Tímidamente acercaronse a la casi vacía entrada de la casa y al verlos, un estereotipado miembro de la raza de los patovicas palpólo de armas a él, mientras que una señorita le pidió que abra su cartera a ella. Una vez en el zaguán que hacía las veces de boleteria él murmuró:
-Sepa usted que hay dos formas de entrar cuando es tan tarde. Bien puede usted pagar la módica suma de diez pesos y acceder a esta morada infernal pagando tan barato impuesto, o bien puede arriesgarse a intentar resolver con astucia el acertijo de la Esfinge.
Dicho esto señaló al orgulloso guardián de las puertas violetas, y siguió:
-Confieso que existen otros métodos menos dignos pero confío en que no insistirá en ellos, usted que es una dama.
Ella, sin vacilar, contestó:
-No quiero parecer miserable, pero me tienta el camino difícil. Probemos nuestra astucia y nuestra sabiduría, y de paso guardemos unos pesos, que nunca vienen mal.
Acordado esto, esquivaron las boleterías y enfilaron derecho para las puertas violetas, al notar que no traían entrada, la Esfinge se sobresaltó, agitó sus gruesos brazos, y dijo:
-Mortales, jamás franquearán las puertas púrpuras sin antes vencerme en mi juego favorito: el enigma.
La Esfinge, de pantalon negro ajustado, lívida camisa y erizados cabellos cortos, esperaba una respuesta impaciente. Gozaban aquellos de la ansiedad de la bestia, pero a la vez también querían comenzar el juego, así que ella se adelantó y le hizo saber:
-Muy bien, aceptamos. Sabiendo que si acertamos nos vas a dejar entrar en el acto y que si fallamos nos vas a expulsar con toda tu furia ansiosa.
Muy contenta la Esfinge meditó unos segundos y recitó:
-Sepa usted que hay dos formas de entrar cuando es tan tarde. Bien puede usted pagar la módica suma de diez pesos y acceder a esta morada infernal pagando tan barato impuesto, o bien puede arriesgarse a intentar resolver con astucia el acertijo de la Esfinge.
Dicho esto señaló al orgulloso guardián de las puertas violetas, y siguió:
-Confieso que existen otros métodos menos dignos pero confío en que no insistirá en ellos, usted que es una dama.
Ella, sin vacilar, contestó:
-No quiero parecer miserable, pero me tienta el camino difícil. Probemos nuestra astucia y nuestra sabiduría, y de paso guardemos unos pesos, que nunca vienen mal.
Acordado esto, esquivaron las boleterías y enfilaron derecho para las puertas violetas, al notar que no traían entrada, la Esfinge se sobresaltó, agitó sus gruesos brazos, y dijo:
-Mortales, jamás franquearán las puertas púrpuras sin antes vencerme en mi juego favorito: el enigma.
La Esfinge, de pantalon negro ajustado, lívida camisa y erizados cabellos cortos, esperaba una respuesta impaciente. Gozaban aquellos de la ansiedad de la bestia, pero a la vez también querían comenzar el juego, así que ella se adelantó y le hizo saber:
-Muy bien, aceptamos. Sabiendo que si acertamos nos vas a dejar entrar en el acto y que si fallamos nos vas a expulsar con toda tu furia ansiosa.
Muy contenta la Esfinge meditó unos segundos y recitó:
Dragón albiverde
que come cada día miles de hombres
para vomitarlos a la noche,
quizás la unica piedra
que ha logrado vencer al agua.
que come cada día miles de hombres
para vomitarlos a la noche,
quizás la unica piedra
que ha logrado vencer al agua.
Él comprendió rápidamente el acertijo pero esperó la reacción de su compañera, que concentradísima trataba de resolver el enigma. Podrían haber seguido así largo rato, si no hubiera advertido él la impaciencia de la Esfinge, la cual encontrabase presta a castigarlos, entonces reconoció:
-Admirables son los intentos de mi amiga, neófita en mitologías sureñas, pero tu vil adivinanza es tan regional que casi no le da chance a los no iniciados. Yo, como habitante de estos lares, debería someterme al exilio si no pudiera contestarle que usted ha hablado con mucha poesía del magnámico ferrocarril General Roca. Destaco la originalidad del último verso, aclarando que el Riachuelo es un río muy bravo, no por la fuerza de su torrente sino por lo corrosivo de sus aguas.
