Después del alboroto y el revuelo de cartas, Andrés cortó la racha de rezongos y gruñidos en su contra:
-La trampa era fácil, antes de que lleguen yo marqué una carta del mazo. Ustedes que no son tan giles lo notaron enseguida, pero como era un cinco de bastos no hicieron problema y me dejaron jugar. Se habrán dado cuenta cómo todas las ruedas que me tocó mezclar me serví maliciosamente el cinco de palo y seguro se habrán reído con sorna. No levantaron la perdiz para contar con una ventaja, pero a Danielito lo tuve que patear para que se quedara callado. Ustedes miraban mis cartas sobre la mesa a ver si me había repartido la carta marcada una ronda más, la veían y pensaban en lo gil que era mientras le pasaba a Daniel los anchos y los sietes. Nada muy elaborado, el desconcierto ante lo que esperaban que hiciera los distrajo de lo que en realidad estaba haciendo.
"Hay una anécdota muy conocida que ilustra lo mismo. En una de las aduanas de la triple frontera un paisano pasa con una carretilla llena de paja. Los agentes vierten todo el contenido y al no encontrar nada lo dejan pasar. Al día siguiente inspeccionan la carretilla y de nuevo está limpia. Tercer día consecutivo, mismo procedimiento (cada vez más minucioso), pero como tampoco le encuentran objeto de contrabando lo dejan seguir su ruta. Lo mismo pasa al cuarto día y al día que le sigue. Los agentes sospechan que el hombre les apuesta al cansancio; un día no lo van a revisar más y a partir de entonces va a empezar a pasar mercadería. Eso no sucede, día tras día pasa el amigo con la carretilla llena de paja y nada más. Incluso no se lo revisa un par de veces como para hacerlo pisar el palito, pero al día siguiente tampoco encuentran producto con el que incriminarlo. Así pasan los años y las pesquisas hasta que el buen hombre un día se muere de viejo. Ahora le pregunto a ustedes, ¿qué contrabandeaba?
Los otros tres lo miraron un rato mientras el narrador les servía cerveza.
-Simplísimo –concluyó-: carretillas.
La historia pareció ahuyentar la bronca por el descubrimiento de la treta, pero al mismo tiempo encendió la envidia de su mano, quien divertido y molesto por no haber adivinado, le retrucó:
-Esa versión criolla de "La carta robada" estuvo linda aunque no tuviese nada que ver con lo que nos boludeaste, pero si pensás que a nosotros dos nos vas a borrar de la memoria tu picardía con un cuento tan flojo estás equivocado. El que voy a contar no solamente va a hacerles olvidar hasta a ustedes la mula sino que además los va a dejar aturdidos y nos van a regalar el partido.
Pablo volvió de la cocina con un vaso grande lleno de fernet y un limón. El otro sorbió y empezó:
-Un pibe pongámosle de veintipico de años. Mitad de la carrera, trabajo de 6 horitas en una oficina, vive con los viejos. Su hermano más grande, profesional él, vive solo. Una vuelta se va a un congreso en México y le pide al hermanito que le cuide el departamento. Los hermanos se tienen confianza, y aunque le da algunas recomendaciones particulares de quien conoce bien las manías de su propio hogar (la pileta de la cocina que se tapa de nada, el horno que no funciona, abrite el agua del lavatorio para que llegue la caliente a la ducha, etcétera) no le hace mayores advertencias. El hermanito se instala y conoce los vicios de los papeles tirados por toda la casa y el alcohol cuando el sol todavía no se puso. En los estantes no hay azúcar ni galletitas, pero por toda la casa hay varias botellas de bebida cuya imperturbabilidad no se exigió en ningún momento.
