapacidad de ver lo evidente.
El desenlace habría sido adivinable para quien lo hubiese seguido todo desde fuera. Una noche que aposté Minos ella estaba llorando en Álemand y cuando llegué, enfadado por mi desacierto, abrió mis ojos de golpe. Tenía la alianza espectral y tiró las cartas a la mesa sabiendo que no la iba a buscar más, que no pensaba coser los puntos de otros.
Lo que me tomó desprevenido es que supieses de ella. Espero que no me culpes tanto como yo me culpo por haberla dejado en esa mesa. Al fin y al cabo por algo penaba ya desde antes, que fuera lo mismo por lo que yo echo culpas al insomnio no me persuadió. No tenía sentido que dos ciegos se intentaran ayudar a cruzar la calle.
¿Seguís siendo de las personas que comprenden la fatalidad?
22-10-06
(imagen: Lau D)

2 comentarios:

Ailin dijo...

La comprensión de la fatalidad es un camino de ida. No se deja de ser, solo se evade.

Anónimo dijo...

que triste.