Hervía en colera la Esfinge, insultábalos entre dientes y farfullaba lamentos. No abría la puerta según lo acordado, preso del ardor que Ares sembraba en su pecho, y se lo veía mejor dispuesto para sacarlos a patadas que para abrir las puertas violáceas. Advirtiendo todo esto, tomó él la mano de su compañera y, aprovechando el aturdimiento de su rival por la derrota, abrió él mismo el acceso al Hades lomense y corriendo fugazmente, entraron, hasta perderse en la oscura multitud que había allí adentro.
-Admirables son los intentos de mi amiga, neófita en mitologías sureñas, pero tu vil adivinanza es tan regional que casi no le da chance a los no iniciados. Yo, como habitante de estos lares, debería someterme al exilio si no pudiera contestarle que usted ha hablado con mucha poesía del magnámico ferrocarril General Roca. Destaco la originalidad del último verso, aclarando que el Riachuelo es un río muy bravo, no por la fuerza de su torrente sino por lo corrosivo de sus aguas.
Hervía en colera la Esfinge, insultábalos entre dientes y farfullaba lamentos. No abría la puerta según lo acordado, preso del ardor que Ares sembraba en su pecho, y se lo veía mejor dispuesto para sacarlos a patadas que para abrir las puertas violáceas. Advirtiendo todo esto, tomó él la mano de su compañera y, aprovechando el aturdimiento de su rival por la derrota, abrió él mismo el acceso al Hades lomense y corriendo fugazmente, entraron, hasta perderse en la oscura multitud que había allí adentro.
Una vez internados en el medio de la turba, cesaron la huida y se reclinaron sobre de una ancha columna. Arreglóse él su saco marrón, a la vez que ella observaba las luces amarillas, rojas, verdes, azules y violetas que colgaban del techo.
-Es esta la primera cámara infernal. Son cuatro las de este satánico recinto, pero temo que sólo podré hacerle pasar por tres de ellos.
Tenía que hablar muy alto, casi a los gritos, debido al volumen de la música que inundaba el ambiente. A propósito de la misma ella señaló:
-No es música de boliche.
-No, esta es música de situación. Funciona para ambientar al Salón del Apriete, tal el nombre del lugar donde nos encontramos.
-¿Salón del Apriete?- dijo ella a la vez que alguien pasaba y le rozaba sospechosamente uno de sus senos.
-Sí, aquí se amontonan las tres cuartas partes de los concurrentes, ansiosos por tomar alguna bebida e indecisos acerca de qué hacer. Se trata sin embargo de una excelsa galería donde todos se muestran entre idas y venidas. La condena de estas almas vanidosas es el caluroso roce constante con sus congéneres. El apriete llega a tal extremo que resulta imposible la respiración y además nutre la ira de los corazones adolescentes.
-Pensé que te referías a otro tipo de apriete.
-Bueno, ese también es bienvenido aquí...
-También me llama la atencion que se hayan amontonado dos pecados tan distintos en un solo infierno.
El otro rióse y corrigió:
-No te equivoques, los siete pecados conviven en todas las cámaras infernales del Hades lomense, en ese sentido es admirable su pluralismo, lo que sucede es que ellos mismos se agrupan y aquí predominan los vanidosos y los iracundos; sin echar de menos a los perezosos que duermen en mesas o piso (como verás en todos los cuartos); a los lujuriosos que aceptan el juego de la soberbia; a los envidiosos, casi siempre encarnados por los misóginos y las zorras; o a los avaros que bajan de su apartado especial para elevar a alguna que otra muchacha. De los invadidos por la gula encontrarás en su mayoría a los alienados homo ebrius, que sin ejecutar libación alguna, afrentan a los olímpicos en su vagar etílico. Pero ya habrá tiempo para una descripción más detallada.
Decía todo esto mientras ella se disputaba un minimo espacio entre la masa de adolescentes, que engordaba a cada instante.
-Che, mejor nos vamos de acá...
-Muy bien, sigamos rumbo a la segunda cámara infernal.