"Al cuarto día se empina la historia: a eso de la una de la mañana suena el timbre. El joven casero lo ignora pensando en algún borracho o ladrón. Sabrá más tarde que ha dado en el blanco. Continúan los timbrazos así que atiende por el eléctrico. Una voz gruesa de mujer le contesta. "Ramiro abrime" le grita "soy yo". "Ramiro está de viaje, soy el hermano" la corta secamente desde arriba. "No me jodas, Rami, dejame pasar" insisten. El hermanito reitera la explicación con un poco más de vehemencia. No hay respuesta.
"Vuelve a la cama, pero antes de acostarse golpean la puerta. La misma voz del portero gritando el nombre de su hermano está pidiendo que le abran. Nuestro señor, sin saber si detrás de la puerta se encuentra Leonor o el cuervo, duda. No puede dejarla seguir gritando en la puerta, si es amiga de su hermano escandalizará a los vecinos. Sopesa: si miente puede someterla, es una mujer. Conjetura: si tiene una pistola sería lo mismo dejarla del otro lado de la puerta. Concluye: el único peligro entonces es que lleve un arma blanca. Refuta: en todo caso podría ponerse cerca de la puerta que da a la cocina como para correr en busca de un cuchillo, ella no podría tener una hoja más grande que las de que dispone, argumenta. Tras un silencio considerable abre la puerta. La mina es una morocha fantástica, de las que sabés que te podés empachar. Ni bien pasa le entra a dar con un mambo sobre un tipo. Habla como borracha y se le hunde en los brazos llorando. Los hermanos se parecen mucho y a nuestro amigo le parece verosímil que la visitante lo confunda con Ramiro. Para cuando ensaya reformular la explicación que le dio antes; la morocha ya le está reedificando la boca. La soledad de los cuatro días encerrado en el departamento le bastan para dejarla interpretar lo que quiera.
"Después de unas horas de ejercicio la mina sigue con la historia del macho y otros cuentos desarticulados por el habla beoda. Ella está pobre y le agradece la noche en su casa; no podía quedarse en lo de aquél. Le habla de un montón de cosas, de su San Pedro natal, del trabajo de moza en un bar, de las amigas que la dejaron de garpe, de malos negocios con unos pesados, de una cartera que se olvidó en el subte. Le dice que haría lo que fuera por él. En un lance patético le recuerda la noche que se conocieron y él se hace el sota, no falta decir que habla lo menos posible para no embarrar. Se quedan dormidos.
"A la mañana siguiente la morocha no está. La pieza está medio revuelta y encuentra el motivo sobre la cómoda: la billetera que había guardado en un cajón está ahí abierta y sin un peso. No la culpa pero le preocupa que se haya puesto a mirar la cédula. Satisfecho por la noche anterior, busca en el horno una sartén que no sea pura quemadura de milanesa y se prepara una tortilla de queso y huevo para comer antes de ir a trabajar. Una hora después con los retardos esperables se va para la oficina. A la noche sin sorpresa...
-Eh, chabón -lo interrumpió su contrincante- no me das respiro, ¿ya me pasas del mediodía a la noche?
-Mirá, a nadie se le ocurrió contar las estrellas de tus noches de aduana y por la misma irrelevancia a nadie le importa una tarde de oficina. Pero si querés te comento que tengo buenas fuentes que certifican que sus trabajos de cadete incluyeron tres visitas al banco, dos cafés al capo y veinticinco viajes a la fotocopiadora.
-Me basta. Ahora sí dejalo descansar al hermanito.
