miércoles, mayo 24, 2006

Un paseo (estación cuarta)

Al salir de la funesta pocilga no caminaron más de veinte metros cuando aquella de la sonrisa nívea exclamó sorprendida, a la vez que señalaba con la mirada:
-Mirá a ese pobre hombre...

Dejábase ver en el cuadro urbano una forma de vida de origen dudoso, que reposaba sobre la vereda sostenido por sus espaldas y que, visiblemente dominado por una fuerza superior, a duras penas respiraba. En cueros y plasmada una solemne mueca en su rosto, veíaselo completamente enajenado de la realidad. -¡Bendita tu eres, niña! Que en tu primer visita a estos bellísimos lares conoces al eminente hombre Petizo, codiciado seso de la ideosincracia local.
Extrañada, levanto una ceja y con un gesto de intriga exijió:
-Explayate más.
El otro, complacido por el reclamo, le dijo:
-Este sacrificado ser, imitando a las sacedotisas de Apolo que recurrían a la bebida narcótica para comunicarse con el dios, sumerje el manto de su humanidad en el mas pútrido e impio de los licores para trascender a otro plano de la existencia y hallar verdaderas máximas filosóficas, que afanosamente trae entre sueños a este mundo. El problema consiste en el eterno escollo de la práctica mántica: la traducción de las abordadas verdades. A veces los significados de tales designios resultan indescifrables hasta para el mismo Petizo.

Terminó de decir estas palabras y ella asintió satisfecha. Cuando pasaron a su lado, el hasta ahora inmutable Petizo grito con vehemencia:
-¡Numénico será el angelical relato Gongoriano!
Se miraron de inmediato y él repuso con reconocible humildad:
-Ni lo intentemos.

06-02-05

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