Aunque el espacio que debían recorrer era menor al que cubre una media cancha de futbol 5, árduo resultó su cometido. Las supuestas filas que se formaban de un lado a otro entre los apretados estáticos, desarmábanse constantemente y deteníanse para volver a armarse infinidad de veces. Sin dudas estaba causando estragos en los héroes la marcha, ya que no podía sostenerse con verdad que la piel de ellos no se encontrase sudada, ni que sus cuerpos no hayan sido manoseados por un oportunista anónimo; pero tolerando estas afrentas y con el afán de explorar la Mansión Infernal, llegaron al límite entre el Salón del Apriete y el siguiente estadío infernal.
Plantado allí estaba el protector del segundo cuarto infernal, custodiando la soga roja que cortaba el paso. Al ver su intención de traspasar las fonteras, exigió:
-A ver las muñecas, chicos.
Tomó seguidamente las manos de ambos y al no encontrar signo alguno de su mayoría de edad estuvo a punto de hablar cuando aquel que había vencido a la Esfinge se le adelantó:
-En vano buscas pulseras, ¡oh guardián de la soga roja!, ya que hemos entrado al Hades lomense venciendo en su juego a la cruentísima Esfinge de las puertas violáceas.
Notando que aquel adolescente estaba familiarizado con la terminologia angelical del barrio, dispuso una prueba para dejarlos pasar:
-Aprecio su bravura por haber vencido a la Esfinge, iniciados, pero si queréis pasar por aquí deberán descifrar el significado que oculta mi camisa, que aunque no fue forjada por Hefesto, me la ha obsequiado el mismisimo rey de este Tártaro sureño.
Ipso facto dióse vuelta y enseñó la brutal espalda de su camisa, donde un refulgente dibujo dejaba ver centenares de adolescentes, de ojos tapados por vendas, que deambulaban desconcertados por un oscuro lugar a la vez que uno les llamaba inútilmente desde el centro de la escena. Éste estaba subido a un pedestal dorado, en el cual estaban grabadas todas las abominaciones del Aqueronte: las horribles Górgonas, las sangrientas Erineas, la hangurrienta Caribdis, la bulímica Escila, las seductoras Sirenas, el tricéfalo Cancerbero, los letales Licenciados en Marketing y el mismísimo Plutón, todos ellos con las bocas abiertas, visiblemente gritando.
-No caigas en facilismos- le aconsejó aquel, depositando su confianza en su compañera. Aquella si bien un poco confusa al principio, resolvió el misterio al punto que contestó convencida:
-Estos jóvenes que vagan perdidos por tu camisa, no son ciegos, sino sordos, ya que una vez que tienen los ojos tapados no tienen forma de guiarse más que chocandose entre ellos, por más que alguien intente dirigirlos a viva voz. Probablemente los gritos de aquellas bestialidades han destruido los oídos de los pobres adolescentes. Este infierno debe tratarse, entonces, de un infierno musical.
Muy contento estaba su compañero. El protector de la soga roja descorrió el seguro, instandolos a pasar de inmediato sin decir una sola palabra.
Dentro del Teatro de los Sordos se sintieron un poco más acogidos a causa de la menor densidad de población; más allá de la música, que era aún más estrambótica que en el estadío anterior.
-Aquí estamos, en el Teatro de los Sordos, donde los espectadores se escinden, inundando sus oídos con melodías estridentes como los truenos de Zeus padre.
En efecto se veía a un centenar de personas de ropas oscuras que relucían unicamente por las tachas adheridas a sus mochilas, cinturones y hebillas. Abundantes en gel y cadenas estos seres movían su cabeza y sus pies al ritmo de la canción que sonaba. Incluso algunos vociferaban sus letras en inglés.
-Tétrico- opinó aquella de la hermosa cabellera.
-Sin dudas. Te advierto que aquí las apariencias son imprescindibles, así que es preciso pasar desapercibidos antes de que se envalentonen contra nosotros debido a nuestros ropajes.
No había terminado de proferir estas palabras, cuando uno de los alienados sordos despertó de su sueño afónico para advertir las pardas ropas de aquellos dos. Iracundo por tal oprobiosa afrenta a su estilo de vida, vociferó para que lo escucharan los demas:
-¡Caretón!