El narrador echó un poco de limón al fernet y apenas se secó los jugos cítricos de las manos en el pantalón. Siguió:
-Decía que a la noche sintió el timbrazo que esperaba. Subió la morocha ahora de entrada y ni bien pasó se sentó en el sillón del living. Esta vez estaba calladita, pero se la veía entonada como la víspera. Con una media sonrisa entre los rulos que le tapaban la cara cazó una botella de José Cuervo que había en el aparador. El pibe le devuelve la sonrisa y va a buscar a la cocina un shot. Cuando vuelve, la morocha, con la mirada fija en los ojos del otro, desliza el pico dorado de la botella por abajo de la mini... Te cuento estos detalles porque sé que a Danielito le gustan, eh... La flaca levanta una ceja y le estira la botella. El pibe en la gloria le da un sorbo y se lanza al otro pico, pero ahí nomás la morocha le corta la maniobra, lo da vuelta y arriba del sillón se lo mueve (porque es clarísimo que ella se lo mueve a él). Agotado por la viava el muchacho se queda dormido. Otra vez se despierta solo a la mañana. Como lo que pasa dos veces solamente puede sorprendernos cuando la naturaleza del hecho nunca ha sido soñada, el pibe, vanidoso, ya considera este abuso rutina; y como su billetera desde la tarde está vacía ni revisa la cómoda. Va derecho a preparar su vianda y con ternura descubre que la mina le lavó los platos y varias ollas. Mientras se escurren los enseres, prepara un sanguchito de pollo y saborea otro vicio de la vida solitaria, pero no tanto.
"La misma noche se le bajan un poco los humos al winner porque el timbre no suena, pero como fue viernes y trabajó toda la semana, más los trotes a los que lo sometió la bruneta, se queda dormido casi sin darse cuenta para soñar con una quinta bonaerense y ropa sin planchar.
-Apurate master que todavía vamos catorce malas a cinco buenas, eh. –lo interrumpe el compañero.
-No camorrees que vos ya tuviste la chance. Además a tu co-equiper y al mío les está gustando el cuentito, ¿no?
Pablo asintió sonriendo, agregó fernet y coca al vaso. El otro hizo una pausa para agregar limón y prosiguió:
-Bueno, se despierta el maestro a las once del sábado y mordisquea una pata de pollo que le sobró. Aprovecha la tranquilidad para ponerse a leer un poco para la facultad. Buscando donde tomar apuntes entre los papeles del hermano encuentra una nota de la morocha escrita del otro lado de un mail impreso con un membrete raro de un águila y una serpiente. El mensaje dice lacónicamente: "Disculpame por la plata que te saqué". Conmovido por la delicadeza de la mujer carenciada se guarda el papel en un cuaderno. Piensa toda la tarde en ella, apenas puede tocar los apuntes.
"El domingo se le acaba la joda. Vuelve el hermano y ni una palabra. En gratitud por el recíproco favor se van a tomar una cerveza juntos a un barcito ahí nomás. El mayor insiste en detalles sobre los días de soledad, el menor quiere sonsacar anécdotas del viaje del otro. Después de la cuarta rubia piden la cuenta y para cobrarles se les acerca la morocha de los días infernales. El joven ve cerca un final incómodo. Pero sorprendentemente no nota en su hermano el más leve brillo en la mirada, ni un cambio en la expresión de la cara al observar a la moza de rulos negros. Lo mismo la mina, que no lo reconoce a él y a los diez minutos trae el vuelto. Aunque intrigado por la falta de desenmascaramiento, nuestro protagonista no puede hacer nada porque saldría perdiendo, así que sin chistar se retira con el mayor, quien cinco días más tarde, después de unos llamados raros, aparece suicidado en su propia casa.
La última frase cortó el sorbo que le daba Daniel al vaso.
-¿Y? ¿Qué me dicen? -desafía el narrador.
