-Se llama Roque y trabaja de astronauta.
Así se lo voy a introducir. Se va a reír casi inaudiblemente y le voy a agregar:
-Sus amigos le dicen Roque Rocket, pero en realidad se apellida Galíndez.
Ahí sí se va a reír fuerte, justo cuando las demás personas del café noten al muñequito sobre la mesa.
A Lorena le cuesta soltar la risa, como si la llevase con correa; pero no se puede resistir a dos chistes tan pegados. Ella sabe que yo sé que funciona de esa manera, que esa es la táctica para verla reír. A ella le gusta que yo la divierta y a mí me gusta divertirla. Funcionamos a risa nosotros. Es con el lenguaje que mejor nos entendemos, el que más disfrutamos.
Hace ya unos meses que no podemos abordar temas sin chistes, nos resulta imposible mantener la seriedad por mucho tiempo. Empezó cuando me echaron del trabajo a mitad de año. Entonces fui a su casa para recibir el apoyo que merecía dada la situación, y apenas puse un pie en su casa me dijo que me habían echado, que se me notaba porque caminaba como una torpe imitación de Chaplin. Yo le dije que no me causaba gracia, me senté en el cordón y hundí la cara entre las rodillas mientras me sostenía los cachetes con las manos. Instantáneamente ella desató su carcajada más profunda.
Y después el cumpleaños de Margarita, yo llegando tarde con un Jack en proceso de descomposición y unas monedas de chocolate; justificando mi retraso diciendo que había tenido que rescatar a mi amigo Hijitus de un barquillo pirata. Margarita no entendía esas bromas, pero se había reido exageradamente ese día. Sospecho que sólo porque quería caerle bien al Ruso, que era muy amigo mío y hacía unas semanas había terminado con la novia.
Más allá de eso, nuestro afán por evadir las palabras no se limitaba a la técnica del humor nada más. También habíamos desarrollado con el tiempo la estratagema del silencio; que consistía básicamente en sostener una charla efímera, sin ningún contenido importante y casi librada al azar, hasta que los dos nos callábamos repentinamente y nos limitábamos a mirarnos abriendo bien los ojos. Este sabotaje a la lengua se sostenía por cantidades inverosímiles de tiempo y por lo general lo teníamos que dejar en tablas cuando el mozo se acercaba a cobrarnos. O, si estábamos en casa de alguno de los dos, cuando un familiar circundante nos preguntaba si andaba todo bien.
Con Margarita ni siquiera sugerí estos juegos. Aunque estoy seguro que eso la hubiera satisfecho; resultaba obvio que si ella hacía todo lo que hacía era por celos a Lorena. Yo, en cambio, lo hacía por el vacío que me inundaba el pecho cada vez que Lore hablaba y no hablaba, por una extraña certeza que tenía desde el principio, la sensación de que no ibamos a durar mucho.
El Ruso, en varias ocasiones testigo de nuestras no-conversaciones, me comentó una vez cuánto admiraba que Lorena y yo pudiéramos evitar tanto las discusiones, que resultaba increíble que no nos peleáramos. Yo callé y otorgué, porque al Ruso lo quiero pero sé que hay cosas que aunque me empeñe en explicarle no va a entender nunca. Pero a pesar de lo que opine mi amigo eslavo, el playmobil está adentro de mi mochila esperando para que yo lo saque y le diga a Lorena: "Se llama Roque y trabaja de astronauta". Esperando para oír con sus oídos nunca pintados la risa muda y la risa fuerte de Lorena. Esperando que ella lo guarde en su cartera, que yo termine de no hablarle para que se lo lleve y lo ponga en su biblioteca de pino, de espaldas a los dos tomos de A P o apoyado contra un libro de Porrúa, que son más anchos que los demás y por eso sobresalen de la fila de libros.
A su vez Lorena estará esperando que yo tenga no uno, si no dos chistes buenos para poder explicarle todo, porque con la estratagema del silencio no va a alcanzar esta vez. Tampoco podría cambiar monedas de chocolate por su valor correspondiente en besos (1 a 100), ni mucho menos contar con la ayuda de un mozo salvador que nos inste a dejar el encuentro en tablas.
Yo, por mi parte, me libro a la suerte de Roque Galíndez. Espero que él, con su casco de astronauta y sus facciones en serie, pueda expresar mejor que yo y mi pobre materia verbal lo alejado que me siento, que no quise lastimarla y que si no quiere volver a verme sobre la faz de la Tierra, yo estoy dispuesto a despegar.