Tal grito de guerra llamó la atención de los otros sordos, que esta vez sí quisieron oir, e hicieronse eco de la proclama mas no sólo repitieron el improperio sino que también comenzaron a empujar a los visitantes. Y cantaban al maltratar:
-¡Caretas! ¡Vayanse de acá!
-Es mejor que nos vayamos- gritó ella asustada- pasemos a la escalera.
El otro alarmóse y rechazó de plano la sugerencia:
-¡No! Aquel es el Apartado Plutarquico, o vip. No estamos en condiciones de sortear la dura prueba que nos ofrecería el defensor de la escalera verde. Mejor aspiremos a menos y pasemos al tercer infierno, quizás menos hostil que éste.
Y dicho esto señaló la puerta corrediza que se levantaba al final del pasillo y entre embestidas e insultos se acercaron a ella. Él la abrió lo suficiente como para que pudieran escabullirse, y al encontrarse del otro lado la cerró rápidamente.
Agitados por el desenlace catastrófico sufrido en el cuarto anterior, se encontraban todavía apoyados en la puerta corrediza, bañados por las luces de colores y acosados por las melodías electrónicas del nuevo infierno. Una vez recuperados del abatimiento producto del exilio, anunció él:
-Aquí el tercer espacio del Hades lomense: la Pista de la Tentación.
Inquirió ella desconfiada:
-¿Cómo puede ser que ni un solo guardia nos impidió la entrada?
-Sucede que todo es propicio para la entrada a esta locación, diva de la Mansion infernal, se trata de demostrar cuan fácil es caer en la tentacion. Sagacidades del arquitecto de este infierno, sabrá disculparme puesto que no tengo nada que ver; aunque bastante aprecio ese detalle en situaciones de persecuta como las de recién.
Asintió ella y continuó:
-Y bueno, ¿qué me espera en esta parte del recorrido?
Soltó una risita simpática y respondió el otro:
-Aquí la atracción principal de la mansión, donde los más grandes personajes de la fauna local vienen a saciar sus impulsos más primitivos. ¡Bien podría contarle yo cuantas veces, siendo más pequeño, creí encontrar a las musas corretear por aquí, sobre todo a Tersipcore, quien vistió su velo de adolescente una noche para danzar, aquí mismo delante de mis jóvenes ojos, y engañó a mi debil corazon. ¡Ay de mí!, tan pequeño y obnubilado por la elegancia de una pollera.
Continuaba él con sus lamentos, cuando un libidinoso especimen se acercó a su compañera y le dijo al oido:
-Tan sola por acá ¿por qué no me acompañás un poco?
Ella, un poco aturdida, sonrió forzosamente, negó con la cabeza y rogó para que se aleje de inmediato, cosa que sucedió ante la negativa, aunque sólo para dar pie a un suceso más lamentable.
-¡Esa cola no la hiciste lavando platos, mamasa!- exclamó un notable miembro de los Sátiros de Banfield, logia de hombres poco venturosos que se reunen las noches de fin de semana para presenciar partidos de fútbol, ofender a las divinidades del lúpulo y la malta al consumir su mágico elixir sin celebrar ofrenda alguna, además de contar inventadas hazañas carnales y salir a bailar.
Reaccionando ante la ignominia interpelada a su amiga, aquel de las cavilaciones profundas, arremangóse y tomó del hombro al sátiro a la vez que pedía que se retractara. En desacuerdo con tal pedido, el banfileño estaba a punto de regalarle un potentoso derechazo, cuando unos oportunos descendientes del linaje de los patovicas tomáronlos por los hombros y echáronlos del lugar por la salida de emergencias. Quedóse ella sola en medio de la Pista de la Tentación, rodeada de bailarines y demás festejantes que se sacudían al compás de la electrónica música. Tardó unos minutos en recuperarse de la impresion que le causó la escena recién presenciada y al caer en la cuenta de que su compañero estaba fuera, busco desesperadamente una salida. Dirijióse hacia la puerta de emergencias por donde habían despachado a los dos contendientes, y pidióle un tanto alterada al patovica:
-Abrime, dejame salir y te pido por favor que no insistas en probarme con ningun desafío ancestral.
El hombre la miró extrañado por sus palabras, pero igualmente abrió la puerta y la dejó salir de la morada infernal.
06-02-05
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