Las gargantas subieron y bajaron cerveza un rato hasta que Andrés, entre risas, le largó al matador:
-Simplísimo, Manucho. El hermano andaba metido en cosas raras con los mejicanos, lo del congreso era pura chantada. La carta con membrete habla de un negocio y las botellas de Cuervo Dorado quizás algún regalo por congraciarse con gente de guita. A la mina la manda alguien, probablemente mafioso rival de los mejicotes. Se presenta al departamento haciéndose pasar por borracha para que el mayor pique, con tanta buena suerte que se cruza con uno que también está dispuesto a hacerse pasar por otro. La primera noche le trata de sacar información, entre todos los chamuyos le tira un anzuelo sobre unos empresarios importantes, pero el pibe que no sabe nada se queda callado. A la mañana siguiente, antes de que se levante, le revisa todo; ahí descubre que el pibe no es el que busca y se va con una calentura que ni te cuento. Eso sí, le roba unos pesos para que no desconfíe. En su corta ausencia trama un plan. Como él no sabe nada y se lo ve confiado, le va a poner una droga a la bebida para que se duerma como un tronco y así poder revisar el departamento tranquila. Para que el pendex no se de cuenta (y para dejar una buena impresión, quizás) se entrega una vez más para pretextar el cansancio. Ahora sí revisa a sus anchas y se da cuenta revolviendo un poco que el horno está lleno de bártulos y los estantes están vacíos. Revisa el horno, cuyo uso el mayor había prohibido, y ahí encuentra lo que busca (plata, droga, joyas, no importa). Como toque irónico deja la nota que el pibe encuentra el sábado y que le escurre el corazón, pobrecito. A los pocos días de la vuelta el hermano se aviva de la falta de lo que guardara esa cocina endiablada y lo persigue con amenazas al hermano, que no sabe nada. Como cree (ciertamente) en la inocencia de su hermanito y no puede responder ante los mejicanos, se mata en el departamento que vendría a reemplazar a mi aduana y fin de la historia. ¿No es así?
Mientras se tomaba el fondito del fernando, Manuel se palpó los bolsillos en busca del paquete de puchos y sacó ceremoniosamente un largo. Frente a la mueca triunfal de su rival todavía expectante le devolvió el canto:
-Así sería si el truco fuera tan malo como el de tu cinco de bastos, pero te comiste un pedazo de la fábula. A ver si te lo aclaro con este breve epílogo. Un mes después en otra esquina de tu querido San Telmo tenemos a la morocha con la jeta hinchada tomándose una ginebra. Mientras cuenta las monedas a ver si le alcanza para una Quilmes de litro se le acerca un joven de cuello blanco y corbata suelta, y sin decir una palabra le deja una estampita arriba de la barra. Cuando el extraño se levanta y se va, la mina acerca desganada el papelito, con la efigie de San Pedro, y en el reverso lee: "Lástima que nunca te quedaste a comer".
Los tres estiraron el cuello esperando la resolución que nunca rompió el silencio y mientras les sostenía la mirada, Manuel mezclaba la baraja palpando un doblez imperceptible, quizás contando las puntas con el pulgar seco y pegajoso de limón.
11-10-08
Texto leído en medias y sombreros #3
-La trampa era fácil, antes de que lleguen yo marqué una carta del mazo. Ustedes que no son tan giles lo notaron enseguida, pero como era un cinco de bastos no hicieron problema y me dejaron jugar. Se habrán dado cuenta cómo todas las ruedas que me tocó mezclar me serví maliciosamente el cinco de palo y seguro se habrán reído con sorna. No levantaron la perdiz para contar con una ventaja, pero a Danielito lo tuve que patear para que se quedara callado. Ustedes miraban mis cartas sobre la mesa a ver si me había repartido la carta marcada una ronda más, la veían y pensaban en lo gil que era mientras le pasaba a Daniel los anchos y los sietes. Nada muy elaborado, el desconcierto ante lo que esperaban que hiciera los distrajo de lo que en realidad estaba haciendo.
"Hay una anécdota muy conocida que ilustra lo mismo. En una de las aduanas de la triple frontera un paisano pasa con una carretilla llena de paja. Los agentes vierten todo el contenido y al no encontrar nada lo dejan pasar. Al día siguiente inspeccionan la carretilla y de nuevo está limpia. Tercer día consecutivo, mismo procedimiento (cada vez más minucioso), pero como tampoco le encuentran objeto de contrabando lo dejan seguir su ruta. Lo mismo pasa al cuarto día y al día que le sigue. Los agentes sospechan que el hombre les apuesta al cansancio; un día no lo van a revisar más y a partir de entonces va a empezar a pasar mercadería. Eso no sucede, día tras día pasa el amigo con la carretilla llena de paja y nada más. Incluso no se lo revisa un par de veces como para hacerlo pisar el palito, pero al día siguiente tampoco encuentran producto con el que incriminarlo. Así pasan los años y las pesquisas hasta que el buen hombre un día se muere de viejo. Ahora le pregunto a ustedes, ¿qué contrabandeaba?
