¡Me fascinan las historias en las que un emisario lleva a una nación extranjera un mensaje que dice que al llegar lo maten de inmediato! Es un tropo tan hermoso que aparece en Hamlet. Si yo fuera rey y recibiera un mensaje de ese estilo, me excitaría tanto que no cabria en mi trono del júbilo, pero rápidamente lamentaría no haber eliminado a alguno de mis enemigos con esa metodología tan falible como elegante. De todas formas los celos no me llevarían a incumplir con la obligación homicida porque soy un hombre honrado. Sí me volvería loco por ejecutar una venganza así más adelante. Lo haría ahora, pero la verdad es que tengo pocos enemigos porque administro el Estado con mucha sabiduría y el reino es bastante próspero y pacífico. Más razón, quizás, para permitirme satisfacer mi capricho de aniquilar a un adversario de la forma que a mí me plazca. Pero eso también es parte de ser honrado y sabio, no dejarse llevar por los vicios. O quizás soy un necio. Quizás en este mismo momento un grupo de rebeldes confabula contra mí desde su guarida en las montañas, pero si es un grupo y no un individuo, y (sobre todo) si es un golpe en mi contra lo que fraguan, estaría obligado a realizar un ajusticiamiento público que funcione como punición ejemplar disuasora de posibles revoluciones futuras. Solamente podría asesinar así a enemigos íntimos obtenidos en las inesquivables intrigas palaciegas. Hamlet era sobrino de su tío. Pero yo quiero mucho a mi familia. Y ellos no conspiraría contra mí. O quizás esta ingenuidad sea mi ruina, ¡es tan difícil estar seguro de lo que se sabe de los demás! Pero si es así, prefiero morir en mi adornado salón antes que gobernar una patria de parricidas.
jueves, febrero 02, 2017
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