23-09-05
Así se lo voy a introducir. Se va a reír casi inaudiblemente y le voy a agregar:
-Sus amigos le dicen Roque Rocket, pero en realidad se apellida Galíndez.
Ahí sí se va a reír fuerte, justo cuando las demás personas del café noten al muñequito sobre la mesa.
A Lorena le cuesta soltar la risa, como si la llevase con correa; pero no se puede resistir a dos chistes tan pegados. Ella sabe que yo sé que funciona de esa manera, que esa es la táctica para verla reír. A ella le gusta que yo la divierta y a mí me gusta divertirla. Funcionamos a risa nosotros. Es con el lenguaje que mejor nos entendemos, el que más disfrutamos.
Hace ya unos meses que no podemos abordar temas sin chistes, nos resulta imposible mantener la seriedad por mucho tiempo. Empezó cuando me echaron del trabajo a mitad de año. Entonces fui a su casa para recibir el apoyo que merecía dada la situación, y apenas puse un pie en su casa me dijo que me habían echado, que se me notaba porque caminaba como una torpe imitación de Chaplin. Yo le dije que no me causaba gracia, me senté en el cordón y hundí la cara entre las rodillas mientras me sostenía los cachetes con las manos. Instantáneamente ella desató su carcajada más profunda.
Y después el cumpleaños de Margarita, yo llegando tarde con un Jack en proceso de descomposición y unas monedas de chocolate; justificando mi retraso diciendo que había tenido que rescatar a mi amigo Hijitus de un barquillo pirata. Margarita no entendía esas bromas, pero se había reido exageradamente ese día. Sospecho que sólo porque quería caerle bien al Ruso, que era muy amigo mío y hacía unas semanas había terminado con la novia.
Más allá de eso, nuestro afán por evadir las palabras no se limitaba a la técnica del humor nada más. También habíamos desarrollado con el tiempo la estratagema del silencio; que consistía básicamente en sostener una charla efímera, sin ningún contenido importante y casi librada al azar, hasta que los dos nos callábamos repentinamente y nos limitábamos a mirarnos abriendo bien los ojos. Este sabotaje a la lengua se sostenía por cantidades inverosímiles de tiempo y por lo general lo teníamos que dejar en tablas cuando el mozo se acercaba a cobrarnos. O, si estábamos en casa de alguno de los dos, cuando un familiar circundante nos preguntaba si andaba todo bien.
Con Margarita ni siquiera sugerí estos juegos. Aunque estoy seguro que eso la hubiera satisfecho; resultaba obvio que si ella hacía todo lo que hacía era por celos a Lorena. Yo, en cambio, lo hacía por el vacío que me inundaba el pecho cada vez que Lore hablaba y no hablaba, por una extraña certeza que tenía desde el principio, la sensación de que no ibamos a durar mucho.
El Ruso, en varias ocasiones testigo de nuestras no-conversaciones, me comentó una vez cuánto admiraba que Lorena y yo pudiéramos evitar tanto las discusiones, que resultaba increíble que no nos peleáramos. Yo callé y otorgué, porque al Ruso lo quiero pero sé que hay cosas que aunque me empeñe en explicarle no va a entender nunca. Pero a pesar de lo que opine mi amigo eslavo, el playmobil está adentro de mi mochila esperando para que yo lo saque y le diga a Lorena: "Se llama Roque y trabaja de astronauta". Esperando para oír con sus oídos nunca pintados la risa muda y la risa fuerte de Lorena. Esperando que ella lo guarde en su cartera, que yo termine de no hablarle para que se lo lleve y lo ponga en su biblioteca de pino, de espaldas a los dos tomos de A P o apoyado contra un libro de Porrúa, que son más anchos que los demás y por eso sobresalen de la fila de libros.
A su vez Lorena estará esperando que yo tenga no uno, si no dos chistes buenos para poder explicarle todo, porque con la estratagema del silencio no va a alcanzar esta vez. Tampoco podría cambiar monedas de chocolate por su valor correspondiente en besos (1 a 100), ni mucho menos contar con la ayuda de un mozo salvador que nos inste a dejar el encuentro en tablas.
Yo, por mi parte, me libro a la suerte de Roque Galíndez. Espero que él, con su casco de astronauta y sus facciones en serie, pueda expresar mejor que yo y mi pobre materia verbal lo alejado que me siento, que no quise lastimarla y que si no quiere volver a verme sobre la faz de la Tierra, yo estoy dispuesto a despegar.
23-09-05
2 comentarios:
Buenísimo. Roque Galindez es mi héroe.
Ezequiel
Ha ascendido al status de héroe nacional
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