jueves, febrero 02, 2017

Ladridos

Hay verdades tan ciertas que no pueden ser oídas, ni pueden ser dichas, ni tampoco formuladas y cuando uno llega a alinearlas de casualidad, revienta. Por eso el sabio las envolvía en historias.
Una decía lo siguiente: una señora tenía un perro que le ladraba a los autos. Para que no haga ruido, la señora se mudó de la ciudad a la playa, pero una vez en la playa el perro le empezó a ladrar a los cangrejos. Ya que los ladridos persistían, la mujer resolvió volver a la ciudad porque vivir allí era más conveniente en otros aspectos. Pero la cosa se puso peorporque el perro ahora ladraba no solo a los autos sino también a las bolsas, a la ropa tendida, a los carteles, a la televisión, a su propia sombra. En definitiva, parecía que el perro ladraba, y listo. Y así hizo hasta quedarse afónico y entonces ladraba con un sonido quebradizo tristísimo que daba lástima pero también risa y eso era lo más incómodo de todo: sentir lástima del pobre perro y a la vez no poder contener la risa. Eso era peor que todos los años de ladridos ininterrumpidos.

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