Los otros tres lo miraron un rato mientras el narrador les servía cerveza.
-Simplísimo –concluyó-: carretillas.
La historia pareció ahuyentar la bronca por el descubrimiento de la treta, pero al mismo tiempo encendió la envidia de su mano, quien divertido y molesto por no haber adivinado, le retrucó:
-Esa versión criolla de "La carta robada" estuvo linda aunque no tuviese nada que ver con lo que nos boludeaste, pero si pensás que a nosotros dos nos vas a borrar de la memoria tu picardía con un cuento tan flojo estás equivocado. El que voy a contar no solamente va a hacerles olvidar hasta a ustedes la mula sino que además los va a dejar aturdidos y nos van a regalar el partido.
Pablo volvió de la cocina con un vaso grande lleno de fernet y un limón. El otro sorbió y empezó:
-Un pibe pongámosle de veintipico de años. Mitad de la carrera, trabajo de 6 horitas en una oficina, vive con los viejos. Su hermano más grande, profesional él, vive solo. Una vuelta se va a un congreso en México y le pide al hermanito que le cuide el departamento. Los hermanos se tienen confianza, y aunque le da algunas recomendaciones particulares de quien conoce bien las manías de su propio hogar (la pileta de la cocina que se tapa de nada, el horno que no funciona, abrite el agua del lavatorio para que llegue la caliente a la ducha, etcétera) no le hace mayores advertencias. El hermanito se instala y conoce los vicios de los papeles tirados por toda la casa y el alcohol cuando el sol todavía no se puso. En los estantes no hay azúcar ni galletitas, pero por toda la casa hay varias botellas de bebida cuya imperturbabilidad no se exigió en ningún momento.
"Al cuarto día se empina la historia: a eso de la una de la mañana suena el timbre. El joven casero lo ignora pensando en algún borracho o ladrón. Sabrá más tarde que ha dado en el blanco. Continúan los timbrazos así que atiende por el eléctrico. Una voz gruesa de mujer le contesta. "Ramiro abrime" le grita "soy yo". "Ramiro está de viaje, soy el hermano" la corta secamente desde arriba. "No me jodas, Rami, dejame pasar" insisten. El hermanito reitera la explicación con un poco más de vehemencia. No hay respuesta.
"Vuelve a la cama, pero antes de acostarse golpean la puerta. La misma voz del portero gritando el nombre de su hermano está pidiendo que le abran. Nuestro señor, sin saber si detrás de la puerta se encuentra Leonor o el cuervo, duda. No puede dejarla seguir gritando en la puerta, si es amiga de su hermano escandalizará a los vecinos. Sopesa: si miente puede someterla, es una mujer. Conjetura: si tiene una pistola sería lo mismo dejarla del otro lado de la puerta. Concluye: el único peligro entonces es que lleve un arma blanca. Refuta: en todo caso podría ponerse cerca de la puerta que da a la cocina como para correr en busca de un cuchillo, ella no podría tener una hoja más grande que las de que dispone, argumenta. Tras un silencio considerable abre la puerta. La mina es una morocha fantástica, de las que sabés que te podés empachar. Ni bien pasa le entra a dar con un mambo sobre un tipo. Habla como borracha y se le hunde en los brazos llorando. Los hermanos se parecen mucho y a nuestro amigo le parece verosímil que la visitante lo confunda con Ramiro. Para cuando ensaya reformular la explicación que le dio antes; la morocha ya le está reedificando la boca. La soledad de los cuatro días encerrado en el departamento le bastan para dejarla interpretar lo que quiera.
"Después de unas horas de ejercicio la mina sigue con la historia del macho y otros cuentos desarticulados por el habla beoda. Ella está pobre y le agradece la noche en su casa; no podía quedarse en lo de aquél. Le habla de un montón de cosas, de su San Pedro natal, del trabajo de moza en un bar, de las amigas que la dejaron de garpe, de malos negocios con unos pesados, de una cartera que se olvidó en el subte. Le dice que haría lo que fuera por él. En un lance patético le recuerda la noche que se conocieron y él se hace el sota, no falta decir que habla lo menos posible para no embarrar. Se quedan dormidos.
"A la mañana siguiente la morocha no está. La pieza está medio revuelta y encuentra el motivo sobre la cómoda: la billetera que había guardado en un cajón está ahí abierta y sin un peso. No la culpa pero le preocupa que se haya puesto a mirar la cédula. Satisfecho por la noche anterior, busca en el horno una sartén que no sea pura quemadura de milanesa y se prepara una tortilla de queso y huevo para comer antes de ir a trabajar. Una hora después con los retardos esperables se va para la oficina. A la noche sin sorpresa...
-Eh, chabón -lo interrumpió su contrincante- no me das respiro, ¿ya me pasas del mediodía a la noche?
-Mirá, a nadie se le ocurrió contar las estrellas de tus noches de aduana y por la misma irrelevancia a nadie le importa una tarde de oficina. Pero si querés te comento que tengo buenas fuentes que certifican que sus trabajos de cadete incluyeron tres visitas al banco, dos cafés al capo y veinticinco viajes a la fotocopiadora.
-Me basta. Ahora sí dejalo descansar al hermanito.
El narrador echó un poco de limón al fernet y apenas se secó los jugos cítricos de las manos en el pantalón. Siguió:
-Decía que a la noche sintió el timbrazo que esperaba. Subió la morocha ahora de entrada y ni bien pasó se sentó en el sillón del living. Esta vez estaba calladita, pero se la veía entonada como la víspera. Con una media sonrisa entre los rulos que le tapaban la cara cazó una botella de José Cuervo que había en el aparador. El pibe le devuelve la sonrisa y va a buscar a la cocina un shot. Cuando vuelve, la morocha, con la mirada fija en los ojos del otro, desliza el pico dorado de la botella por abajo de la mini... Te cuento estos detalles porque sé que a Danielito le gustan, eh... La flaca levanta una ceja y le estira la botella. El pibe en la gloria le da un sorbo y se lanza al otro pico, pero ahí nomás la morocha le corta la maniobra, lo da vuelta y arriba del sillón se lo mueve (porque es clarísimo que ella se lo mueve a él). Agotado por la viava el muchacho se queda dormido. Otra vez se despierta solo a la mañana. Como lo que pasa dos veces solamente puede sorprendernos cuando la naturaleza del hecho nunca ha sido soñada, el pibe, vanidoso, ya considera este abuso rutina; y como su billetera desde la tarde está vacía ni revisa la cómoda. Va derecho a preparar su vianda y con ternura descubre que la mina le lavó los platos y varias ollas. Mientras se escurren los enseres, prepara un sanguchito de pollo y saborea otro vicio de la vida solitaria, pero no tanto.
"La misma noche se le bajan un poco los humos al winner porque el timbre no suena, pero como fue viernes y trabajó toda la semana, más los trotes a los que lo sometió la bruneta, se queda dormido casi sin darse cuenta para soñar con una quinta bonaerense y ropa sin planchar.
-Apurate master que todavía vamos catorce malas a cinco buenas, eh. –lo interrumpe el compañero.
-No camorrees que vos ya tuviste la chance. Además a tu co-equiper y al mío les está gustando el cuentito, ¿no?
Pablo asintió sonriendo, agregó fernet y coca al vaso. El otro hizo una pausa para agregar limón y prosiguió:
-Bueno, se despierta el maestro a las once del sábado y mordisquea una pata de pollo que le sobró. Aprovecha la tranquilidad para ponerse a leer un poco para la facultad. Buscando donde tomar apuntes entre los papeles del hermano encuentra una nota de la morocha escrita del otro lado de un mail impreso con un membrete raro de un águila y una serpiente. El mensaje dice lacónicamente: "Disculpame por la plata que te saqué". Conmovido por la delicadeza de la mujer carenciada se guarda el papel en un cuaderno. Piensa toda la tarde en ella, apenas puede tocar los apuntes.
"El domingo se le acaba la joda. Vuelve el hermano y ni una palabra. En gratitud por el recíproco favor se van a tomar una cerveza juntos a un barcito ahí nomás. El mayor insiste en detalles sobre los días de soledad, el menor quiere sonsacar anécdotas del viaje del otro. Después de la cuarta rubia piden la cuenta y para cobrarles se les acerca la morocha de los días infernales. El joven ve cerca un final incómodo. Pero sorprendentemente no nota en su hermano el más leve brillo en la mirada, ni un cambio en la expresión de la cara al observar a la moza de rulos negros. Lo mismo la mina, que no lo reconoce a él y a los diez minutos trae el vuelto. Aunque intrigado por la falta de desenmascaramiento, nuestro protagonista no puede hacer nada porque saldría perdiendo, así que sin chistar se retira con el mayor, quien cinco días más tarde, después de unos llamados raros, aparece suicidado en su propia casa.
La última frase cortó el sorbo que le daba Daniel al vaso.
-¿Y? ¿Qué me dicen? -desafía el narrador.
Las gargantas subieron y bajaron cerveza un rato hasta que Andrés, entre risas, le largó al matador:
-Simplísimo, Manucho. El hermano andaba metido en cosas raras con los mejicanos, lo del congreso era pura chantada. La carta con membrete habla de un negocio y las botellas de Cuervo Dorado quizás algún regalo por congraciarse con gente de guita. A la mina la manda alguien, probablemente mafioso rival de los mejicotes. Se presenta al departamento haciéndose pasar por borracha para que el mayor pique, con tanta buena suerte que se cruza con uno que también está dispuesto a hacerse pasar por otro. La primera noche le trata de sacar información, entre todos los chamuyos le tira un anzuelo sobre unos empresarios importantes, pero el pibe que no sabe nada se queda callado. A la mañana siguiente, antes de que se levante, le revisa todo; ahí descubre que el pibe no es el que busca y se va con una calentura que ni te cuento. Eso sí, le roba unos pesos para que no desconfíe. En su corta ausencia trama un plan. Como él no sabe nada y se lo ve confiado, le va a poner una droga a la bebida para que se duerma como un tronco y así poder revisar el departamento tranquila. Para que el pendex no se de cuenta (y para dejar una buena impresión, quizás) se entrega una vez más para pretextar el cansancio. Ahora sí revisa a sus anchas y se da cuenta revolviendo un poco que el horno está lleno de bártulos y los estantes están vacíos. Revisa el horno, cuyo uso el mayor había prohibido, y ahí encuentra lo que busca (plata, droga, joyas, no importa). Como toque irónico deja la nota que el pibe encuentra el sábado y que le escurre el corazón, pobrecito. A los pocos días de la vuelta el hermano se aviva de la falta de lo que guardara esa cocina endiablada y lo persigue con amenazas al hermano, que no sabe nada. Como cree (ciertamente) en la inocencia de su hermanito y no puede responder ante los mejicanos, se mata en el departamento que vendría a reemplazar a mi aduana y fin de la historia. ¿No es así?
Mientras se tomaba el fondito del fernando, Manuel se palpó los bolsillos en busca del paquete de puchos y sacó ceremoniosamente un largo. Frente a la mueca triunfal de su rival todavía expectante le devolvió el canto:
-Así sería si el truco fuera tan malo como el de tu cinco de bastos, pero te comiste un pedazo de la fábula. A ver si te lo aclaro con este breve epílogo. Un mes después en otra esquina de tu querido San Telmo tenemos a la morocha con la jeta hinchada tomándose una ginebra. Mientras cuenta las monedas a ver si le alcanza para una Quilmes de litro se le acerca un joven de cuello blanco y corbata suelta, y sin decir una palabra le deja una estampita arriba de la barra. Cuando el extraño se levanta y se va, la mina acerca desganada el papelito, con la efigie de San Pedro, y en el reverso lee: "Lástima que nunca te quedaste a comer".
Los tres estiraron el cuello esperando la resolución que nunca rompió el silencio y mientras les sostenía la mirada, Manuel mezclaba la baraja palpando un doblez imperceptible, quizás contando las puntas con el pulgar seco y pegajoso de limón.
11-10-08
Texto leído en medias y sombreros #3
3 comentarios:
jugosas anécdotas
(aunque extenuantes!!)
si bien -como hija de la patética generación Naroskyana- estoy acostumbrada a los aforismos, lo he leido y disfrutado
Salud!
Debemos considerar esto una vuelta? espero que sí y no sea una desgustación engañosa... no me hagas caso, sabés lo insistidora que soy jajaja
Muy bueno verde, parecía que en cualquier momento caíamos en el fulbo y las minitas, pero no, y por eso, o aún así (todavía no me decido) estuvo bien. Todavía me imagino al chabón en el final diciendo "elemental papito, elemental"...
Un ajedrecista groso atraviesa un país de la Europa socialista. Su tren se queda y tiene que hacer noche en un pueblo. El ajedrez es pasión de multitudes ahí. En el bar al que va, el capo del pueblo les da a sus rivales algunas piezas de ventaja (un caballo y una torre, por ejemplo), e igual los hace mierda. Después de 4 y conocidos, se interesa por el extranjero, que no dejó de mirar las partidas. Acá hay algo que habla bien del que no va a quedar bien parado: el capo distrital le oferta el mismo sacrificio generoso al desconocido. Eso es confiar en sus fuerzas, sin preocuparse mucho por las del otro. Cuestión que el foráneo lo descoloca con una contraoferta argumentada como por un loco o un imbécil; le dice: "Ya sé por qué usted gana siempre. Tiene menos piezas en las que pensar. Juegue usted con todas y déjeme a mí jugar sin un caballo y una torre, y va a ver cómo le gano". El capo nunca dudó que el razonamiento fuera absurdo, pero también se lo había acusado y desafiado en público, y eso solo hacía que no pudiera rechazarle la partida ni sus términos ridículos. El viajero ganó, por supuesto; para algo era maestro internacional. Hasta acá llega la anécdota que leí en una revista. Sigo con un divague y alguna posible secuela del episodio.
El primer error que comete el capo es creer absurdo el argumento, lo que supone creerlo, tomarlo en serio. El segundo, aceptar refutarlo en un tablero de ajedrez, entre reglas y jugadas que no son las del juego de la lógica. Hasta acá, al capo lo acompañaban en el pensamiento los demás parroquianos. Pero cuando pierde, cuando el desconocido logra de una vez lo que todos intentaron muchas, alguno del grupo (tal vez el de historial más vapuleado, o el más ambicioso) afloja su sentido común, da por probado el razonamiento con la victoria y se apura en ser el primero en hacerle el mismo desafío al capo. No, nada de efecto Pigmalión triunfante: el capo local hace mierda al perejil mal iluminado, y en proporción exacta a sus diferencias de talento y de piezas iniciales. La excepción viajera ya se fue del pueblo y el capo retoma el control de la normalidad, sea razonable o absurda.
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